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lunes, 12 de agosto de 2024

2 fragmentos de LIMINAR de PABLO GÓMEZ BORRACHERO

 


SICK DAY

 

El granizo golpeaba la ventana como agujas, como millones de uñas o manos diminutas pidiendo paso. Saliendo del congelador, que ya no congelaba, un olor a podrido se extendía por toda la cocina y parte del salón. ¿Era el congelador o mi anquilosado cuerpo en el sofá lo que desprendía aquel tufo?

 

Imagino que la muerte viene así, inesperada, mientras notas el frío cuero del sofá en la espalda y miras de reojo una película cualquiera, otra más. Mientras te lamentas de no dejarte golpear por el granizo y no planear viajes infinitos, y ni siquiera cumplir los planes inmediatos, los menos ambiciosos.

 

La muerte nos sorprenderá así, sumidos en una nostalgia absurda o soñando con el futuro, y será patética y ridícula. Quizás ocurra cuando esté solo, de hecho así debería ser, que ocurra en soledad para mayor redundancia y, como hemos dicho, con olores a podrido, con granizo y con la televisión encendida.

 

Será como un laberinto de mantas, como arenas movedizas de telas sudadas. Dicen que al morir pasas frío, yo imagino sin embargo un bochorno insoportable de estufa eléctrica que irá inflándome la papada. Dirigiré mi mano entonces hacia el cuello, como queriendo desabrochar un nudo de corbata vieja, pero no llevo corbata, tendré puesto un pijama sudado, y encima una sudadera, y encima aquella bata de pelos que me hace estornudar.

 

Morir debe ser como una infección en los ojos, como cuando el resfriado no te deja respirar por la nariz o como cuando escuchas el desagüe del vecino y piensas que es la lluvia cayendo; como sabañones en los dedos que no puedes dejar de rascar hasta que se despellejan y empiezan a sangrar, y sigues rascando hasta arrancarte los dedos y los brazos, y así poco a poco hasta que no queda nada.

 

Yo creo que la muerte está encerrada en las casas y teme al aire libre, necesita un ambiente cálido y húmedo para reproducirse, necesita alimentarse de ácaros y telas viejas, de piel muerta, de cansancio y de ese amor que sienten los abuelos que aún pueden sentir algo.

 

Me la imagino como una babosa gigantesca de piel verde oscura que va subiendo por la pierna lentamente y va engordando mientras bebe mi sudor. Sus ojos como antenas no paran de moverse en un esfuerzo desesperado por seguir trepando mi cuerpo tumbado. Inmovilizando poco a poco cada parte de mí, se irá hinchando e hinchando, y cuando cubra todo por completo (mis brazos, mi cabeza, mi pelo y mis vísceras) quedará echada sobre mí como un perro reposando a la hora de la siesta, y habrá crecido tanto que ya no cabrá por la puerta de la casa, y se quedará ahí para siempre, sobre mi cuerpo y el sofá, habitando un gran espacio sin apenas moverse, hasta que digiera el hedor que desprende el congelador estropeado y el granizo vuelva a llamar a la puerta.

 

 


 

TRIBUTO ACARICIADO

El primer recuerdo que tengo de ti es tu espalda. Te sentabas en la fila de delante de un aula de la Escuela de Arquitectura, una de las que había al final del pasillo, junto al pequeño patio al que asomaban pasarelas de Tramex superpuestas.

En tu cabeza, un lápiz de carpintero afilado a navaja se enredaba y dibujaba un garabato de pelo negro, y de tu oreja colgaba una fina parábola de plata, siguiendo el contorno de tu pabellón auditivo. Una prenda negra, probablemente un chaleco, cubría tu espalda encorvada y disimulaba una piel morena color cobre. Tu piel y tu pelo creaban prolepsis de vientres y ombligos brillantes, como un augurio lujurioso de aquellos días


por venir en la campiña italiana o en las ruinas de antiguas capitales búlgaras.

Así buscamos hoy la belleza de nuestra juventud: aquellos cuerpos preparados para el placer y el amor de mejillas rojas y mirada petulante. El tuyo, con sus ojos de una redondez inocente (casi infantil), rodeados de una piel como de lava extendida y con sus labios tan finos y tan serios, tan adultos que asustaban.

No recuerdo la primera vez que vi tu sonrisa, pero debieron de sorprenderme tus dientes tan pequeños, como de leche. Imagino tu boca abriéndose, descubriendo un paisaje de marfiles leves y alzando tus pómulos elásticos, mientras tus ojos, firmes, no perdían su posición: paralelos a los míos.




Pablo Gómez Borrachero. Liminar. Ed. Interludio. Ed. Arrebatolibros, 2020.

Ilustraciones de Javi Cazenave aka HAV & Sevlivka Kamenova.

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