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viernes, 9 de noviembre de 2018

EL NIDO DELA PALABRA (IX)


Nuestro monumento más emblemático es un puente de corcheas, en forma de herradura. Se construyó sobre el río que divide la ciudad en cuatrocientos veintitrés barrios. Obviamente es un río muy sinuoso, laberíntico y casposo. Su singularidad reside en el extranjero, por lo que la mayoría de nuestros ciudadanos la desconocen, o al menos no hacen habitualmente alarde de ella. En realidad fue construido por un cocinero muy afamado, pero con poca cordura en sus construcciones. El puente, al ser de herradura y musical como se indica anteriormente, sale de una margen del río y antes de llegar a la opuesta vuelve a su punto de partida, por lo que ha sido designado como el monumento más estúpido de nuestra cultura. Eso sí, desde sus pretiles se pueden escuchar las más afamadas melodías. Apenas es transitado, entre otras cosas porque las autoridades exigen un canon equivalente al peso testicular de los usuarios; las mujeres lo utilizan gratuitamente porque poseen la habilidad de la levitación. En el centro del puente existen una jaula llena de trompetas oxidadas y un ciego que siega alpargatas con su bastón. Las farolas están hechas con mendrugos de pan mezclados con polvo de arpa, el resultado es que la luz que ofrecen tiene el color de la tisis catedrática. En realidad nadie sabe por qué es tan admirado este puente, pues por no tener no tiene ni sombra; dicen las malas lenguas que ni siquiera tiene ombligo, pero esto no ha sido certificado por ninguna academia consensuada o paralítica.



Manel Costa & Curro Canavese. El nido de la palabra. Ed. Sporting Club Russafa.

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