Old Street at Wall Street
(I don´t like Mondays!)
¿Para qué explicar el
silencio?
(o cerrarle la cortinas a
Cristo):
un hombre de negocios,
traje de Cerruti, gorra de
los Lakers,
cruza un cementerio godo,
tras cierre de mercados,
de vuelta a casa:
frío de hormigón en el
pecho:
la pistola como medio de
comunicación.
Aparecen las tinieblas,
y, hasta el exterior,
una distancia inmensamente
blanca.
Este hombre ha cambiado, en
las últimas horas,
y muy sustancialmente,
su percepción de la Historia
(osos y toros pueblan su Vía
Láctea).
Una burbuja,
otra, otra,
otra, otra,
otra, otra,
otra, otra, otra, otra,
otra, otra, otra, otra, otra, otra.
¡Dios mío, sigue con los
relámpagos!
La Humanidad construye
cuando la Humanidad elimina
(y construye,
y destruye
y destruye,
y construye,
y elimina
Militantes
Ha sido un día… complicado. Una
manifestación. Multitudinaria. Huimos a primera hora de una serie uniformada de
elefantes y pedestales. Esto bien podría haber sido ser un indicio de lo que
estaba por venir. Sabemos dónde quedan ahora los cuervos, no tanto cómo llegar
hasta ellos (y desmadejarlos, o por lo menos tratar de derribar el mito). No
vamos a discutir obviedades: si pasamos por el Tribunal Supremo, ellos
terminarán por leernos el pensamiento. Probablemente hayamos dejado huellas en
el camino que demuestren nuestra presencia aquí (uno de los cuatro mayores
imperios de la Historia de la Humanidad, venido significativamente a menos). No
sabemos comunicar en detalle dichas sensaciones. Entramos en un tres estrellas
Michelin, en el que un pasillo da a un salón lleno que da a un pasillo que da a
un espacio abierto que da a un cementerio godo. Y, entonces, uno de mis
camaradas es risa de fuego. En ocasiones tenemos la sensación de que alguien
nos vigila, o nos persigue. Y nos preguntamos si no habremos estado durmiendo
sobre cuchillas durante todo este tiempo. El mediático chef, su figura, se
distingue a través de un biombo: está contemplando su polla, y contando
baldosas, frente a una bombona de nitrógeno. Somos líderes de opinión:
autorizados por tanto a no darnos cuenta. Pagamos esta fantasía con tarjeta.
Necesitamos, acaso, verosimilitud en la puesta en escena de todo esto, sin
embargo proseguimos sin descanso ni arrepentimiento nuestra marcha. Ya en la
frontera, conseguimos mirar hacia atrás. El cielo es toda una manta sucia; la
luna y algunos hombres se desplazan sumisos hacia el mar. España, España,
España… O el niño algo próximo a ser liquidado: se reinventa frente a sus
cabras tras haber tenido que dejar los estudios. Miguel Hernández convertido
pronto en llegada de las tinieblas y no del día.
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