Nuestro monumento más emblemático es un puente de corcheas, en
forma de herradura. Se construyó sobre el río que divide la ciudad
en cuatrocientos veintitrés barrios. Obviamente es un río muy
sinuoso, laberíntico y casposo. Su singularidad reside en el
extranjero, por lo que la mayoría de nuestros ciudadanos la
desconocen, o al menos no hacen habitualmente alarde de ella. En
realidad fue construido por un cocinero muy afamado, pero con poca
cordura en sus construcciones. El puente, al ser de herradura y
musical como se indica anteriormente, sale de una margen del río y
antes de llegar a la opuesta vuelve a su punto de partida, por lo que
ha sido designado como el monumento más estúpido de nuestra
cultura. Eso sí, desde sus pretiles se pueden escuchar las más
afamadas melodías. Apenas es transitado, entre otras cosas porque
las autoridades exigen un canon equivalente al peso testicular de los
usuarios; las mujeres lo utilizan gratuitamente porque poseen la
habilidad de la levitación. En el centro del puente existen una
jaula llena de trompetas oxidadas y un ciego que siega alpargatas con
su bastón. Las farolas están hechas con mendrugos de pan mezclados
con polvo de arpa, el resultado es que la luz que ofrecen tiene el
color de la tisis catedrática. En realidad nadie sabe por qué es
tan admirado este puente, pues por no tener no tiene ni sombra; dicen
las malas lenguas que ni siquiera tiene ombligo, pero esto no ha sido
certificado por ninguna academia consensuada o paralítica.
Manel Costa & Curro Canavese. El nido de la palabra. Ed. Sporting Club Russafa.
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