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sábado, 13 de abril de 2024

4 poemas de Ferran Aisa del libro “Pasión por las matemáticas. Poesía y Mito”

 


“HOMBRE MITO” - “MUJER MITO”

 

Sobre todo, sobrenada, cayó la paloma en el agua, se levantó la

alborada

de los monstruos que ya habían muerto, mientras que el “Hombre-

Mito”

y la “Mujer-Mito” esperaban en el altar de piedra que llegara la hora

de marchar sobre los tiempos.

Los años en la hora cero del país de la mermelada, afanosas

trabajaban

las abejas zurciendo las rejas de su panal de miel. Los árboles en pie

de guerra

daban su fruto sin queja, los sueños de la niña quinceañera subían

hacia

los ojos del príncipe que se enamora a todas las niñas desde los

cuentos de hadas.

Y, de pronto, hubo una luz, una nueva luz en el firmamento, sobre

todo y sobrenada,

el hombre se agarró a esa luz como quien se agarra a una soga para

no ahogarse, malditas tempestades fraguaron un duro golpe al

hombre, la luz empezó a diluirse

y el hombre a tambalearse y le brotó una herida con pus de la que le

costó rehacerse, quedando soñoliento y entristecido, por los

siglos de los siglos, en la cumbre,

en los despertares amargos había una esperanza de amor, el

hombre lo sabía

y a esa esperanza se agarró.

Sus sueños quebrados renacieron entre la espada y la flor, los

tiempos eran difíciles, los caminos también. Una ilusión estalló

en la esperanza de la flor en esa primavera florecida. La

esperanza de la flor tuvo una hija que se llamó: AMOR.

Y así surgieron las opulentas aventuras mitológicas que desde la

antigua Grecia

nos traspasó su ancestral cultura helena.

Venus, diosa de la belleza y del amor, nació de la espuma del mar.

Prometeo, encadenado en el Monte Cáucaso, fue condenado a

treinta mil años

de suplicios. Sísifo también fue condenado a arrastrar una roca hasta

la cima

de un peñasco. Apolo condujo por milenios en su cuadriga al sol.

Las nueve musas protegieron, desde su paraninfo, a las Bellas Artes

griegas.

Ariadna le dio el hilo a Teseo que le permitió salir del laberinto.

Las doncellas bailaban alrededor del fuego sobre el minotauro en

Creta.

Ulises se ataba para no acudir a las tentaciones de las Sirenas a su

regreso a Ítaca…

Y los tiempos fueron pasando. Y la historia se rellenó de páginas y

páginas y más páginas absurdas. ¿Y el hombre?... ¿Y la

mujer?... ¿Qué guardaban en el corazón?

¿Cuál? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo será la próxima revolución?

Raimon canta: -Nosaltres no som d’eixe món…

Pero nuestro mundo es todo de este mundo, nuestro mundo, nuestro

reino,

es el reino de los mitos, y todos somos inútiles mitos de barro.

Así, de pronto, todo se desvaneces y se cae, cae, cae, cae, cae en

un vacío,

el hombre intenta agarrarse a su salvavidas, pero…, todo cae, todo,

la vida,

los sueños, las ilusiones, las esperanzas, la fe…

El hombre, poco a poco, abre los ojos, despierta de su ficción y se

palpa

notando su existencia ante la realidad de la vida.

Todo es sueño, nada es sueño, todo: humo, vacío, desierto…

El hombre en su realidad observa a su alrededor, la soledad invade

las casas,

las calles, los cuerpos…, tiene un vaso con Coca-Cola y ginebra que

llevándose

a la boca refresca su garganta ávida de gritos cortados, palabras

ahogadas, silencios

compartidos, todo y nada, cuando se da cuenta que, a sus veintidós

años, todavía

es joven, y en la penumbra de la sala tan sólo respiran las sombras

en movimiento,

mientras las muchachas en flor de Proust zozobran e intentan

salvarse de los colores

rosa y amarillo, en la pura banalidad del placer y la espuma de los

días llenos

de un presente agobiante que empuja la marcha roída por un ratón

mágico

y por la música estridente de Led Zeppelin, donde su juventud

retuerce el cuerpo

en la danza de la vida. Así, el hombre, ennoblecido por un sueño

desprende

de su mirada un encanto perenne y de su cuerpo fuegos fatuos como

ancestral agonía

de una sociedad que cae en el abismo de la historia. Y, a su lado,

una mujer, joven

como él, se le abre, como una flor en el alba,

 

 

PRIMER CANTAR (A ELLA)

 

La llanura infinita y el cielo su reflejo.

Deseo de ser piel roja.

         Leopoldo María Panero

 

Despóticamente se confunden el cielo y la tierra.

¡Oh!, qué vida tan sabrosa, qué placer tan divino,

siempre dichosa, siempre eternamente en mis labios enamorados,

apasionados por las viejas historias sexuales.

¡Oh!, el tañer de las campanas y el plañir de las guitarras

en las lánguidas noches de invierno

combatiendo el frío con el fuego fatuo

de los residuos amorosos del verano.

Y siempre ella en mi memoria,

amasando poco a poco mi historia,

olvidando ciertas e inolvidables glorias

de tiempos remotos en tierras lejanas.

Y siempre ella…

¿Pero quién es ella?

Ella, es ella…,

dejadlo así, la vida es breve

y el placer corto.

La vieja chaqueta marinera,

los pantalones de pana negra,

los zapatos de ante, el jersey gris…,

gris era su mirada…,

más que importa su mirada

ante mi melancólica tristeza.

Las canciones del “66” en el saco roto

de las esperanzas frustradas,

los sueños inacabados, la obra de Gaudí,

y los lienzos de Picasso.

Y siempre ella…

Sus botas altas de media caña,

sus medias indesmayables,

su falda lisa, sus pies de danzarina

y entre sus piernas la flor de las delicias.

Eros cabalgando en mis entrañas

de hombre sensible, melancólico y triste.

Mis labios ávidos,

mi lengua impaciente,

mi sexo virgen,

mis veintitrés años,

los vientres de París,

los amores frustrados,

los caminos perdidos,

los sueños olvidados,

los versos fundidos

con la nieve del “62”.

Y siempre ella…

Removiéndose en mis entrañas

de creador de sueños,

de amante hipotético,

ansiando la paz de las montañas,

desmitificando sexos.

Los cigarrillos de los domingos: -Winston, Señora…

la joven prostituta en la que cavé mi sepultura,

y mi amigo Don Quijote montado sobre la locura

con su afán de sueños

que arrastraron los tiempos.

Y todas las quimeras y las realidades

de este buen hombre llamado Sancho.

Las viejas golondrinas de mi niñez

escondidas en el tejado de mi timidez.

Los libros de Sade,

la filosofía de Nietzsche,

la ideología de Sartre,

la postura ética de Camus,

la perseverancia de Machado,

la estética de Proust,

mis dioses de cartón-piedra,

las canciones de Raimon,

los poemas de Maiacovsky,

las películas de Eisenstein,

mis gafas de sol,

los hot-dog del Boulevard Clichy,

la música de los Beatles.

Y siempre ella…

¿Pero, quién es ella?

Ella, es ella…,

dejadlo así, la vida es breve

y el placer corto.

Mi primer amor,

mi amante,

la chica que deseo,

la niña que más quiero,

mis versos, los primeros,

con sabor a fuego.

 

 

RAMBLEAR

 

No hago otra cosa que pensar en ti

y no se me ocurre nada.

Joan Manuel Serrat

 

No hay otra cosa mejor en esta ciudad,

se ha convertido en verbo ese boulevard,

donde transitan fantasmas noches y días

disfrazados de caramelos hasta el mar.

Marché buscando la felicidad

y me encontré por encima del bien y del mal,

no hay otra cosa mejor en esta ciudad

que tu cuerpo hecho para amar.

Enciendo un cigarrillo para “pasar”

pues no fumo y así me engaño

con el humo que no deseo tragar

como esos versos que poco a poco apaño.

Busqué tu nombre escrito en la pared

grabado por un loco en negro spray,

silbaba una canción, hice la vertical

contra el tronco de un platanal

y me compré el Víbora, caray, ni caso.

No encontré tu rastro en la ciudad,

ni amigos a quien confesar mi amor,

me distraje con una pequeña

más bonita que una primavera en flor.

No hay otra cosa mejor en esta ciudad,

nada me gusta más que Ramblear

sentir esta extraña felicidad,

el deseo de tu cuerpo hasta el mar.

(Barcelona, 1980)

 

 

BALADA DEL BAR TERRA

 

Bajo con el ferrocarril a Barcelona,

Rambla abajo hasta la calle del Hospital,

paso por el Terra y pido una cerveza,

paso por el Terra, en el corazón del Raval,

y, mientras hojeo el diario con noticia de sangre,

de atentados en Iraq y de peleas

en una discoteca del Poble Nou,

suena una canción de Sabina.

Y entre el diario, la cerveza

y la charla con un compañero

se mezcla la melancólica melodía:

-Esta es la canción de las noches perdidas...

Paso por el Terra, calle del Hospital,

y me siento en el taburete de la barra

y me tomo, sorbo a sorbo, la cerveza,

y hablo con Ángel y con Rosa

de los tiempos pasados y de los hijos

que se hacen grandes,

y de la Peña Clarete porque el sábado

juega el Barça contra el Osasuna,

¡aúpa los rojillos! Aun suena Sabina

cuando el amigo Zapata me descubre el poeta

Antonio Orihuela, -ahora lo llamo -me dice Javi-

es el alma mater de Voces del Extremo.

Una chica morena, amiga del bar,

me pregunta si todavía escribo versos,

con una sonrisa le contesto que sí,

dentro de mí estalla el volcán de la inspiración:

-Mira por donde ahora me brota del corazón

una canción de amor!…



Ferran Aisa  “Pasión por las matemáticas. Poesía y Mito”

ACSAL Ediciones, Lepe (Huelva), 2024


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