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domingo, 30 de octubre de 2016

PECES FUERA DEL AGUA de JORGE RIECHMANN (VII)




“la catástrofe ya tuvo lugar”

Resulta a veces irritante la insistencia en que “el hundimiento hace tiempo que sucedió y que hoy vivimos ya entre las ruinas del mundo previo a la industrialización masiva”, o también “la verdadera catástrofe, que ya ha tenido lugar, ha sido la renuncia a la libertad que supuso la industrialización de la existencia” (dos formulaciones de Juanma Agulles en su personal cruzada contra la “burocracia de la catástrofe”).[1]

Reflexión preliminar: para quienes creemos en el pecado original en sentido laico (somos simios averiados, somos vasijas resquebrajadas), situar la catástrofe antes del tiempo histórico no debería apaciguar nada. De acuerdo, la Caída ya tuvo lugar, pero la cuestión acuciante es ¿qué hacemos a partir de ahí? ¿Con qué herramientas culturales encauzamos la autoconstrucción –colectiva y personal— del lamentable animal que somos, muy particularmente los varones de la especie? Y no deberíamos permitirnos ninguna autoindulgencia en eso…

Pero vamos al “la catástrofe ya ha tenido lugar”. Punto uno: la industrialización capitalista no ha sido la única catástrofe histórica, claro está. Sería más bien un eslabón en toda una larga cadena de catástrofes. De hecho, una mirada sobre la historia bañada en valores de emancipación (melancólico ejercicio) no puede dejar de apreciar en ésta sino un amontonamiento de catástrofes. A ello apunta la conocida imagen del Ángel de la Historia en Walter Benjamin: “En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar…”[2] (Pero de nuevo habría que preguntar: ¿y qué hacemos a partir de ahí?)

Punto dos: insistir así en que la catástrofe ya ha sucedido supone banalizar lo que se nos viene encima en el Siglo de la Gran Prueba, pues todo indica que carece de parangón con nada de lo que hemos experimentado en el curso de la historia humana. Ecocidio de escala geológica, genocidio de la mayor parte de la población humana, quizá la autosupresión de la especie… ¿Así que la catástrofe ya ha sucedido, mi frívolo amigo? Vaya, te vas a enterar…

(No me parece fuera de lugar el paralelismo histórico siguiente: supongamos que, hacia 1920, alguien declarase que “la verdadera catástrofe, que ya ha tenido lugar, ha sido la renuncia a la libertad que supuso la industrialización de la existencia”. Se hubiera podido apelar –igual en 1920 que en 2015— a un montón de dinámicas catastróficas: la consolidación de antiquísimas jerarquías de dominación bajo formas modernas, la estructuración burocrática de Estados y de organizaciones obreras, las nocivas formas de producción industrial a punto de ponerse en marcha --por ejemplo, a partir de los avances de la industria química militar en la primera guerra mundial--, la derrota de la revolución proletaria en Europa occidental en 1918-1919… Y sin embargo, basta tener una somera noción de lo que vino después –la inimaginable acumulación de daño que llamamos nazismo, estalinismo, militarismo japonés, segunda guerra mundial, Shoah, Porraimos, desarrollo y uso de las primeras armas nucleares, incremento de la destructividad ecológica del capitalismo en su fase fordista— para darse cuenta de que ése “la catástrofe ya tuvo lugar” tiene mucho de frivolidad. Las catástrofes que tuvieron lugar en los decenios siguientes a 1920 dejaron en poca cosa lo peor que una europea o un europeo bien informado hubieran podido imaginar entonces. Hoy, en 2015, podemos intuir que –para nuestra desgracia-- nuestra situación histórica es similar.)

una cuestión de vida o muerte

La racionalidad colectiva se ha convertido hoy, para nosotros, en una cuestión literalmente de vida o muerte... Richard Wright resume la situación en su Breve historia del progreso: “Nuestra principal diferencia con respecto a los chimpancés y los gorilas es que a nosotros nos ha configurado cada vez menos la naturaleza, y cada vez más la cultura. Nos hemos convertido en criaturas experimentales de nuestra propia creación. Este experimento nunca había sido ensayado antes. Y nosotros, sus inconscientes autores, nunca lo hemos controlado. El experimento prosigue actualmente a gran velocidad y a una escala colosal. Desde comienzos de la década de 1900, la población del mundo se ha multiplicado por cuatro, y su economía –que es una medida aproximada de la carga que el ser humano hace sufrir a la naturaleza— por más de cuarenta. Hemos llegado a una situación que exige que el experimento sea puesto bajo control racional, a fin de prevenir peligros actuales o posibles. Todo depende de nosotros. Si fracasamos, si dinamitamos o degradamos la biosfera de modo que no sirva ya para sustentarnos, la naturaleza se limitará a encogerse de hombros y sacará la conclusión de que fue divertido que los monos controlasen un rato el laboratorio, pero que a fin de cuentas resultó no ser una buena idea.”

Chimpancés con reactores nucleares… Sí, vivimos en el Planeta de los Simios. Nosotros somos los grandes simios con grandes herramientas (y con las tecnologías sociales de la burocracia moderna, y con la división del trabajo complejizada hasta el infinito, y con la extrema fragmentación del conocimiento parcelado en pedacitos minúsculos, y con el patriarcado que oprime y desperdicia a la mitad de la humanidad…). Y no sabemos manejarlas.

economía psicopática

La cultura dominante estimula rasgos que –cuando los observamos en un individuo— solemos calificar de psicopáticos. Carencia de empatía, consideración del mundo y de los otros como objetos para el goce propio, impotencia para abrirse a la alteridad o autocuestionarse, ausencia de sentimientos de responsabilidad: en efecto, se diría que el psicópata constituye el modelo para la cultura que hoy prevalece.

“Economía como si la gente importara”, decía E.F. Schumacher en 1973. Necesitamos una economía a la que la gente y el planeta le importen: y no la clase de economía psicopática que hoy padecemos.

 no nos equivoquemos con las preguntas morales

En ética ecológica, la gran cuestión moral no es “qué hago frente al contenedor de reciclaje”, sino “qué hago frente a la sede bancaria”. Lo que está detrás de la devastadora crisis ecológica que está arrasando la biosfera es la dinámica autoexpansiva del capital.[0]



[0] Me escribía un lector de Moderar Extremistán, en marzo de 2015: Me gusta mucho tu insistencia en el peligro de la individualización de las cuestiones éticas, como si todo fuera cuestión de ‘yo pongo paneles solares en casa’ y ya está… como si no existiera una esfera social y cultural devastadora, que no solo aceptamos sino más bien festejamos en muchos casos. Soy nuevo en España (Barcelona), recientemente llegado después de vivir en Estados Unidos durante veinte años… de donde me he ido entre otras cosas en búsqueda de un ambiente con un equilibrio diferente entre la libertad individual (el valor más importante en EEUU, con mucho) y la ‘fraternidad” (cada vez menos importante). Allí todo gira alrededor del individuo y su pursuit of happiness, como si ocurriera en un vacío. Limitar esa libertad es pecado capital (juego con la palabra), y la tendencia a elevar ese valor sobre todo los otros no sólo es dominante, sino que además está en aceleración. Por supuesto que la gente es consciente del caos y la destrucción que eso causa, pero la solución pasa o por milagros tecnológicos + decisiones éticas individuales (en las costas ricas) o por un retorno casi medieval a las religiones (en las zonas más rurales). La idea de organizarse y ponerle freno al ‘mercado libre’ es impensable (aunque sí resulta aceptable dejar que el estado intervenga, ‘en contra del mercado’, a favor de las grandes riquezas privadas —ayer leí, por ejemplo, que el estado dedica seis mil millones anuales en planes sociales que cubren a empleados de Walmart, que cobran el sueldo mínimo que no alcanza para nada)…





[1] Véase Juanma Agulles, “¿Preparados para el fin  del mundo?”, Hincapié, 21 de septiembre de 2014 (http://www.revistahincapie.com/?p=6408 )
[2] El texto completo de esta novena “Tesis sobre filosofía de la historia” de Benjamin dice: “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”



Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016

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