documentos de pensamiento radical

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miércoles, 31 de diciembre de 2025

DONDE EL AMOR, ALLÍ EL MUNDO de JORGE RIECHMANN (fragmento IV)

 


La escasez artificial que genera el capitalismo…

 

Ahora bien, aunque reconozcamos la existencia de límites biofísicos externos a las sociedades humanas, tiene razón Yayo Herrero cuando señala que “la idea de escasez construida políticamente tiene más que ver con el despilfarro y la injusticia que con el problema de los límites”.[1] El problema de los límites biofísicos es real, pero en muchos casos vamos a experimentar más bien formas de escasez artificial generadas por el capitalismo, el cual, desde su “pecado original” inicial (el cercamiento privatizador de los terrenos comunales en la Gran Bretaña protocapitalista), no ha dejado de practicar toda clase de formas de apropiación privada y exclusión social.[2] En el capitalismo, explica César Rendueles,

los mecanismos de la competencia producen una escasez artificial que convierte en gigantescos problemas sociales lo que intuitivamente deberían ser soluciones: el incremento de la productividad causa desempleo; la prosperidad da lugar a crisis de sobreproducción… (…) Pero esta carestía artificial y socialmente inducida se combina con una escasez material aplazada pero irreversible relacionada con la depredación de los ecosistemas necesarios para la vida humana.[3]

 

Hay que añadir: no sólo depredación de los ecosistemas, sino expolio de la corteza terrestre y degradación de los “sumideros” planetarios (como la atmósfera o los océanos). Por otra parte, el capitalismo no genera sólo escasez artificial,[4] sino muchas formas de vida dañada. Como señala Luis González Reyes:

Decrecer implica vivir con menos bienes materiales y viajar menos de lo que lo hace la mayoría de la población española, pero eso no guarda relación con vivir peor. Vivimos en el momento histórico en el que el consumo está más exacerbado y, a la vez, probablemente en las sociedades más infelices que nunca hayan existido. También en el único orden social que ha puesto en entredicho la posibilidad de pervivencia de la especie humana. Eso desde luego no es vivir bien.[5]

 

Las sociedades más infelices que nunca hayan existido, o al menos sociedades muy infelices… Fijémonos en estos datos: desde comienzos del siglo XXI, en España se ha triplicado el consumo de antidepresivos por habitante y se ha duplicado el de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes (según datos de la OCDE).[6] En Gran Bretaña, casi la cuarta parte de la población adulta toma al menos un medicamento psiquiátrico al año, lo que supone un aumento de más del 500% desde 1980.[7]

 

 

Algo más sobre las escaseces artificiales que genera el capitalismo

 

La idea de escasez artificial, sobre la que insisten autores como Jason Hickel y Yorgos Kallis cuando caracterizan el capitalismo,[8] es acertada e importante, pero al mismo tiempo puede fácilmente inducir a error (y hacernos minusvalorar las dificultades de las transiciones ecosociales). Además de la escasez artificial efectivamente creada por el capitalismo, hay que contar también con la escasez “natural” que se sigue de la tensión entre las poblaciones humanas (a veces muy grandes) y la base de recursos naturales que éstas necesitan. Sobre estas cuestiones cruciales, Ernest Garcia en Ecología e igualdad ha proporcionado un análisis extenso y consistente.[9]

 

Se me ocurre este modelo sencillo para pensar la cuestión. Yo diría que abundancia y escasez, para los grupos humanos, dependen básicamente de estos cinco factores: P (de población), R (de recursos naturales y espacio ecológico, incluyendo los sumideros), E (de estructura social, incluyendo las formas de propiedad), T (de técnicas para aprovechar los recursos y organizar la convivencia) e I (de ideal de vida buena, incluyendo valores y aspiraciones). Llamémoslo modelo PRETI.

 

Pues bien, la cuestión es que fijarnos solamente en E (las estructuras de propiedad que impiden el acceso a recursos de subsistencia, la tierra en primer lugar) no resulta adecuado… También P, R, T o I cuentan. Asociar la reflexión sobre límites con estrechez ecologista y puritanismo personal (como hace Hickel en ocasiones) resulta muy inadecuado.[10]

 

 Jorge Riechmann. Donde el amor, allí el mundo. Ed. El Desvelo, 2025



[1] Yayo Herrero (en diálogo con Verónica Gago), Ecofeminismos. La sostenibilidad de la vida, Icaria, Barcelona 2023, p. 43.

[2] Aunque sin duda el capitalismo genera formas específicas de escasez (basta con pensar en cercamientos de tierras comunales y en propaganda comercial), ¿no lo hacen todas las sociedades jerárquicas, también las agrarias? Por la doble vía de la succión de recursos hacia los poderosos (y al mantenimiento del aparato de dominación) y de las formas de consumo suntuoso, conspicuo. Esto no nació con la Revolución industrial, sino con el despliegue de la Revolución neolítica, en su segunda fase (el paso de aldeas igualitarias a Estados e imperios, diríamos para abreviar). Pero este gran asunto nos desborda ahora…

Por otra parte, a la vez que genera formas de escasez específicas, el capitalismo crea también una abundancia inaudita en términos energéticos, por su recurso a los combustibles fósiles… Hay bastante complejidad en torno a la abundancia y la escasez, como se ve en cuanto pensamos en términos metabólicos. (Cosa que en general nuestras sociedades prefieren no hacer, atentas sólo a lo que sucede intramuros.)

[3] César Rendueles, Comuntopía. Comunes, poscapitalismo y transición ecosocial, Akal, Tres Cantos 2024, p. 146.

[4] Mecanismos de construcción de la escasez en el cap. 2 de Nueva Cultura de la Tierra (“Construir equidad en común”), por Charo Morán y el Área de Educacion de Ecologistas en Acción (Libros en Acción, Madrid 2023).

[5] Luis González Reyes entrevistado por Salvador López Arnal en Espai Marx, 5 de mayo de 2024; https://espai-marx.net/?p=15475

Sigue diciendo el autor: “Vivir bien es satisfacer las necesidades humanas, no sólo la de subsistencia, sino también otras como las de entendimiento, participación, libertad o protección. La historia de la humanidad demuestra que esto se puede realizar de formas muy distintas y con un consumo energético y material frugal. No caigamos en el relato de que el pasado preindustrial fue el de una vida miserable, porque es falso. Vamos a reducir nuestro consumo material y energético inevitablemente, pero que esto se plasme en mejores o peores formas de vida no depende de esa reducción, sino de las luchas sociales que alumbren unas formas u otras de satisfacer nuestras necesidades.”

[6] Pablo Linde, “Sanidad quiere poner cerco al exceso en el consumo de tranquilizantes”, El País, 9 de mayo de 2024.

[7] James Davies, Sedados, Capitán Swing, Madrid 2021. El autor explica que la economía capitalista actual necesita personas resilientes, optimistas, individualistas y, sobre todo, económicamente productivas: todo el abordaje de la salud mental se ha modificado radicalmente con el fin de satisfacer estas nuevas necesidades.

[8] Véase por ejemplo el siguiente hilo de tuits de Hickel, el 18 de abril de 2022: “En primer lugar, y lo más importante, el capitalismo se define por los cercamientos y la escasez artificial. Los orígenes del capitalismo se encuentran en un esfuerzo sistemático de las élites para restringir el acceso de las personas a los bienes comunes y la subsistencia independiente, a fin de que dependan del trabajo asalariado para sobrevivir. Durante los últimos quinientos años, esto ha tomado la forma de privatización de bienes comunes, despojo forzoso, destrucción de economías de subsistencia y, particularmente en las colonias, hacer pagar impuestos a las personas en una moneda de la que no disponen para inducirlas a buscar salarios en esa moneda… Esto continúa hoy, con los intentos de garantizar una escasez artificial de acceso a bienes esenciales como vivienda, atención médica, educación, movilidad, etc., bienes que podrían proporcionarse muy fácilmente, con alta calidad, sobre una base pública universal” (https://twitter.com/jasonhickel/status/1515977488110915587 ).

                Sobre esto, más por extenso, Jason Hickel, Menos es más, Capitán Swing, Madrid 2023, p. 71 y ss., p. 247 y ss.

[9] Ernest Garcia, Ecología e igualdad, Tirant Humanidades, Valencia 2021.

[10] Hickel, Menos es más, op. cit., p. 51.

martes, 30 de diciembre de 2025

DONDE EL AMOR, ALLÍ EL MUNDO de JORGE RIECHMANN (fragmento III)


 


2. Seres ego-centrados alrededor de un vacío

 

Aquí nos atañe la visión del budismo (y el taoísmo) sobre la condición humana. No hay un yo sólido y sustantivo, como solemos creer; y “el vacío que deja la disolución de la egocentricidad es un útero en el que el sujeto puede crecer”, como subraya Joseba Azkarraga en una tesis doctoral de gran interés.

La visión budista sobre el hecho de que todo está interconectado conecta con el pensamiento ecológico en pliegues realmente profundos. Nada existe por sí mismo (nada es autoexistente), nada es plenamente ‘sí mismo’, todos los seres están conectados entre sí: a través de esa idea (corporeizada) de vacuidad se establecen las bases subjetivas para que emerja una conciencia ecológica profunda, basada en la comprensión empática y compasiva de que todos los seres vivos dependen unos de otros, en una intrincada red de relaciones que siempre está cambiando. Es decir, el acento budista en la no-dualidad entre el ser humano y el mundo estimula la identificación con los ‘otros’, puesto que no estamos separados, y de ahí surge la compasión (com-pasión, sufrir con). Olvidándose de uno mismo, se pierde el sentido de separación y el sujeto se da cuenta de que es la red. Es así como se cuestionan al mismo tiempo la visión egocéntrica y la visión antropocéntrica.[1]

 

En otro momento, el profesor vasco escribe que el sujeto que se emancipa del poder condicionante de los “tres fuegos” –es decir, de los impulsos del ansia, el odio y la ignorancia– es aquel que alcanza el nirvana.

Visto así, el nirvana no se refiere a un estado en el que se trasciende el mundo, sino a la posibilidad de vivir aquí y ahora liberado de la reactividad de los impulsos egocéntricos y desde la libertad interior que ello provoca; una forma de vida que se zafa de los condicionamientos y que, por tanto, está provista de la libertad para vivir de una manera más auténtica, consciente y reflexiva. (…) El vacío que deja la disolución de la egocentricidad es un útero en el que el sujeto puede crecer.[2]

 

 

3. Holobiontes en un planeta simbiótico

 

Cultura no enfrentada a natura, sino en simbiosis con ella. Biomímesis. Entender de verdad la condición humana implicaría una praxis hacia la simbiosis con la biosfera. Pero la estólida cultura dominante se orienta hacia el transhumanismo, mecida en ilusiones tecnolátricas…

 

Mirarnos al espejo y vernos como compuestos de “bacterias simbióticas mutantes fusionadas” (Lynn Margulis) sería un notable avance cultural.[3] A medida que nos hemos vuelto más conscientes de la importancia y complejidad del microbioma que cada ser humano lleva consigo,[4] hemos recordado un término llamado a desempeñar un papel teórico importante: holobionte (formado a partir de los vocablos griegos holos, “todo”, y bios: la vida). En biología, significa el conjunto formado por un organismo multicelular complejo animal o planta y todos sus microorganismos asociados.

 

Holobionte se ha usado desde hace decenios para designar a los corales, con su compleja asociación de animales, algas y bacterias; sin embargo, cada vez es más frecuente emplear el término en referencia a animales o plantas, cuando enfatizamos la función desempeñada por los microorganismos que se encuentran en asociación con estos seres. Un holobionte es un “superorganismo” formado por muchos otros organismos coordinados ¡y los encontramos por todas partes!

 

Simbiosis anidadas en escalas múltiples, hasta llegar a Gaia como Gran Holobionte (así suele llamarla el poeta Daniel Macías).

 

Jorge Riechmann. Donde el amor, allí el mundo. Ed. El Desvelo, 2025


[1] Joseba Azkárraga Etxagibel, Mindfulness implicado. Explorando la intersección entre práctica meditativa, subjetividad contemporánea y cambio ecosocial), tesis doctoral defendida en el Departament de Psicologia Facultad de Psicología, Ciencias de la Educación y del Deporte Blanquerna de la Universitat Ramon Llull, Barcelona 2021, p. 626.

[2] Joseba Azkárraga Etxagibel, Mindfulness implicado, op. cit., p. 379.

[3] No se puede recomendar lo suficiente este libro de introducción al pensamiento de la gran bióloga estadounidense: Lynn Margulis, Planeta simbiótico, Debate, Madrid 2002. Un ensayo de síntesis en Paco Puche, La simbiosis, una tendencia universal en el mundo de la vida. La cosmovisión de Lynn Margulis, Eds. del Genal, Málaga 2018.

[4] Ah, este asunto trascendental –cuya reflexión conduce fácilmente a percatarnos de nuestra ecodependencia… Quizá cien billones de microbios (sobre todo bacterias en los intestinos –pero también, por ejemplo, en la vagina de las mujeres) en relación simbiótica con cada organismo humano. Bacterias que ayudan en la digestión, producen vitaminas, protegen contra otros microbios patógenos… ¡Más de 40.000 especies de bacterias sólo en un tracto intestinal humano! Al microbioma se lo ha llamado también el “genoma extenso” o ampliado…

lunes, 29 de diciembre de 2025

DONDE EL AMOR, ALLÍ EL MUNDO de JORGE RIECHMANN (fragmento II)


 


Teoría Gaia

 

Conviene aquí recordar brevemente de qué trata el enfoque gaiano. Esta hipótesis nos habla de la Tierra (biosfera-con-geosfera-con-hidrosfera-con-atmósfera) como un sistema autorregulado, con elementos de homeostasis. La vida no se adapta pasivamente al medio ambiente, sino que lo moldea de manera que la propia vida puede prosperar.

La teoría Gaia está basada en una simple idea: los seres vivos influyen en su entorno, no sólo se adaptan a él. El conjunto de los seres vivos o biota tiene tanta importancia en el entorno global o biosfera que se abre la puerta a la idea de coevolución y regulación del ambiente por parte del conjunto de los vivientes, y juntos, ambiente y seres vivos, hacen al sistema global como si de una entidad viva se tratara.[1]

 

¿Hay aquí formas de teleología inaceptables? No es así: la versión débil de la teoría Gaia, la Gaia cibernética (o quizá mejor de sistemas complejos), es científicamente sólida y sólo nos habla de mecanismos cibernéticos de regulación entre la vida y la atmósfera terrestre (y otros elementos del Sistema Tierra). Gaia es el supersistema homeostático que emerge de la interacción entre la biota y la biosfera y cuyo resultado son estados que permiten la permanencia de la vida.

La vida genera la atmósfera, la atmósfera permite la vida y ambas se regulan interactivamente. Es decir, constituyen un sistema, lo que equivale a decir que son parte de una misma cosa, no cosas distintas. Es ahí donde surge la hipótesis Gaia: lo que está realmente vivo es la Tierra, de modo que los organismos son sólo una parte de la vida (…). Para la comprensión ecológica del planeta, la teoría Gaia supone una aportación capital. Y una valiosa herramienta sostenibilista…[2]

 

En cuanto a la versión fuerte de la teoría Gaia, una forma sencilla de explicarla sería retirar el como si de las palabras de Carlos de Castro antes citadas: el “sistema global como si de una entidad viva se tratara”. La teoría de Gaia orgánica que defiende Carlos (de manera en mi opinión convincente: pero dejemos de momento abierta esta cuestión) sostiene que de hecho hay que concebir a Gaia como un superorganismo. Gaia, dice nuestro investigador, “es el organismo que emerge de dos procesos biofísicos en interacción: la termodinámica de sistemas complejos disipativos y la resolución que dan los seres vivos al problema de los límites al crecimiento”.[3] Paco Puche, glosándole, explica:

La biosfera es un organismo formado por simbiosis coordinada de todos los vivientes. Gaia, la Madre Tierra, es un sistema homeostático que emerge de la interacción entre la Tierra y la biosfera, cuyo resultado son estados que permiten la permanencia de la vida. La base de esta emergencia es la teoría de Lynn Margulis sobre el mundo de las bacterias: un mundo hegemónico para la vida, en su origen, historia, actualidad y futuro y un mundo simbiótico. Toda esta visión holística de la vida se sustenta también en el concepto esencial de autopoiesis, en todos los organismos y en la propia Gaia. La autopoiesis, una aportación de Maturana y Varela, es la mejor definición de lo que es la vida. Es la capacidad de unos entes, unos organismos, para realizar de manera continuada su actividad (metabolismo) de automantenimiento. Si cesa la autopoiesis cesa la vida. Gaia se auto-mantiene como gran organismo y genera las condiciones que hacen posible al conjunto de la vida de cuyos organismos está formada. Siguiendo todas las características de un ser vivo, Gaia recicla la materia mejor que la mayoría de los organismos, se auto repara, evoluciona y es teleológica, es un organismo de pleno derecho…[4]

 

Señalemos aquí que, incluso si consideramos la versión fuerte (Gaia orgánica) como sometida a un debate científico abierto todavía y ante el que convendría de momento no tomar partido, nos basta con la versión débil (Gaia de sistemas complejos) para proporcionar bases bastante sólidas al “cosmograma que necesitamos” (diríamos con Luis Arenas).[5]


Jorge Riechmann. Donde el amor, allí el mundo. Ed. El Desvelo. 2025



[1] Carlos de Castro, El origen de Gaia, Editorial @becedario, Badajoz 2008, p. 175.

[2] Ramón Folch, Diccionario de socioecología, Planeta, Barcelona 1999, p. 166-167.

[3] Carlos de Castro, “Teoría Gaia orgánica”, conferencia impartida el 9 de noviembre de 2023 en el curso “Ecodesarrollo y cuidado verde: la naturaleza como inspiración y modelo de vida”, UIMP, Cuenca, 8 al 10 de noviembre de 2023.

                Sobre el segundo de estos procesos, Carlos de Castro explica que la primera vida en la Tierra, bacteriana, en menos de trescientos millones de años hubiera consumido los recursos de aquella Tierra primitiva. Al chocar contra los límites del crecimiento las bacterias tuvieron que coordinarse (cooperar, en términos antropomórficos) para sobrevivir, elaborando así sucesivas capas de complejidad.

[4] Paco Puche, “Reencantando con Gaia”, sin permiso, 18 de enero de 2020; http://www.sinpermiso.info/textos/reencantando-con-gaia

[5] Remití el borrador de este artículo a Luis Arenas, quien tuvo la amabilidad de hacer algunas observaciones, entre ellas:

“El nombre de Gaia es un significante que contiene muchos significados posibles. Puede ser una hipótesis científica, sea en su versión fuerte o en su versión débil; puede incorporar un compromiso ontológico (el compromiso con la realidad efectiva de un ente con identidad propia y específica); puede pertenecer al terreno del mito; puede ser la nueva deidad de una religión por construir (o por rehabilitar: la Pachamama) o puede ser el nombre de un cosmograma (aunque la palabra quizá sea fea y tal vez merecería la pena seguir usando el clásico pero quizá envejecido término de «cosmovisión»), esto es, el nombre que condensa las convicciones de fondo que estructuran nuestro psiquismo y la manera de enfrentarnos al mundo de una determinada cultura. Cada una de esas significaciones merece ser valorada de manera independiente y aceptada o rechazada sobre la base de razones diferentes…” (Luis Arenas, comunicación personal, 2 de agosto de 2023).

Observación atinada: aclaro que aquí estoy considerando a Gaia en el marco de las Ciencias de la Tierra, y con la vista puesta en la aportación positiva que la Teoría (científica) Gaia puede hacer para ese “nuevo cosmograma” que necesitamos.

domingo, 28 de diciembre de 2025

DONDE EL AMOR, ALLÍ EL MUNDO de JORGE RIECHMANN (fragmento I)

 



Por una simbioética

en el Siglo de la Gran Prueba[1]

 

Poner la sostenibilidad de la vida en el centro significa considerar el sistema socioeconómico como un engranaje de diversas esferas de actividad (unas monetizadas y otras no) cuya articulación ha de ser valorada según el impacto final en los procesos vitales. Aquí van ligadas dos preguntas: cuál es esa vida cuyo sostenimiento vamos a evaluar, qué entendemos por vida digna de ser vivida, o de ser sostenida; y cómo se gestiona dicho sostenimiento, cuáles son las estructuras socioeconómicas con las que lo organizamos. (…) La construcción ética hegemónica sobre la vida es perversa en diversos sentidos. Entre otros, porque escinde vida humana y naturaleza, impone un sueño loco de autosuficiencia y negación de la vulnerabilidad, e identifica bienestar con consumo mercantil en permanente crecimiento. También están pervertidas las estructuras socioeconómicas actuales porque ponen la vida al servicio del capital y, por tanto, establecen una amenaza permanente sobre ella.[2]

Amaia Pérez Orozco

 

El gran desafío hoy es promover una relación con el otro, con la naturaleza, en el trabajo, con los animales, que no sea de dominación, lo que yo llamo la consideración. (…) Consiste en el reconocimiento del valor propio de cada ser y en la transmisión de un mundo común. La clave de la consideración es la vulnerabilidad. A través de esta última podemos cambiar de modelo de desarrollo. Pero para cambiar hay que emprender una guerra con uno mismo y lograr cortar de raíz el principio de dominación que nos tiene colonizados. Para emprender esta guerra tenemos que reconciliarnos con nuestra propia vulnerabilidad y a partir de ahí veremos con más claridad que todos somos iguales, así como la fragilidad de la existencia y la belleza de esta. En estos momentos hay una guerra entre la dominación y la consideración…[3]

Corine Pelluchon

 


 

Abandonar la búsqueda contraproductiva de dominación

 

Crisis de inserción en la biosfera terrestre, decíamos. Reinsertarnos en los ciclos de Gaia y sus redes de vida implica abandonar el sueño cartesiano de convertirnos en “dueños y señores de la naturaleza” (Discurso del método, VI),[8] que a su vez actualiza el viejo mandato bíblico de dominación: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 28, 1).[9] Pero nuestras sociedades, ay, no están por ello…

 

La cultura dominante (euro-occidental) ha alentado la creencia en un dualismo metafísico (de origen divino) que divide a los seres vivos en sujetos y objetos, donde los sujetos (los seres humanos, o quizá sólo algunos de ellos) se autorizan a cosificar, instrumentalizar, analizar, explotar y a la postre destruir a los demás seres vivos considerados como meros organismos-objeto. Los resultados de tratar así a las miríadas de otros seres que tienen sus propias vidas por vivir son desastrosos.

 

Evoca Julen Rekondo a Ramón Margalef, uno de los grandes ecólogos del siglo XX, quien denunciaba que “el hombre se ve frente a la Naturaleza sentado como un rey, explotándola y dirigiéndola sin formar parte de ella”. ¿La razón? Según el gran biólogo catalán, nos desagrada pensar que nuestra vida se halla unida a otras en un destino común vinculado al de la Tierra, en un complejo nexo de ataduras íntimas.[10] Pero no por esquivar esa realidad, que cuestiona nuestro narcisismo de especie, va a dejar de ser una descripción real de nuestra situación… Como señala Geneviève Azam:

El distanciamiento con respecto a la Tierra, reducida a un objeto, a una superficie por desarrollar, crea un mundo de colonos que excluye toda convivencia entre humanos y no humanos. Autoriza la jerarquía y el cribado entre humanos. Niega en un mismo movimiento la parte espiritual de la naturaleza y la parte natural del ser humano. Volver a recorrer los caminos terrenales significa encontrar las huellas enterradas de los y las vencidas de la modernización, tomar en serio otras cosmogonías, despojarse del antropocentrismo dejándose atravesar, descentrar y desestabilizar por otros puntos de vista. Significa iluminar el mundo del espíritu de las cosas, de los lugares y de los seres vivos.[11]

 

Tendríamos una oportunidad de sobrevivir y prosperar si nos reintegrásemos simbióticamente en la biosfera de esta Tierra que es un planeta simbiótico.[12] Pero nuestras sociedades no avanzan por ese camino: muy al contrario… Allí donde deberíamos estar buscando la reintegración honda y rápida en la naturaleza (estrategias de autocontención, biomímesis y resilvestración),[13] la cultura dominante sigue persiguiendo el sueño contraproductivo de la dominación... Y así destruimos y nos autodestruimos.

 

 

Interludio: lecciones (malas) de cosas

 

Abro un breve paréntesis. Había en España, desde finales del siglo XIX, un subgénero de libros didácticos titulados lecciones de cosas: manuales escolares ilustrados con dibujos y fotografías que trataban de poner en contacto a los niños y niñas con el mundo real: animales, vegetales, medios de transporte, alimentos, máquinas… Podríamos desviar un poco el concepto para referirnos a las mudas lecciones que continua y cotidianamente nos imparte el mundo material donde vivimos. Sin necesidad de discurso verbal, las cosas de las ciudades, las fábricas, los aeropuertos y los centros comerciales sencillamente están ahí y nos cuentan, de forma elocuente, la narración antropocéntrica del triunfo humano.

 

En efecto: las prácticas humanas sedimentan y se materializan en toda una “tecnosfera” de infraestructuras, edificaciones y objetos sobre los que se desliza nuestra vida de todos los días, casi siempre sin prestar mucha atención. Pues bien: las lecciones de cosas que nos imparte todo el tiempo el mundo urbano-industrial nos confunden y desencaminan, transmitiéndonos supremacismo humano, velocidad, dominación, agresión, competencia... Al mismo tiempo, la expansión de ese mundo urbano-industrial va degradando y destruyendo el mundo natural (los demás seres vivos, los ecosistemas, Gaia), que nos enseñaría otras lecciones de cosas bien diferentes. Construimos aún más autopistas mientras talamos aún más bosques; nos sumergimos en “metaversos” virtuales al tiempo que destruimos la diversidad de la vida. Acceder a las experiencias enriquecedoras que sólo puede proporcionar una naturaleza en buen estado se hace cada vez más difícil. Cientos de anuncios comerciales cada día, pero ningún encuentro con una rana o un tejón.[14]

 

Y por eso, entre otras razones, los ecologismos vamos perdiendo terreno en nuestras trágicas luchas por un planeta habitable.

 

 

Un horizonte de convivencia en la no-dominación

 

Simbiosis es una noción biológica: en términos humanos hablamos de cooperación o ayuda mutua… El gran asunto ético-político de siempre ¿no es dominación frente a cooperación?[15] Se trataría de establecer, con el resto del mundo vivo al que pertenecemos, relaciones no de dominación y explotación, sino de coexistencia y simbiosis (en la mayor medida posible). Sin ilusiones angélicas, manteniendo un básico realismo biofísico, y teniendo en cuenta el carácter dinámico y procesual de todo el conjunto de relaciones vitales que está en juego…

 

Abundemos en ello. El horizonte utópico/ distópico de dominación (que con tanto vigor y agudeza criticaron Theodor W. Adorno, Max Horkheimer, Murray Bookchin, Vandana Shiva y tantas otras pensadoras)[16] habría de ser sustituido por uno de convivencia, interacción y cuidado[17] a partir de asumir las realidades de la simbiosis. De ahí la importancia de la teoría de la simbiogénesis de Margulis, la teoría Gaia de James Lovelock y Carlos de Castro, las corrientes minoritarias de la izquierda que se han opuesto al productivismo y el extractivismo desde William Morris a Ivan Illich… Advierte Marta Tafalla:

La nuestra es una civilización que niega sus propios fundamentos, que se afirma autónoma cuando en realidad es ecodependiente. Sobre esta extraña contradicción, alimentada por la misma actitud egoísta que nutrió el dualismo metafísico, construimos nuestra irracional forma de vida. Y mientras invertimos energías en someter la naturaleza y soñamos con liberarnos de ella, no aprendemos a conocerla, a convivir, ni tampoco a apreciarla.[18]

 

Más que de éthique de la non-puissance (Jacques Ellul),[19] hablemos de no-dominación: ésa es la clave. (Y por ahí, por cierto, se conectarían directamente la simbioética y la filosofía política republicana…)

 

Necesitamos aprender a ver aquello ante lo cual la cultura dominante (antropocéntrica, mecanicista, patriarcal, colonial, capitalista e individualista) nos hace ciegos: A) la vitalidad que anima casi todo en el planeta Tierra; B) la importancia de los sistemas complejos adaptativos, y especialmente la importancia de esas totalidades que llamamos ecosistemas; C) la importancia en el mundo vivo de la simbiosis, frente a los procesos de competencia y depredación; D) el trágico peso de las dinámicas sistémicas que hemos puesto en marcha los seres humanos (como la reproducción ampliada del capital, la expansión de la tecnociencia y la aceleración social).

 

 

Terraformarnos a nosotras y nosotros mismos

 

La cosmovisión galileana-cartesiana, en la base de la Modernidad europea, nos lleva a pensarnos como algo esencialmente diferente del mundo: se supone que los seres humanos (o más bien nuestra alma inmortal) somos res cogitans y todo lo demás res extensa. Nos hallamos en el mundo como extranjeros: una suerte de extraterrestres en la Tierra. Pero esto es del todo erróneo. Como subraya Wolfgang Welsch, “estamos troquelados por nuestra herencia evolutiva incluso en nuestras actividades culturales. El ser humano surgido evolutivamente es un ser troquelado por el mundo y unido al mundo”.[20] Desde siempre nos hemos desarrollado, nosotros y todos nuestros antepasados, como parte de la biosfera terrestre; hemos ido coevolucionando con ella y con la miríada de seres vivos que la componen.

 

Bajo una cultura dominante que se halla (como suele enfatizar Yayo Herrero) en guerra contra la vida, vivimos como extraterrestres en el tercer planeta del Sistema solar. Se habla de “terraformar” Marte, buscando a la desesperada una salida por lo demás quimérica[21] de los estragos ecológico-sociales que causamos; pero no se trataría de “terraformar” Marte, sino de terraformarnos a nosotras y nosotros mismos. Así que éste sería un principio para la nueva cultura que buscamos: seguir adelante con la alfabetización ecológica básica, pensando en terraformarnos a nosotras y nosotros mismos.

 

No cabe pensar, a estas alturas, en una educación ambiental aséptica: la alfabetización ecológica nos plantea un reto especial, porque tomarte en serio ese conocimiento te llevaría a cambiar tu forma de vivir.

 

 



[1] Una versión anterior de este texto en el libro colectivo Humanidades ecológicas: hacia un humanismo biosférico (Tirant lo Blanc, Valencia 2023).

[2] Amaia Pérez Orozco, “De vidas vivibles y producción imposible”, publicado en Rebelión el 6 de febrero de 2012. Puede consultarse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144215

[3] Corine Pelluchon: “No debemos dejar la sed de sentido a la religión” (entrevista), El País, 15 de mayo de 2022; https://elpais.com/ideas/2022-05-14/corine-pelluchon-no-debemos-dejarle-la-sed-de-sentido-a-la-religion.html

[4] Jorge Riechmann, Simbioética: Homo sapiens en el entramado de la vida, Plaza y Valdés, Madrid 2022.

[5] Los holobiontes son (somos) entidades formadas por la asociación de diferentes especies que dan lugar a unidades ecológicas. El término, introducido quizá por Lynn Margulis en “Symbiogenesis and symbioticism”, deriva del griego antiguo ὅλος (hólos), que significa “todos”, y βιὅς, que significa “organismo”, “ser vivo”.

[6] Jorge Riechmann, Biomímesis. Ensayos sobre imitación de la naturaleza, ecosocialismo y autocontención, Los Libros de la Catarata, Madrid 2006. Segunda edición actualizada: Un buen encaje en los ecosistemas, Catarata, Madrid 2014.

[7] Desarrollo esta propuesta por extenso en dos libros recientes: Informe a la Subcomisión de Cuaternario, Árdora, Madrid. 2021. Y Simbioética, Plaza & Valdés, Madrid 2022.

[8] Veamos la famosa cita por extenso: “En lugar de la filosofía especulativa enseñada en las escuelas, es posible encontrar una práctica por medio de la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los oficios varios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlas del mismo modo en todos los usos a que sean propias, y de esa suerte hacernos como dueños y poseedores de la naturaleza. Lo cual es muy de desear, no sólo por la invención de una infinidad de artificios que nos permitirían gozar sin ningún trabajo de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que hay en ella, sino también principalmente por la conservación de la salud que es, sin duda, el primer bien y el fundamento de los otros bienes de esta vida”. René Descartes, Discurso del método (en la selección de obras recogidas en Biblioteca de Grandes Pensadores), ed. Gredos, Madrid 2011, p. 142.

[9] En un artículo hoy ya clásico titulado “The historical roots of our ecological crisis” (1967), el historiador Lynn White trató de mostrar cómo el cristianismo favoreció la idea de separación del ser humano respecto de la naturaleza; esto impulsó posteriormente, ya con la revolución científica europea de los siglos XVII-XVIII, una moral que legitimaba dominar y explotar nuestros entornos.

[10] Julen Rekondo, “Semillas voladoras”, eldiario.es, 29 de julio de 2024; https://www.eldiario.es/euskadi/blogs/viento-del-norte/semillas-voladoras_132_11556972.html

[11] Geneviève Azam, “Terrestre”, en AAVV, 40 voces por las sublevaciones de la Tierra, Virus, Barcelona 2024, p. 150.

[12] Lynn Margulis, Planeta simbiótico, Debate, Madrid 2002.

[13] Jordi Palau, Rewilding Iberia, Linx Eds. 2020. Marta Tafalla, La filosofía ante la crisis ecológica, Plaza y Valdés, Madrid 2022. Cristian Moyano, Ética del rewilding, Plaza y Valdés, Madrid 2022.

[14] Se podría decir también con Amador Fernández-Savater, en uno de los textos donde dialoga con Herbert Marcuse: “La tecnología es la ideología de las sociedades industriales avanzadas. Una ideología que está en las cosas mismas. Disuelta en los transportes, el trabajo, el ocio, en el lenguaje, las formas de acceso al saber y al conocimiento, las interacciones sociales más banales. Es la propaganda por el hecho…”

[15] Un tratado monumental: Dominar de Christian Laval y Pierre Dardot (Gedisa, Barcelona 2021).

[16] La dominación es anti-ética: he razonado al respecto en “Acerca de la igualdad en la era de la crisis ecológico-social”, capítulo 2 de Autoconstrucción (Catarata, Madrid 2015). Pero además, si a usted los argumentos “buenistas” no le convencen, sepa que es contraproducente: se vuelve contra el dominador. Lo he mostrado en “Dejar de comportarnos como extraterrestres en el tercer planeta del sistema solar”, capítulo 6 de Simbioética (op. cit.).

[17] Podríamos hablar también de consideración, como lo hace Corine Pelluchon en la cita que precede a este texto y en su libro Ética de la consideración (Herder, Barcelona 2023); y sin duda de amor compasivo. O también de convivencia noviolenta, echando mano del importante concepto de ahimsa, tan presente en las tradiciones sapienciales hindúes…

[18] Marta Tafalla, Ecoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, Plaza & Valdés, Madrid 2019, p. 147.

[19] “Lo ilimitado ‘es la negación de la humanidad y de la cultura’. Y el objeto mismo al que se refiere lo sagrado es el límite. (…) Contra la omnipotencia ilimitada de la Técnica, contra la eficacia establecida como valor supremo, Ellul promueve una ética de la no-potencia, como límite que se opone al universo de las cosas y su contabilidad”. Daniel Vidal, “Jacques Ellul, Théologie et Technique. Pour une éthique de la non-puissance”, Archives de sciences sociales des religions 168, 2014; http://assr.revues.org/26396

El libro al que se refiere es Jacques Ellul, Théologie et Technique. Pour une éthique de la non-puissance (edición de Sivor, Danielle y Yves Ellul; introducción de Frédéric Rognon), Labor et Fides, col. Philosophie, Ginebra 2014.

[20] Wolfgang Welsch: Hombre y mundo. Filosofía en perspectiva evolucionista, Pre-Textos, Valencia 2014, p. 12.

[21] Quimérica, sí, pese a las fantasías de los tecno-oligarcas como Elon Musk. “Musk habla de Marte como un bote salvavidas para la humanidad, lo cual es una de las cosas más estúpidas que alguien podría decir”, sostiene Adam Becker, astrofísico y autor del libro More Everything Forever, que describe las fantasías mesiánicas de ciencia ficción de los oligarcas tecnológicos. “Hay muchísimas razones por las que es una idea tan mala, y no se trata de que digamos: Oh, nunca tendremos la tecnología para vivir en Marte. No es eso lo que digo. Lo que digo es que la Tierra siempre será una mejor opción, pase lo que pase. Por ejemplo, podríamos ser impactados por un asteroide del tamaño del que extinguió a los dinosaurios, y la Tierra seguiría siendo más habitable. Podríamos hacer explotar todas las armas nucleares, y la Tierra seguiría siendo más habitable. Podríamos tener el peor escenario posible para el cambio climático, y la Tierra seguiría siendo más habitable. Cualquier análisis superficial de los hechos sobre Marte lo deja muy claro”. Por otra parte, no es necesario ni siquiera un superficial análisis fáctico sobre Marte si uno se cree que la tecnología está cerca de inventar una máquina capaz de cambiar las propiedades físicas del universo. En 2023, el multimillonario director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, admitió que el cambio climático era un problema enorme, pero restó importancia a su magnitud afirmando que una IA superinteligente pronto podría decirnos cómo crear muchas instalaciones de energía limpia, cómo aumentar la captura de carbono y cómo lograr ambas cosas rápidamente y a gran escala. “Lo que dijo fue en realidad: una buena manera de resolver el calentamiento global es construir una especie de máquina sin una definición clara, que nadie sabe cómo construir, y luego pedirle tres deseos”, comenta Becker con un suspiro. Para lo anterior: Alex Morris, “What you’ve suspected is true: billionaires are not like us”, Rolling Stone, 15 de junio de 2025; https://www.rollingstone.com/culture/culture-commentary/billionaires-psychology-tech-politics-1235358129/


Jorge Riechmann. Donde el amor, allí el mundo. Ed. El Desvelo. 2025