“la catástrofe ya tuvo lugar”
Resulta
a veces irritante la insistencia en que “el hundimiento hace tiempo que sucedió y que hoy vivimos ya entre las
ruinas del mundo previo a la industrialización masiva”, o también “la verdadera
catástrofe, que ya ha tenido lugar, ha sido la renuncia a la libertad que
supuso la industrialización de la existencia” (dos formulaciones de Juanma
Agulles en su personal cruzada contra la “burocracia de la catástrofe”).[1]
Reflexión preliminar: para quienes creemos en el
pecado original en sentido laico (somos simios averiados, somos vasijas
resquebrajadas), situar la catástrofe antes del tiempo histórico no debería
apaciguar nada. De acuerdo, la Caída ya tuvo lugar, pero la cuestión acuciante
es ¿qué hacemos a partir de ahí? ¿Con qué herramientas culturales encauzamos la
autoconstrucción –colectiva y personal— del lamentable animal que somos, muy
particularmente los varones de la especie? Y no deberíamos permitirnos ninguna
autoindulgencia en eso…
Pero
vamos al “la catástrofe ya ha tenido lugar”. Punto uno: la industrialización
capitalista no ha sido la única catástrofe histórica, claro está. Sería más
bien un eslabón en toda una larga cadena de catástrofes. De hecho, una mirada
sobre la historia bañada en valores de emancipación (melancólico ejercicio) no puede
dejar de apreciar en ésta sino un amontonamiento de catástrofes. A ello apunta
la conocida imagen del Ángel de la Historia en Walter Benjamin: “En lo que para nosotros aparece como una cadena de
acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre
ruina, amontonándolas sin cesar…”[2]
(Pero de nuevo habría que preguntar: ¿y qué hacemos a
partir de ahí?)
Punto
dos: insistir así en que la catástrofe ya ha sucedido supone banalizar lo que
se nos viene encima en el Siglo de la Gran Prueba, pues todo indica que carece
de parangón con nada de lo que hemos experimentado en el curso de la historia
humana. Ecocidio de escala geológica, genocidio de la mayor parte de la
población humana, quizá la autosupresión de la especie… ¿Así que la catástrofe
ya ha sucedido, mi frívolo amigo? Vaya, te vas a enterar…
(No
me parece fuera de lugar el paralelismo histórico siguiente: supongamos que,
hacia 1920, alguien declarase que “la
verdadera catástrofe, que ya ha tenido lugar, ha sido la renuncia a la libertad
que supuso la industrialización de la existencia”. Se hubiera podido apelar
–igual en 1920 que en 2015— a un montón de dinámicas catastróficas: la
consolidación de antiquísimas jerarquías de dominación bajo formas modernas, la
estructuración burocrática de Estados y de organizaciones obreras, las nocivas
formas de producción industrial a punto de ponerse en marcha --por ejemplo, a
partir de los avances de la industria química militar en la primera guerra
mundial--, la derrota de la revolución proletaria en Europa occidental en
1918-1919… Y sin embargo, basta tener una somera noción de lo que vino después
–la inimaginable acumulación de daño que llamamos nazismo, estalinismo,
militarismo japonés, segunda guerra mundial, Shoah, Porraimos, desarrollo y uso
de las primeras armas nucleares, incremento de la destructividad ecológica del
capitalismo en su fase fordista— para darse cuenta de que ése “la catástrofe ya
tuvo lugar” tiene mucho de frivolidad. Las catástrofes que tuvieron lugar en
los decenios siguientes a 1920 dejaron en poca cosa lo peor que una europea o
un europeo bien informado hubieran podido imaginar entonces. Hoy, en 2015,
podemos intuir que –para nuestra desgracia-- nuestra situación histórica es
similar.)
una cuestión
de vida o muerte
La racionalidad colectiva se ha convertido hoy, para
nosotros, en una cuestión literalmente de vida o muerte... Richard Wright resume
la situación en su Breve historia del
progreso: “Nuestra principal diferencia con respecto a los chimpancés y los
gorilas es que a nosotros nos ha configurado cada vez menos la naturaleza, y
cada vez más la cultura. Nos hemos convertido en criaturas experimentales de
nuestra propia creación. Este experimento nunca había sido ensayado antes. Y
nosotros, sus inconscientes autores, nunca lo hemos controlado. El experimento
prosigue actualmente a gran velocidad y a una escala colosal. Desde comienzos
de la década de 1900, la población del mundo se ha multiplicado por cuatro, y
su economía –que es una medida aproximada de la carga que el ser humano hace
sufrir a la naturaleza— por más de cuarenta. Hemos llegado a una situación que
exige que el experimento sea puesto bajo control racional, a fin de prevenir
peligros actuales o posibles. Todo depende de nosotros. Si fracasamos, si
dinamitamos o degradamos la biosfera de modo que no sirva ya para sustentarnos,
la naturaleza se limitará a encogerse de hombros y sacará la conclusión de que
fue divertido que los monos controlasen un rato el laboratorio, pero que a fin
de cuentas resultó no ser una buena idea.”
Chimpancés con reactores nucleares… Sí, vivimos en
el Planeta de los Simios. Nosotros somos los grandes simios con grandes
herramientas (y con las tecnologías sociales de la burocracia moderna, y con la
división del trabajo complejizada hasta el infinito, y con la extrema
fragmentación del conocimiento parcelado en pedacitos minúsculos, y con el
patriarcado que oprime y desperdicia a la mitad de la humanidad…). Y no sabemos
manejarlas.
economía
psicopática
La cultura dominante estimula rasgos que –cuando los
observamos en un individuo— solemos calificar de psicopáticos. Carencia de
empatía, consideración del mundo y de los otros como objetos para el goce
propio, impotencia para abrirse a la alteridad o autocuestionarse, ausencia de
sentimientos de responsabilidad: en efecto, se diría que el psicópata
constituye el modelo para la cultura que hoy prevalece.
“Economía como si la gente importara”, decía E.F.
Schumacher en 1973. Necesitamos una economía a la que la gente y el planeta le
importen: y no la clase de economía psicopática que hoy padecemos.
no nos
equivoquemos con las preguntas morales
En
ética ecológica, la gran cuestión moral no es “qué hago frente al contenedor de
reciclaje”, sino “qué hago frente a la sede bancaria”. Lo que está detrás de la
devastadora crisis ecológica que está arrasando la biosfera es la dinámica
autoexpansiva del capital.[0]
[0] Me escribía un lector de
Moderar Extremistán, en marzo de 2015: “Me gusta
mucho tu insistencia en el peligro de la individualización de las cuestiones
éticas, como si todo fuera cuestión de ‘yo pongo paneles solares en casa’ y ya
está… como si no existiera una esfera social y cultural devastadora, que no
solo aceptamos sino más bien festejamos en muchos casos. Soy nuevo en España
(Barcelona), recientemente llegado después de vivir en Estados Unidos durante
veinte años… de donde me he ido entre otras cosas en búsqueda de un ambiente con
un equilibrio diferente entre la libertad individual (el valor más importante
en EEUU, con mucho) y la ‘fraternidad” (cada vez menos importante). Allí todo
gira alrededor del individuo y su pursuit
of happiness, como si ocurriera en un vacío. Limitar esa libertad es pecado
capital (juego con la palabra), y la tendencia a elevar ese valor sobre todo
los otros no sólo es dominante, sino que además está en aceleración. Por supuesto
que la gente es consciente del caos y la destrucción que eso causa, pero la
solución pasa o por milagros tecnológicos + decisiones éticas individuales (en
las costas ricas) o por un retorno casi medieval a las religiones (en las zonas
más rurales). La idea de organizarse y ponerle freno al ‘mercado libre’ es
impensable (aunque sí resulta aceptable dejar que el estado intervenga, ‘en
contra del mercado’, a favor de las grandes riquezas privadas —ayer leí, por
ejemplo, que el estado dedica seis mil millones anuales en planes sociales que
cubren a empleados de Walmart, que cobran el sueldo mínimo que no alcanza para
nada)…”
[1] Véase Juanma Agulles, “¿Preparados para el fin del mundo?”, Hincapié, 21 de septiembre de 2014 (http://www.revistahincapie.com/?p=6408
)
[2] El texto completo de esta novena “Tesis sobre filosofía de la
historia” de Benjamin dice: “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus.
Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo
cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas
tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto
hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de
acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre
ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los
muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se
arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas.
Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las
espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este
huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”
Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016
Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016
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