I
A PESAR de tanto frío,
mantengo en la
mirada
la eficacia vivida en el recuerdo
de unas manos seguras,
la eficiencia en el arte
del cuchillo aplicado a la tarea
de un despiece sereno de las horas
entre las raspas del pescado.
¡Mantengo aún la rabia!
Son tus
manos,
entregadas al celo de lograrnos la vida,
el calor de la luz
en el desbroce de los días imposibles.
Son tus dedos, ofrecidos
al pulso del mandil y la tijera,
un recuento, sin número, de escamas,
savia sostenida en el brillo cenital
de un alza en ventas.
Te encumbran los asuntos
que resolvías deshelando las tardes,
los restos de la pesca estremeciendo
el frío sustantivo del aire en las tarimas.
II
¡Cómo nos fue costando, madre,
mirarte después a los ojos,
cuando enferma de sueños
y cansada de darnos, día a día,
todo lo que veías necesario,
no entendimos tu entrega y tus claudicaciones!
¡Cómo fuimos dejando
que guardaras tú sola tantas cosas dolientes
sin sutura y con costra!
Mantengo entre los ojos
la tristeza
de verte de esta forma, cuando observo,
que hoy nunca sé a quien ves cuando nos miras,
pero a veces en tu huida tenaz
sonríes y parece
que al tocarnos con la ciencia de tus manos
nos ofreces otra vez la vida entera,
y la nueva alegría de sabernos.
Luis Ramos de la Torre. En Del polen al hielo, Baile del Sol, 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario