Han fracasado el estado del bienestar y la guerra contra las drogas.
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La generación previa a la mía fue engañada,
hipotecaron sus vidas en sus trabajos soñados,
trabajos que ahora no les sacan de un mal sueño:
la pesadilla de ver lo que queda para sus hijas e hijos.
La primera generación que vivirá peor que la anterior.
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El poder sigue encadenando cuerpos, cercenando cuerpos, encerrando vidas.
Las fronteras entre las clases se difuminan.
Dentro del mismo 20% de personas del planeta
están la clase alta, la clase media y la clase obrera.
El otro 80% no forma parte del contrato,
la inmensa mayoría que menos tiene y menos necesita,
sobre cuya paupérrima existencia nos apoyamos,
sobre cuya miseria edificamos nuestras bancas,
sobre cuyas cabezas pende el filo de la Economía.
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La Historia sigue construyendo los relatos hegemónicos,
sigue escribiéndose en el centro de los mismos libros,
siguen los márgenes ardiendo y sus cenizas alzan vuelos
que se encienden al contacto con las utopías.
No son llegadas: son la brújula.
No son remansos de niñez ni orillas, las utopías
son y serán señales de por dónde ir, de dónde está el futuro.
Se suicidan más jóvenes cada día.
Se separan más parejas, poner punto y final a tantas cosas
no resultó jamás tan fácil, el último resquicio de la libertad.
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La piel es nuestra última frontera.
El cuerpo, el último bastión de nuestra lucha,
cuerpo enfermo, cuerpo parto, cuerpo puta.
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Perdimos la batalla dialéctica del discurso,
en el mar de ideas huérfanas naufragan las dicotomías,
buceamos en oleadas de aturdimiento y de ira feroz
mientras lo conductual engulle nuestras formas de expresarnos
y las plazas ya solo viven en sucedáneos.
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En esa esquina hay un pobre que duerme en la calle porque los bancos
han expropiado su casa, los mismos bancos
que se arriesgaron demasiado en sus apuestas
y a los que rescató el Estado.
Sigue existiendo el Estado.
Y se alimenta de urnas, de niños muertos,
de reinas soldado y de hipótesis en las que matarías.
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La crítica del arte se ha vuelto todo un arte.
Sigue habitando la esperanza en las metáforas, pero
la realidad encontró un símil en el hueco de las pantallas
y tiene pinta de querer quedarse ahí a vivir.
El enanito duende de los periódicos
se carcajea mientras esparce trampas entre las letras.
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Asistimos a la final toma de pulso de un sistema que agoniza
con demasiada buena educación, sin hacer ruido.
Creíamos que si matábamos a dios mejoraríamos
y hoy ni somos media sombra de lo que fuimos,
solo atinamos en borracheras de LSD a remirarnos las manos,
como encontrando en ellas la identidad que nos borraron.
Tenemos nuestra agencia, toda la agencia, hecha miguitas en el fondo del bolsillo.
Se estrella al fondo el estruendo de un aullido.
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En primer plano, el cinismo pare unos ojos ingenuos
y la inocencia se abre paso a través de fosas nasales
que alguien no tarda en tapar con una mascarilla.
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«No quedan más existencias de repuestos en los almacenes».
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Ha comenzado el espectáculo:
han fracasado el estado del bienestar y la guerra contra las drogas.
Maje Martínez
En: Voces del Extremo. Poesía y paraíso. Ed. ACSAL. 2025