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viernes, 19 de enero de 2018

¿Qué hacemos frente al mal?



Albert Camus, y nada menos que tras la atroz carnicería de la segunda guerra mundial y el horror indecible de la Shoa, escribió que pese a todo “hay en los seres humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Esto nos remiten a una cuestión fundamental: ¿qué hacemos frente al mal?

Hay poca gente malvada (en términos de psicopatía, por ejemplo, apenas una de cada cien personas): neutralizarlos no debería ser difícil. Eso nos explica Tobeña, investigador de tales asuntos: “Los psicópatas bien caracterizados (…) oscilan entre el 1% y el 1’5% de la población.”[1]

¿Y el resto de la gente, las y los “normales”? Bueno, según diversas investigaciones entre el 20 y el 30% de la gente incurre en conductas antisociales cuando puede hacerlo. Otro 20-30% no lo hace nunca, y respeta siempre las normas, incluso cuando los demás no lo hacen. Y entremedias un 40-60% respeta las normas o se las salta en función del contexto: “En entornos donde todo indica que predomina el cumplimiento cívico de las normas se avienen a ello con prontitud, pero si hay señales claras de que lo que impera es el escaqueo, la desobediencia y la transgresión, se apuntan a las conductas antisociales y no cooperadoras.”[2]

Pero aunque existan muy pocas personas de verdad malvadas, hay verdaderas masas de personas indiferentes, insensibles a las consecuencias de sus acciones, omisiones y modos de vida más allá del círculo cercano. Eso es lo que nos conduce a la catástrofe. Escribía yo hace años (en mi “diario de trabajo” Bailar sobre una baldosa): un asunto al que concedo cada vez más importancia es la dimensión pedagógica del poder. Los dirigentes pueden ser modelos o antimodelos, pero lo que hacen (y no hacen) tiene siempre ese valor de referencia para su sociedad, esa inesquivable dimensión pedagógica. Se puede gobernar intentando que la gente dé lo mejor de sí misma, “tirando hacia arriba”; o se puede “tirar hacia abajo”, apoyándose sobre los instintos más viles.

En ambos casos, se ponen en marcha procesos de aprendizaje que se autorrefuerzan, con una dinámica propia. En ambos casos, la importancia de los valores y disvalores mostrados desde las posiciones de liderazgo es muy grande. La cuestión (volviendo a las cifras de Tobeña) es qué hacemos con esa mitad (o hasta dos tercios) de la gente que está en posiciones morales cercanas a la indiferencia: si tiramos de esas personas hacia arriba, o hacia abajo.

El ejemplar Nelson Mandela lo tenía claro: “Siempre he sabido que en lo más profundo del corazón del hombre residían la misericordia y la generosidad”.[3] Hay que apostar por la misericordia y la generosidad –aunque sólo sea una chispa sepultada en el corazón humano: apostar por lo improbable- y darle ocasiones para crecer. “Trata a las gentes como si fuesen lo que deberían ser, y les ayudarás a convertirse en lo que son capaces de ser”, dijo en cierta ocasión Goethe. Tal era también la posición de Albert Camus.





[1] Adolf Tobeña, Neurología de la maldad, Plataforma ed., Barcelona 2017, p. 39.
[2] Tobeña, Neurología de la maldad, op. cit., p. 31.
[3] Citado en Tzvetan Todorov, Insumisos, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2016, p. 166.



Jorge Riechmann. ¿Vivir como buenos huérfanos? Ensayos sobre el sentido de la vida en el Siglo de la Gran Prueba. Ed. Catarata, 2017


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