La Manada
Violentos ángeles de Caravaggio
(unos locos y, contra La
Niña, su arrebato apabullante:
silencio austero sobre el lomo arqueado del
relámpago);
interpretación muy sui géneris, acaso lisérgica,
de la Gracia:
han empleado su fuerza para someterla.
Bienvenidos a la pantalla
borrosa de un cine X.
Un amor perpetrado en campo abierto:
una gacela rota en la tela del sueño.
En este jardín, ahora rodeado por las llamas,
un diamante tallado,
también confiscado, muy al
norte de esta nueva Sudáfrica,
delirio, truco, trampantojo
(y, posible o
imposiblemente,
su asesinato).
La cordura ha sido encerrada:
en todo momento cárcel
transparente sin salida,
y sumisión a los postres:
una guerra como una
opereta.
Tormenta huracanada,
a este lado del Leviatán,
la Humanidad ya no tiene
salvación:
hoy se asemeja, sin vuelta atrás,
a todo un manicomio.
Pálida y redonda, cual
huevo de lechuza,
apenas luce esta noche la
luna,
sobre el flotante espesor
de niebla.
El Código Penal que poseemos,
no basta por sí mismo, no,
para dar solución,
just-in-time,
a la escritura indefensa.
Un
día tu casa no está tomada
otro
día ellos están en tu patio
es más
tarde y hace frío
los
edificios, sin embargo,
se
llenan hasta el enésimo piso con desconsuelo
el
sonido de la locura
habrás
de llegar al borde del arrebato total
(tantos
ritmos, nunca vistos por mí)
¿queda entregarse a
ellos?
idolatrías locales
idolatrías totales
entonces oyes que
alguien ha decidido abrir
una recogida de firmas
en Change.org
después de que le
intentaran cobrar cinco mil euros
por los gastos del
cadáver de un familiar.
Firman 170.000
personas:
tres días después,
el Gobierno obliga a
las funerarias
a aplicar precios
previos al Estado de Alarma.
Antes,
habían venido los cielos cubiertos:
la
piel de los hombres, lívida, a causa de las heladas
y
algunos paisanos se quedan en la nieve
(en la
pared, estaba escrito, con pintalabios,
Pregunta a
madre).
Y
todas esas bailarinas, en este sobrevenido desfile,
alargan
las piernas, recién aplaudidas
(sí,
a en punto: ha sido a las veinte a las veinte a las veinte).
La
mancha roja había ido extendiéndose:
quedaban
dos veces,
dos
sueños, dos dosis,
dos
arrebatos,
dos
lo que fuera, pero dos*,
“dos”:
cuatro
días para el penúltimo resultado y ¿entregarse? a continuación.
¿Queréis
un poco de alcohol, acaso?
¿Ofrecieron
su indulto, pacientes como, pongamos por caso,
el
número 0a, el 0b, el 0c, el 0d, el 0e, el 0f, el 0g,
y en
perpendicular el 1a y el 1b,
cuando
el 0h, ubicado a modo de cruce de caminos, fue fusilado?
Nunca
lo sabremos.
Y,
al otro lado,
tras
el fondo del pasillo,
la
Humanidad, la pausa:
el
cómic.
*
Escena final de Arrebato, de Iván Zulueta.
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