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domingo, 20 de octubre de 2024

DIARIO NOCTURNO EN UN PAÍS FEO (fragmento IV)




Que Rudolf Steiner, autor de La filosofía de la libertad, y el mismo Raymond Aron, un crítico del marxismo que conviene leer, afirmen que el comunismo más que una filosofía es una religión, y más para un español, educado desde pequeño en el nacionalcatolicismo, tienen algo de verdad. Teóricamente el catolicismo bien entendido y no pervertido por la política fascista imperante tiene unos ingredientes de igualdad, ayudar al más necesitado, obras de misericordia, compartir la capa con el muerto de frío, dar al hambriento la mitad de tu pan, que no tiene el protestantismo de los ambiciosos y ganadores que en realidad ha dominado el mundo moderno. Es cierto que el protestante se salva por la fe, el católico se salva por sus obras. El protestante, cuando deja de creer en Dios, emplea toda su fuerza en prosperar sea como sea. El católico, cuando deja de creer en Dios, tiene que seguir creyendo en el mal, que es lo que ve. Siguiendo estos razonamientos uno ha de saber entender a Bertrand Russell, aristócrata conde al fin y al cabo, cuando dice que el comunismo se parece al islam porque es una religión despótica, que te organiza la vida de un modo rígido, mientras que el catolicismo, al creer en el libre albedrío, te deja libertad para hacer el bien o no, y luego allá tú con tu comportamiento. No deja de ser buen tema para café y puro. Pero hablando del comunismo puede decirse que, si la salvación no llega en el más allá de la religión, en el comunismo tiene que venir en el más acá de la política, que es pues una norma de redención: la propia y la de los demás. El problema de que yo no pueda definirme como comunista afiliado sin ningún género de dudas es porque soy español, o andaluz, o huelvano, o porque me expreso en un idioma entre doscientos diferentes que rezan en comunismo, y acepto mi realidad porque no aceptarla sería de cuento de hadas, mientras que el comunismo ecuménico me obliga a renunciar a mis orígenes y a considerarme, más bien a obligarme, a pertenecer a una patria colectiva universal de enfadados y descontentos. Si me defino comunista por encima de cualquier otra realidad he de aceptar no mi historia desde Tartessos hasta Franco, sino también la historia de Rusia con sus siervos, su revolución, China y Mao, Lenin o el omnisciente Stalin en su fase celosa destructiva que me produce el mismo rechazo que Hitler. Pero yo no tengo nada contra los zares de Rusia ni contra mi padre ni mis abuelos y bisabuelos que no eran comunistas, y mucho menos contra mi lengua, la única que utilizo. Mamarme traducidas obras de los fundadores del comunismo universal me desitúan, pero infinitamente más supeditarme a directrices marcadas desde un país extraño por un jefe y unos ortodoxos de la pureza de su filosofía social, que en Moscú no puede tener el mismo valor que en Cuba, Angola o Andalucía. En una librería con cuya encargada hice el amor con mi propio lenguaje ella, comunista universal convencida, me llama Antoni porque lamenta no saber escribir Энтони, pero yo quiero ser Antonio, el idioma de mis novelistas, poetas y cultura, aunque me hablen mal quitando la d de los participios, no me importa. Por imperativo de las persecuciones y chivatazos es verdad que actualmente acepto ser descrito como Alejandro, pero eso no tiene más valor que jugar al despiste. Tampoco el Manifiesto Comunista traducido dice exactamente lo expresado en origen. Esto me lleva al indudable dolor de entender que el problema del comunismo es el comunismo mismo, y no su aplicación. El capitalismo, que he de indicar para evitar confusiones que es aberrante y miserable, se enjuicia por sus efectos, pero el comunismo se enjuicia por sus intenciones.

Fundamentalmente el comunismo posee a pesar de todo la ventaja sobre cualquier otra ideología o religión en que te presta una superioridadmoral y te pone del lado del Bien con mayúsculas. Pero tiene por desgracia, al convertirse en religión, que por el hecho de ser comunista, automáticamente, el adoctrinado, sea cual sea su cultura, ya es sabio viva donde viva: sabe más de la clase obrera que cualquier obrero, sea del país que sea su servidumbre, y eso ocurre aunque se trate de un picapedrero analfabeto que de un intelectual rata de biblioteca que no haya trabajado jamás, y no quiero decir que el intelectual que por leyes de la vida no ha pertenecido a gremios ni sindicatos ni ha juntado ladrillos ni golpeado yunques en una fragua y que es, verdaderamente, un intelectual que opina e influye, sea despreciable. Yo he dicho esto desde mi perspectiva española actual, en la que definirse comunista, o darlo a entender, es ya una bella moda que ennoblece, dentro de nuestra miseria política. Estoy cansado de tropezarme en librerías y cineclubs con comunistas y filocomunistas que porque consiguen a escondidas comprar un libro prohibido te lo muestran como certificado ideológico, con la tensión arterial por las nubes y mirando de reojo.

Tengo sin embargo muchos ejemplos de intelectuales comunistas honestos para elegir. Por ejemplo, Willi Münzenberg, tan olvidado, por elegir uno. Era un intelectual de manos sin callos. Fue el primer presidente de la Internacional Comunista de la juventud, recaudó dinero y alimentos contra la
hambruna rusa de 1921, ayudó a los luchadores de las Brigadas Internacionales en España, pero se convirtió en enemigo de Stalin tras sus purgas de los años 30 justamente porque no aceptaba un solo idioma comunista universal globalizado con central y jefatura, y acabó asesinado, en apariencia colgado de un árbol en 1940 por orden del gran Papa. Fue el intelectual que ante el llamado comunismo de Stalin afirmó que antes que defender el comunismo como una religión universal lo que había que hacer era atacar el fascismo, el nazismo, el franquismo, el relato del mundo entre dos mandos, esa especie de globalización, o sea, separaba como yo entiendo la doctrina universal del comunismo en inicial lucha contra sus problemas nacionales, que son los suyos personales. A veces pienso que Münzenberg sigue vivo mientras que Stalin y Lenin están muertos, pues defender el comunismo con las armas lleva a absurdos como el interminable holocausto de Vietnam o ese mito producto de consumo llamado Ché,
mientras que poner al enemigo a la defensiva y obligarle a darle la razón, en cuyo caso queda desactivado, o bien llevarte la contraria, en cuyo caso tiene que asumir que es puro fascismo capitalista actualizado, es más inteligente, y el pensamiento comunista queda como depositario único del bien. El comunismo, de todas formas, de ese modo dejaría de ser una religión, lo que trae consigo consecuencias: por ejemplo, el jerarca comunista deja de vivir como comunista y puede acabar de dictador, aunque dijera que imita existencia de organizador para despistar. Es idéntico a lo que ocurre con aquellos cardenales, exceptuando a los seniles con alzheimer y a los de intencionada actitud perversa, que pierden la fe porque están en el secreto de la mentira. Desde ese nivel hacia arriba ya conoces el mecanismo de la propaganda provechosa. Sabes en qué consiste la mentira y en cómo se ha
urdido. Si estás abajo sólo conoces el error o el terror, y el error o el terror solo funcionan con la mentira: voluntariamente ningún país del mundo ha querido ser nunca católico o comunista, la creencia le ha sido impuesta por la fuerza o por el miedo. El comunismo en el que yo milito sin carnet ni pegatinas es español y mio, está aceptando cuerdamente la reconciliación nacional y la complicadísima superación de la Guerra Civil en la que yo tengo víctimas y aún a asesinados desaparecidos. El PCE creo que condenó además la invasión de Hungría, y ahora renacen conflictos en Praga. Tenemos un comunismo filtrado sin deseos de dominio capital, y esto me agrada. Pero esta superioridad moral de la izquierda española, esta conciencia de bondad, esta justificación por la fe que recuerda un poco al protestantismo, ¿va a tener futuro en un pueblo de borregos que en el fondo no ama tanto la libertad como el bienestar económico? En cuanto muera Franco y un gobierno inteligente de derechas suba pensiones, aunque le obligue a entramparse comprando a plazos un 600, adiós al Partido Comunista Español, y esta es mi poca fe en mis compatriotas, son los mismos del “¡vivan las caenas!” y de la aceptación feliz de la Década Ominosa. El español de mañana, de ahora y de siempre no está capacitado para entender que la libertad es un hecho moral, no económico, ni que existe una condición moral previa a todas las demás y que es la dignidad de la persona. Al español de hoy la dignidad no le importa, recuerda que ha pasado tanta hambre durante siglos que se vestirá del color de quien le permita comer y pueda ver pasar por la ventana al vecino más pobre que él. El mondadientes del pícaro de cuando poseíamos el mundo le basta para aparentar que comió carne, y el vecino que envidie si no tiene mondadientes. La excepción de su dignidad fue la guerra civil, cuando consiguió lo que nadie ha conseguido en Europa: resistir al fascismo durante tres años terribles. Ahora grita “¡Franco, Franco...!” ni siquiera por miedo sino por mansedumbre, aunque luego proteste, luego gritará “¡Libertad, Libertad...!” por la misma razón. Mi opinión del comunismo es, pues, muy idealista, y la de mis vecinos muy materialista. Creo, en contra de Rousseau, que el hombre es malo por naturaleza. Desde niño comienza a abusar, aunque sea utilizando el llanto. Luego acude a la escuela donde descubre que la civilización es un ejercicio de represión y la historia un relato de fracasos, y que la socie- dad que crece a su alrededor reprime ordenadamente hasta llegar al que lo posee todo y es aplaudido. ¿Por qué Lenin o Stalin necesitaron de la violencia para imponer la religión comunista? Porque reprimir es más seguro que confiar en la muchedumbre, eso que llaman el pueblo, de muy dudosa confianza electiva. Mejor la fuerza, y eso no lo acepto. Soy, pues, un comunista ateo, ni tengo Biblia ni profetas, y no me gusta la partición del mundo es dos, con supuestos buenos y malos y mártires. Mi pesimismo sobre un mundo global de izquierdas comunistas es incurable si hay ejércitos por medio, la imprescindible educación mundial desde la infancia sería la única solución universal, pero es una falacia, porque la raza humana no funciona sin competencia. A esto se me puede responder: pues vale, aceptemos una guerra mundial con una revolución final a la francesa con abundancia de guillotinas, igual hay suerte y ganamos los partidarios de la igualdad. Magnífico, escribamos esa novela de ciencia-ficción.

Una lectura: EPIEPITAFIO
Karl Marx
Era tan fundamental darse cuenta
de ser la injusticia eterna
en toda la sociedad
compuesta de dos naciones
desiguales:
los dueños de producción
acaudalados
y la enorme masa esclava a su servicio,
que por ley muy natural
tuvo que nacer un Marx.
5 de mayo de 1818
664 de la Brückengasse en Tréveris
judío hijo de rabino,
conocido como “el moro”
pelo negro y ojos negros, piel morena.
Escribió novela cómica
y hasta un Libro de Poesía
hasta que vió
lo feo,
y lo llamó
dictadura de la burguesía,
reflejada a dictadura del proletariado
por otros con ambición.
Sociedad, economía y política
tendrían remedio en la praxis,
la dialéctica,
y con la lucha de clases.
Y comprendió como sabio
que surgirían mil tensiones
con patronos y la Iglesia, siempre vendida al poder.
Llamó al hecho socialismo
hasta entender que sin clases
tenía que ser comunismo,
y a su proceso una lucha,
de clases,
que no de guerras
ni de rezos.
Genio de las Matemáticas,
políglota desde el griego,
estudioso de la historia
desde el grupo y la familia
en todo el mundo.
Mostró fascinación
por las revoluciones
de España
desde Comuneros
hasta la Vicalvarada,
desconcertado porque siempre salían mal
no tocando un punto clave
como es la monarquía.
¡Ay Don Quijote
escarnecido
por el mundo burgués siempre!
El mayor pensador del milenio
fue llamado,
no se sabe si el mayor
de otro milenio anterior
sería Jesús Nazareno.
Combatió a los anarquistas
y a la metafísica,
de Hegel,
a quien no obstante admiraba,
y defendió, con valor en una tesis,
a Epicuro y su ateísmo,
pecado horrendo en la época.
Emigrado en la pobreza
a Londres, donde murió,
trabajó demasiado, no dormía,
se alimentaba muy mal,
era apátrida,
mal humor,
y no se podía sentar,
pero murió
tras sentarse en un sillón diciendo esto:
“Las últimas palabras son
para los tontos
que en vida no dijeron
suficiente”.
Luego vinieron salvajes
ambiciosos de dinero
y de poder
intentando solamente
destrozar el comunismo
con fusiles y torturas y prisiones,
los mismos que avariciosos
mataban el cristianismo.

 

 

Antonio Santos Barranca. Diario Nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024

 

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