La fecundidad del vacío
Anna Caballé comenta un libro de conversaciones con
Jean-Paul sartre: «Cuánto ha cambiado nuestro mundo
desde los años setenta: de la pasión por el absoluto de Sartre
o Beauvoir a nuestro relativismo desesperado que apenas tiene respuestas, más allá de las cuestiones capaces de generar
beneficios». Y es que, en efecto, un mundo que sólo
parece capaz de preguntarse «dónde está mi 3%, dónde
está mi 25%» no sólo es abismalmente nihilista: también
es rápidamente autodestructivo. su recorrido resultará
muy corto en términos históricos, a partir de la brutal aceleración
hacia el abismo que prendió alrededor de 1980.
Cuánto nos cuesta entender las dinámicas de crecimiento
exponencial (con esos tiempos de duplicación que
menguan prodigiosamente). Cómo ha cambiado el metabolismo
sociedad-naturaleza en los últimos ochenta años
aproximadamente, y sobre todo en los últimos treinta (los
años alrededor de 1930 y 1980 como goznes del siglo XX)
es algo que desafía la imaginación humana. ¿Desde qué
fecha diría usted que los habitantes actuales de la tierra
hemos emitido la mitad de los gases de efecto invernadero,
en tiempos históricos? la respuesta es estupefaciente:
¡desde 1980! apenas en tres decenios, tanto como en muchísimos
milenios antes: así se comportan los crecimientos
exponenciales. Nos cuesta entender que el mundo
actual, en lo que a impactos sobre la biosfera y los ecosistemas
se refiere, no tiene nada que ver con aquel donde vivían
nuestros abuelos.
Dicho todo lo cual, sin embargo, hay que insistir en que
la «pasión por el absoluto» que evocaba Anna Caballé es
una pasión malsana. ¿seremos de verdad capaces alguna
vez de reconciliarnos con nuestra dependencia, nuestra finitud,
nuestra contingencia —con la intensidad del ahí y la
fecundidad del vacío?
Ignacio Echevarría relee el Hiperión de Hölderlin
Hay algo de autocomplacencia romántica en sentirnos
nada menos que asesinos de la naturaleza —los sublimes
Grandes Criminales—, pero haríamos mal en abandonarnos
a esa clase de estremecimiento narcisista (el narcisismo
de especie nos engaña tanto como el individual). las fantasías
humanas de potencia y control, hoy magnificadas por
el despliegue de la tecnociencia, son la peor de las trampas
para una especie cuya supervivencia está gravemente amenazada
—a causa de sus propios errores…—. sí, repetimos
el diagnóstico de Frederic Jameson según el cual nos resulta
más fácil imaginar el fin del mundo que el final del
capitalismo; y sin embargo nuestra flaqueza de imaginación
—que condiciona la exuberancia de esa fantasía secuestrada
por los milagros de la tecnociencia— no afecta al
curso de las cosas… el fin del capitalismo está cerca —lo
cual no es necesariamente una buena noticia, por el estado
de devastación que dejará tras de sí—, pues a eso nos conduce
su acelerada dinámica autodestructiva; y el mundo seguirá
adelante, con seres humanos o sin ellos.
imaginar que apple y siemens son perdurables y la naturaleza
perecedera es un error banal; que personas tan lúcidas
como Ignacio Echevarría incurran en el mismo sólo
señala la intensidad de la ceguera culturalmente inducida
hacia algunas de las verdades más básicas —señaladamente,
nuestra ecodependencia e interdependencia—. Que destruyamos
bosques, contaminemos océanos, exterminemos especies
y desequilibremos el clima del tercer planeta del sistema
solar no quiere decir que podamos aniquilar la naturaleza
o «segregarnos definitivamente» de ella… Herida, la madre
tierra seguirá adelante; si la herimos demasiado, nosotros no. Hay que insistir en ello: aunque a menudo se emplea
la retórica de «salvar el planeta», éste seguirá adelante, con
seres humanos o sin ellos. la tierra no nos necesita a nosotros:
nosotros necesitamos a la madre tierra. la vida
como fenómeno biológico es extremadamente resistente
(los biólogos hablan en este contexto de resiliencia, con un
término que toman prestado de la psicología): ni siquiera la
peor catástrofe imaginable causada por seres humanos —
«antropogénica», por emplear un adjetivo que oímos a
veces—, una guerra nuclear generalizada, acabaría con las
formas más sencillas de vida, y la evolución continuaría su
curso. las bacterias seguirán ahí; son las posibilidades de
vida buena para los seres humanos, e incluso nuestra mera
existencia, lo que está amenazado.
la dinámica autoexpansiva del capital, y el impulso de
una tecnociencia que se despliega de forma parcialmente
autónoma, lanzan a las sociedades industriales a un violento
choque contra los límites biofísicos del planeta: éste
es el fenómeno central en nuestra época. a pesar de todas
las estrategias de las clases dominantes y los países enriquecidos
para desplazar los impactos (hacia el futuro, hacia
los países empobrecidos, hacia los sectores sociales desfavorecidos,
hacia las mujeres, hacia los animales no humanos),
éstos no dejan de agravarse y hacerse presentes en
forma de enfermedades evitables, hambre, conflictos de
todo tipo y una devastación ecológica generalizada. el horizonte
del BAU (business as usual) es el ecocidio —que no
puede sino venir acompañado de genocidio.
De manera que, a la postre, Hiperión no está tan desencaminado
cuando, en la última de las cartas a su amada
Diótima, celebra la «indestructible belleza del mundo» —
indestructible en la escala temporal humana: desde luego, de aquí a mil millones de años todos calvos— e interpela a
la naturaleza diciendo: «los seres humanos caen de ti
como frutos podridos, ¡deja que se hundan en ti, así volverán
de nuevo a tus raíces!» Ojalá que sepamos hacer de
nosotros mismos algo mejor que dar cuerpo a ese humus
fecundo que, en cualquier caso, seguirá formándose durante
unos cuantos cientos de millones de años en la superficie
de la tierra.
José Luis Gallero & Jorge Riechmann. Mater Celeritas. Materiales (biofísicos, políticos y poéticos) para una cronología de la aceleración. Corazones Blindados - Fulminantes. Granada, 2018
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