“HOMBRE
MITO” - “MUJER MITO”
Sobre
todo, sobrenada, cayó la paloma en el agua, se levantó la
alborada
de los
monstruos que ya habían muerto, mientras que el “Hombre-
Mito”
y la
“Mujer-Mito” esperaban en el altar de piedra que llegara la hora
de
marchar sobre los tiempos.
Los años
en la hora cero del país de la mermelada, afanosas
trabajaban
las
abejas zurciendo las rejas de su panal de miel. Los árboles en pie
de
guerra
daban su
fruto sin queja, los sueños de la niña quinceañera subían
hacia
los ojos
del príncipe que se enamora a todas las niñas desde los
cuentos
de hadas.
Y, de
pronto, hubo una luz, una nueva luz en el firmamento, sobre
todo y
sobrenada,
el
hombre se agarró a esa luz como quien se agarra a una soga para
no
ahogarse, malditas tempestades fraguaron un duro golpe al
hombre,
la luz empezó a diluirse
y el
hombre a tambalearse y le brotó una herida con pus de la que le
costó
rehacerse, quedando soñoliento y entristecido, por los
siglos
de los siglos, en la cumbre,
en los
despertares amargos había una esperanza de amor, el
hombre
lo sabía
y a esa
esperanza se agarró.
Sus
sueños quebrados renacieron entre la espada y la flor, los
tiempos
eran difíciles, los caminos también. Una ilusión estalló
en la
esperanza de la flor en esa primavera florecida. La
esperanza
de la flor tuvo una hija que se llamó: AMOR.
Y así
surgieron las opulentas aventuras mitológicas que desde la
antigua
Grecia
nos
traspasó su ancestral cultura helena.
Venus,
diosa de la belleza y del amor, nació de la espuma del mar.
Prometeo,
encadenado en el Monte Cáucaso, fue condenado a
treinta
mil años
de
suplicios. Sísifo también fue condenado a arrastrar una roca hasta
la cima
de un
peñasco. Apolo condujo por milenios en su cuadriga al sol.
Las
nueve musas protegieron, desde su paraninfo, a las Bellas Artes
griegas.
Ariadna
le dio el hilo a Teseo que le permitió salir del laberinto.
Las
doncellas bailaban alrededor del fuego sobre el minotauro en
Creta.
Ulises
se ataba para no acudir a las tentaciones de las Sirenas a su
regreso
a Ítaca…
Y los
tiempos fueron pasando. Y la historia se rellenó de páginas y
páginas
y más páginas absurdas. ¿Y el hombre?... ¿Y la
mujer?...
¿Qué guardaban en el corazón?
¿Cuál?
¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo será la próxima revolución?
Raimon
canta: -Nosaltres no som d’eixe món…
Pero
nuestro mundo es todo de este mundo, nuestro mundo, nuestro
reino,
es el
reino de los mitos, y todos somos inútiles mitos de barro.
Así, de
pronto, todo se desvaneces y se cae, cae, cae, cae, cae en
un
vacío,
el
hombre intenta agarrarse a su salvavidas, pero…, todo cae, todo,
la vida,
los
sueños, las ilusiones, las esperanzas, la fe…
El
hombre, poco a poco, abre los ojos, despierta de su ficción y se
palpa
notando
su existencia ante la realidad de la vida.
Todo es
sueño, nada es sueño, todo: humo, vacío, desierto…
El
hombre en su realidad observa a su alrededor, la soledad invade
las
casas,
las
calles, los cuerpos…, tiene un vaso con Coca-Cola y ginebra que
llevándose
a la
boca refresca su garganta ávida de gritos cortados, palabras
ahogadas,
silencios
compartidos,
todo y nada, cuando se da cuenta que, a sus veintidós
años,
todavía
es
joven, y en la penumbra de la sala tan sólo respiran las sombras
en
movimiento,
mientras
las muchachas en flor de Proust zozobran e intentan
salvarse
de los colores
rosa y
amarillo, en la pura banalidad del placer y la espuma de los
días
llenos
de un
presente agobiante que empuja la marcha roída por un ratón
mágico
y por la
música estridente de Led Zeppelin, donde su juventud
retuerce
el cuerpo
en la
danza de la vida. Así, el hombre, ennoblecido por un sueño
desprende
de su
mirada un encanto perenne y de su cuerpo fuegos fatuos como
ancestral
agonía
de una
sociedad que cae en el abismo de la historia. Y, a su lado,
una
mujer, joven
como él,
se le abre, como una flor en el alba,
PRIMER
CANTAR (A ELLA)
La llanura infinita y el cielo su
reflejo.
Deseo de ser piel roja.
Leopoldo María Panero
Despóticamente
se confunden el cielo y la tierra.
¡Oh!,
qué vida tan sabrosa, qué placer tan divino,
siempre
dichosa, siempre eternamente en mis labios enamorados,
apasionados
por las viejas historias sexuales.
¡Oh!, el
tañer de las campanas y el plañir de las guitarras
en las
lánguidas noches de invierno
combatiendo
el frío con el fuego fatuo
de los
residuos amorosos del verano.
Y
siempre ella en mi memoria,
amasando
poco a poco mi historia,
olvidando
ciertas e inolvidables glorias
de
tiempos remotos en tierras lejanas.
Y
siempre ella…
¿Pero
quién es ella?
Ella, es
ella…,
dejadlo
así, la vida es breve
y el
placer corto.
La vieja
chaqueta marinera,
los
pantalones de pana negra,
los
zapatos de ante, el jersey gris…,
gris era
su mirada…,
más que
importa su mirada
ante mi
melancólica tristeza.
Las
canciones del “66” en el saco roto
de las
esperanzas frustradas,
los
sueños inacabados, la obra de Gaudí,
y los
lienzos de Picasso.
Y
siempre ella…
Sus
botas altas de media caña,
sus
medias indesmayables,
su falda
lisa, sus pies de danzarina
y entre
sus piernas la flor de las delicias.
Eros
cabalgando en mis entrañas
de
hombre sensible, melancólico y triste.
Mis
labios ávidos,
mi
lengua impaciente,
mi sexo
virgen,
mis
veintitrés años,
los
vientres de París,
los
amores frustrados,
los
caminos perdidos,
los
sueños olvidados,
los
versos fundidos
con la
nieve del “62”.
Y
siempre ella…
Removiéndose
en mis entrañas
de
creador de sueños,
de
amante hipotético,
ansiando
la paz de las montañas,
desmitificando
sexos.
Los
cigarrillos de los domingos: -Winston, Señora…
la joven
prostituta en la que cavé mi sepultura,
y mi amigo
Don Quijote montado sobre la locura
con su
afán de sueños
que
arrastraron los tiempos.
Y todas
las quimeras y las realidades
de este
buen hombre llamado Sancho.
Las
viejas golondrinas de mi niñez
escondidas
en el tejado de mi timidez.
Los
libros de Sade,
la
filosofía de Nietzsche,
la
ideología de Sartre,
la
postura ética de Camus,
la
perseverancia de Machado,
la
estética de Proust,
mis
dioses de cartón-piedra,
las
canciones de Raimon,
los
poemas de Maiacovsky,
las
películas de Eisenstein,
mis
gafas de sol,
los
hot-dog del Boulevard Clichy,
la
música de los Beatles.
Y
siempre ella…
¿Pero,
quién es ella?
Ella, es
ella…,
dejadlo
así, la vida es breve
y el
placer corto.
Mi
primer amor,
mi
amante,
la chica
que deseo,
la niña
que más quiero,
mis
versos, los primeros,
con
sabor a fuego.
RAMBLEAR
No hago otra cosa que pensar en
ti
y no se me ocurre nada.
Joan Manuel Serrat
No hay
otra cosa mejor en esta ciudad,
se ha
convertido en verbo ese boulevard,
donde
transitan fantasmas noches y días
disfrazados
de caramelos hasta el mar.
Marché
buscando la felicidad
y me
encontré por encima del bien y del mal,
no hay
otra cosa mejor en esta ciudad
que tu
cuerpo hecho para amar.
Enciendo
un cigarrillo para “pasar”
pues no
fumo y así me engaño
con el
humo que no deseo tragar
como
esos versos que poco a poco apaño.
Busqué
tu nombre escrito en la pared
grabado
por un loco en negro spray,
silbaba
una canción, hice la vertical
contra
el tronco de un platanal
y me
compré el Víbora, caray, ni caso.
No
encontré tu rastro en la ciudad,
ni
amigos a quien confesar mi amor,
me
distraje con una pequeña
más
bonita que una primavera en flor.
No hay
otra cosa mejor en esta ciudad,
nada me
gusta más que Ramblear
sentir
esta extraña felicidad,
el deseo
de tu cuerpo hasta el mar.
(Barcelona,
1980)
BALADA
DEL BAR TERRA
Bajo con
el ferrocarril a Barcelona,
Rambla
abajo hasta la calle del Hospital,
paso por
el Terra y pido una cerveza,
paso por
el Terra, en el corazón del Raval,
y,
mientras hojeo el diario con noticia de sangre,
de
atentados en Iraq y de peleas
en una
discoteca del Poble Nou,
suena
una canción de Sabina.
Y entre
el diario, la cerveza
y la
charla con un compañero
se
mezcla la melancólica melodía:
-Esta es
la canción de las noches perdidas...
Paso por
el Terra, calle del Hospital,
y me
siento en el taburete de la barra
y me
tomo, sorbo a sorbo, la cerveza,
y hablo
con Ángel y con Rosa
de los
tiempos pasados y de los hijos
que se
hacen grandes,
y de la
Peña Clarete porque el sábado
juega el
Barça contra el Osasuna,
¡aúpa
los rojillos! Aun suena Sabina
cuando
el amigo Zapata me descubre el poeta
Antonio
Orihuela, -ahora lo llamo -me dice Javi-
es el
alma mater de Voces del Extremo.
Una
chica morena, amiga del bar,
me
pregunta si todavía escribo versos,
con una
sonrisa le contesto que sí,
dentro
de mí estalla el volcán de la inspiración:
-Mira
por donde ahora me brota del corazón
una
canción de amor!…
Ferran Aisa “Pasión por las matemáticas. Poesía y Mito”
ACSAL
Ediciones, Lepe (Huelva), 2024
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