documentos de pensamiento radical

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jueves, 30 de junio de 2022

UN MUNDO SIN LIBROS de MARÍA JESÚS RUIZ (2 fragmentos)


 

Penar en primavera

 

Algunas baladas de tradición oral recogen con más o menos detalle el motivo de la prisión[1], y en concreto el de las penas padecidas en ella. En muchos casos el sufrimiento que la privación de libertad y la soledad producen se expresa intensificado por el hecho de penar en primavera, tiempo en el que los sentidos se despiertan del letargo invernal y el cuerpo –y el amor en consecuencia- se siente más cerca que nunca de la naturaleza.

Tal trágica ocasión expresa el viejo romance de El prisionero, muy difundido en todo el mundo hispánico, cuya historia suele desenvolverse como en esta versión zamorana: “Mes de mayo, mes de mayo, mes de las fuertes calores, / cuando los toros son bravos, los caballos corredores, / cuando los trigos encañan, los lirios están en flores, / Las damas andan en gala, los galanes en jubones. / Cuando los enamorados regalan a sus amores: / quién los sirve con naranjas,           quién los sirve con limones, / quién los sirve con manzanas, el fruto de los amores. / Pero yo, triste de mí, metida en esta prisión, / sin saber cuándo amanece, ni cuando arrayaba el sol; / si no es por tres avecicas, que me cantan al albor: / la primera es la calandria, el otro es el ruiseñor, / la otra la tortolica, que anda sola, sin amor: / no se posa en el romero, ni en ramos que tengan flor, / que se posa en las aradas a la sombra de un terrón, / a recoger el granito que derrama el labrador. / Ahora, por mis pecados, no sé quién me las mató; / ¡malhaya sea la escopeta, malhaya sea el cazador!”

Es muy probable que la enorme vitalidad del romance en la oralidad tradicional se haya debido a la concentración de significados que en la mayoría de las versiones se produce en torno a la primavera, y más en concreto al contraste dramático entre el expansionismo vital y erótico de esa época del año y la oscuridad y el aislamiento en que vive el protagonista. Al hilo de ello, la balada incorpora en ocasiones un estribillo goliardesco (“¡vitor vitanda!”, ¡viva lo prohibido!) vinculado al goce amoroso carnal.

Pero no es menos cierto que El prisionero es un relato que sugiere algún elemento misterioso, lo no dicho, la causa de la prisión, escondido quizás bajo la potente advocación de la cebada, los trigos, los lirios y los pájaros. En ellos –y especialmente en las aves- se concentra un simbolismo que podría desvelar el secreto.

Siguiendo una tradición que se remonta al menos hasta Anacreonte, la poesía amorosa (culta y popular) de los siglos XV y XVI convocó con frecuencia a los pájaros como mensajeros de amor, siendo los favoritos el ruiseñor y la calandria, cantor nocturno el primero, anunciadora del alba (y, por tanto, de la separación de los amantes) la segunda. La tradición literaria habla, además, de que el ruiseñor no simboliza el legítimo amor conyugal, sino la lujuria y el adulterio. Al hilo de esta simbología, puede interpretarse que tras el llanto de El prisionero hay un relato (perdido) que se referiría a que la cárcel del protagonista viene impuesta por un amor adúltero, y por el consecuente castigo de un marido celoso; y con el mismo fundamento cabría leer que el ruiseñor y la calandria, -siendo las aves que despiertan la melancolía del cautivo por el amor perdido, y siendo por demás el único consuelo de éste- caigan atravesadas por la ballesta furiosa de ese mismo marido, que así eliminaría cualquier rastro del adulterio.

Sea como fuere, leer y oír el romance del anónimo cautivo no puede dejar de evocarnos el momento milagroso del “alba del romancero”: la fecha, 1825; el lugar, la Cárcel de Señores de Sevilla. Allí, sufriendo prisión real a manos del absolutismo de Fernando VII, el bibliófilo Bartolomé José Gallardo, romántico y liberal, compartió celda con dos hombres de Marchena, quizás gitanos, Curro el Moreno y Pepe Sánchez. Ellos le cantaron a Gallardo los romances de Gerineldo y de La boda estorbada, y pudo reconocer en ellos el intelectual la prodigiosa supervivencia de viejas baladas a través de generaciones y con el único soporte de la voz y la memoria. Gerineldo, el relato que recoge los amores ilícitos de la hija de Carlomagno, Enma, con su paje Eginardo, también principia en muchas versiones con versos de El prisionero, que en aquella cárcel sevillana seguro que hubieron de sonar, más que nunca, como el bálsamo y la melancolía que la evocación de la primavera llevan a cualquier encarcelado.

 

 

 

 

 

San Juan entre lirios

“Aquí lirios y allí lirios / todo el campo está enliriao / y en medio de tanto lirio / está mi amante acostao” cantaron las mujeres en la Sierra de Cádiz hasta hace algo más de medio siglo cuando, por estas fechas, montaban los columpios en nogales, pinos, olivos, chaparros, encinas, alcornoques o quejigos de ramas robustas, y acudían allí a sanjuanearse. La evocadora imagen del amante dormido entre las flores sostiene la creencia milenaria de uno de los atributos místicos de San Juan, heredado de una serie de figuras sagradas. Los romanos, por ejemplo, creían que Attis estaba muerto o dormido durante el invierno, esperando la estación templada para despertar, igual que las semillas aguardan el hálito de la primavera.

San Juan difiere del resto de los santos porque en su día se celebra su nacimiento, y no su muerte. El momento culminante del cielo que simboliza el 24 de junio (los planetas alineados y el sol en su máximo declinar) reúne una ritualidad diversa, concentrada no obstante en torno a tres elementos: el agua, el fuego y la vegetación. Los tres apuntan a un sentido purificador y fertilizante y se materializan en una amplísima serie de prácticas folklóricas que tienen que ver con el amor y con la renovación de la vida.

En aldeas y pueblos de España fue habitual durante siglos que las mujeres yermas, en la noche del solsticio de verano, acudieran a la playa, al río o a la fuente en busca de un agua sanadora y fertilizante; y también fue común en esa noche la realización de prácticas adivinatorias sobre el futuro amoroso: las solteras vertían un huevo en un vaso de agua y, según la forma que adquiriera, podían saber el oficio del futuro esposo-amante (carpintero, si en el vaso se “veía” una mesa, labrador si era un arado…), o guardaban una flor de cardo bajo la almohada que, si al amanecer había abierto, presagiaba una pronta boda.

Fue tanta la fuerza y la persistencia de los ritos del solsticio de estío en la antigua Europa, que la Iglesia, siempre preocupada por los avances del paganismo, parece que aprovechó la conexión de San Juan con el bautismo para dar un color cristiano a la exuberante fiesta acuática y vegetal. Lo hizo, eso sí, haciendo que San Juan heredara los más atractivos atributos de los dioses paganos (“Havemos repartido entre nuestros Santos los officios que tenían los dioses de los gentiles”, advertía Alfonso de Valdés en el siglo XVI), de modo que el Santo verde (como también se le conoció) heredó de Apolo sus rasgos milagrosos.

Pero ni la cultura popular ni la literatura más sensible aceptaron nunca a San Juan como el simple y piadoso primo de Jesucristo, y su dimensión mágica y erótica prevaleció en nuestra memoria cultural: en coplas que hablan de que en el amanecer del 24 de junio se hacen visibles monedas y tesoros enterrados (“Mañanita de San Juan, / mañanita linda y clara, / cuando las piedras preciosas / saltan y bailan el agua”), en la Divina Comedia de Dante, en la que San Juan-Apolo es el santo de la luz, “antorcha que ardía y alumbraba” (Canto XXXI), en El sueño de una noche de verano de Shakespeare, donde la magia del amor sólo puede acaecer en esa “Midsummernight” que los españoles románticos tradujeron como “Noche de San Juan”, o en El sombrero de tres picos de Manuel de Falla, donde la danza del  fuego, del agua y del erotismo se ubica en esa misma noche.

El seductor y apasionado Apolo, el Santo verde somnoliento, el deslumbrante Attis, el pícaro duende Puck… esperan cada año la noche del solsticio de verano para hacernos renacer. Puede que no exista el príncipe azul (que al fin y al cabo es un mito anglosajón ajeno a nuestro paisaje), pero con toda certeza siempre hay un amante durmiendo entre los lirios a punto de despertar. Conviene estar subida en el columpio cuando eso ocurre.

 

 

 



[1] Véase Ruiz, 2012



María Jesús Ruiz. Un mundo sin libros. Ed. Lamiñarra. Pamplona,  2018

Fotografía: Presas políticas en la cárcel de Segovia, años 40.

miércoles, 29 de junio de 2022

CALLEJERO DE MANGLAR de ALBERTO GARCÍA-TERESA (2 fragmentos)





MIJO, 4




Se agrupan, se fusionan y también se disocian conciencias y personalidades en Mijo, 4.

Dos personas pueden unirse dentro de un único ser. O bien un mismo individuo secciona, como por mitosis, dos o tres de sus múltiples facetas y se encarna en otros tantos sujetos físicamente idénticos pero mentalmente distintos.

Todo vuelve a la normalidad cuando se traspasa el umbral de la puerta y se regresa a la rutina del pueblo. La poliédrica experiencia vivida en la casa se queda solo en el recuerdo individual aunque… ¿De quién en concreto?





RAÍZ, 2




Colecciona la propietaria de Raíz, 2, toda clase de retratos. De todo tipo, sobre cualquier soporte. Los cuelga abigarradamente de las saturadas paredes o los almacena, en secreto, en las cajoneras. Ella repudia los espejos. Prefiere jugar cada mañana a contemplarse en uno de los objetos de su colección para arreglarse el pelo y colocarse el personaje que desarrollará durante toda esa jornada.



 
Alberto García-Teresa, Callejero de Manglar (Lastura, 2022).

martes, 28 de junio de 2022

BAJOMONTE, 1



Cuando alguien accede a Bajomonte, 1, se asombra de la alucinante cantidad de polvo que se agrupa en distintos lugares de la vivienda. No es resultado de la dejadez, porque no se trata de suciedad, sino de curiosas hileras, espirales y cuadrados que marcan singulares relieves sobre mesas y estanterías.

«Almaceno tiempo», siempre comenta la inquilina mientras arrastra con la precisión de una hortelana paños, peines y listones por las superficies de la casa.



Alberto García-Teresa, Callejero de Manglar (Lastura, 2022).



lunes, 27 de junio de 2022

BAJOMONTE, 4



BAJOMONTE, 4


Con las primeras floraciones de la primavera, a la hora exacta en la que se echan a dormir los murciélagos, en Bajomonte, 4, uno puede sentir como su mente se precipita por unos minutos sobre el cuerpo de otro animal. En esos momentos, mientras deambula por las habitaciones, se traslada a su experiencia y percibe su vivencia.

Al principio, la gente se entusiasmaba al poder sentirse volando dentro de un pájaro o buceando en un pez. También, descubriendo la arquitectura de los hormigueros desde dentro o el lenguaje de la colmena. Sin embargo, con el tiempo, se ha ido imponiendo la conciencia del conejo perseguido y tiroteado, la vaca separada de sus terneros, la cría de cabra desamparada y degollada, el atún gorgoteando asfixiándose sobre la cubierta de un barco o la gallina apresada en una jaula ponedora.



Alberto García-Teresa, Callejero de Manglar (Lastura, 2022).

sábado, 25 de junio de 2022

CALLEJERO DE MANGLAR de ALBERTO GARCÍA-TERESA (3 fragmentos)






CASCADA, 2




Se abren y se cierran agujeros en los muros de Cascada, 2. ¿Siguen algún tipo de patrón? ¿Se trata de una especie de código morse que emplea la casa? Y, ¿qué dice? Pero, sobre todo, ¿con quién se está comunicando?








MESETA, 2







Nadie apostó en su momento por que la extravagante vivienda de Meseta, 2, pudiera aguantar más de una semana. La propietaria decidió levantar su casa con recortes de periódicos, que entrelazaba según se vinculaban acontecimientos, personajes y consecuencias. Sin embargo, ahí permanece la casa; en pie. Resiste porque está construida con la memoria.








LAVANDA, 2




Un monumental libro resulta Lavanda, 2. Todas sus paredes narran una historia apasionante en la que se entrelazan varias generaciones y que termina por revelarnos el secreto del origen de la existencia. Pero el relato no está escrito con palabras. Pasó desapercibido durante años hasta que, casualmente, un amigo ciego visitó a los residentes. Al palpar las paredes, se dio cuenta de que el gotelé, en el fondo, seguía una estructura lingüística y, sin dificultad, comenzó a descifrar aquel idioma y la absorbente narración que mostraba al tacto la vivienda. Ahora, alentados por la fabulosa epopeya que contienen sus paredes, los vecinos se congregan bajo su techo para que el invidente se la lea cada invierno que se aloja en el pueblo.



Alberto García-Teresa, Callejero de Manglar (Lastura, 2022).



viernes, 24 de junio de 2022

LORCA, ESCRIBIR EN FASCISMO (fragmentos) en PUNTOS CIEGOS de ANTONIO ORIHUELA


 


Creo que no hay nadie con la capacidad de José Antonio Fortes para leer a Lorca entre líneas. El problema es que a Fortes, para comprender qué nos quiere decir sobre Lorca, también hay que leerlo entre líneas.

Con lo primero que rompe Fortes en su libro Lorca: Fraude, negocio e ideología, es con la pretendida censura franquista sobre Lorca. En efecto, a poco más de dos meses de su asesinato, el 29 de octubre de 1936, para conmemorar el día de la fundación de Falange Española, el escenógrafo y pintor José Caballero, amigo de Lorca y colaborador habitual de La Barraca, levantaba en la plaza 12 de octubre de Huelva un escenario para el mitin que debía celebrarse allí esa tarde. Al más puro estilo de la Alemania nazi, y con desfile incluido de más de dos mil camaradas portando antorchas encendidas, los actos incluían un original “Auto de Fe de los libros marxistas y amorales”, como recoge el periódico La Provincia, donde, según el discurso del Jefe de la Secretaría Política de Falange: “Habremos de quemar toda la literatura de una triple significación: inmorales, de masonería y libros marxistas (literatura anarquista, literatura social-demócrata, Capital de Carlos Marx y Manifiesto Comunista de Engels. En cambio (…) Yo me acuerdo de la poesía de nuestro tiempo, del Romancero Gitano (…y yo me la llevé al río, creyendo que era mozuela, pero tenía marido…). De Bodas de Sangre, de García Lorca, del Torillo fiero (…) Y digo con el Cura del Quijote… Estos no merecen ser quemados (…) porque no han hecho ni harán el daño que los del marxismo hicieron”.

El 3 de abril de 1937, el periodista falangista Francisco Villena publicaba en el diario nacional-sindicalista Amanecer de Zaragoza un artículo que dedicaba al poeta granadino con estas palabras: «A Federico García Lorca, en la inmortalidad Imperial de su paraíso difícil». El artículo lo titulaba De una historia que vio la Alhambra; y en el mismo se decía

“Fue, Federico, una tarde de agosto cuando nos hablaron de tu marcha (…) Pero pasó el tiempo, nos sorprendió el otoño, el Imperio era ya nacido, mas le faltaba el laúd de su mejor cantor; por eso le cantó sólo la tórtola, porque estaba triste. Y pasó la caravana errante de los ‘calés’ entre quejas, chasquido de labios y rumor de besos; y luego vinieron tus imágenes que nos dijeron estaban huérfanas porque habían perdido la música de tu prosa; y sorprendimos la campana fanática del convento lejano, desgreñando quedó sus notas, cual queriendo lanzar tus versos inmortales al pozo tenebroso del ayer, mientras nosotros, con la misma intención de implacable ira que la campana los lanza, fuimos salvando uno a uno y gota a gota el bálsamo de consuelo de tu poesía, que dejamos sazonando el aire con la madre de tu épica Imperial. De tu suerte preguntamos a una luna, la que siempre acudió a tu conjuro, la que a tu dictado cubrió la sangre de Ignacio Sánchez Mejías para que tú no la vieses. Nada nos dijo; pero la vimos empañada con los suspiros de Yahya y las doncellas gitanas, y entonces recordamos aquellos huevos de la muerte que tú descubriste en las heridas de Ignacio y que, a decir verdad, estaban ya hace tiempo puestos por cien mil flautas destempladas entre las estrofas de tu romancero gitano y el alma de Yerma... huevos de muerte que fueron las arras de tus bodas de sangre. ¡Almas de metal! (…) El Imperio ha perdido su mejor poeta”.

Unos días antes, el 28 de marzo, los falangistas de Antequera publicaron en su semanario Antorcha, una loa por Federico García Lorca en la que, entre otras cosas le dicen: “Tú hubieras sido su mejor poeta, porque tus sentimientos eran los de Falange (…) Nadie como tú para sintonizar con la doctrina política y religiosa de la Falange, para glosar sus puntos, sus aspiraciones. A la España Imperial le han matado su mejor poeta, García Lorca”, demostrando con ello en plena guerra su reivindicación del poeta.

Poco después, en zona republicana, en la revista Hora de España, Cernuda, al escribir un artículo recordando a Federico, dice: “Nadie que conociera a Lorca o que conozca bien su obra le hallará el menor parecido con ese bardo mesiánico que ahora nos muestran”. Un poco antes también lo había dicho Antonio Machado en esta misma revista: “Lorca era políticamente inocuo, y el pueblo que Federico amaba y cuyas canciones recogía no era precisamente el que canta la Internacional”, y también en Fragua Social: “El teatro de Federico no era revolucionario. Todo lo más que podían achacarle era que se nutría de la más pura cantera popular”.

Juan Ramón aún había ido más lejos cuando en su Recuerdo al primer Villaespesa (1899-1901), publicado en El Sol el 10 de mayo de 1936, reflexiona críticamente sobre la después famosa generación del 27, con Federico García Lorca aún vivo y en la cumbre de su fama. “El momento actual de la poesía española me recuerda a cada instante el momento del modernismo. Hoy, el colorismo y el modernismo son o acaban de ser el ultraísmo, el creacionismo, el sobrerrealismo, el jitanismo, el marinerismo, el rolaquismo, el catolicismo, el demonismo, el murcielaguismo. Yo definiría estos «movimientos» españoles como el villaespesismo jeneral. Lo ve quien vio aquello. En poesía y en todo, en todo lo que viene o no de la poesía y va no a ella. (…) Bastantes Villaespesas tenemos en la presente «poesía nueva», y lo que hacen algunos olerá dentro de unos años, a mí ya me huele, como lo de Villaespesa antier, ayer, hoy (…). Villaespesa estaba estraordinariamente dotado para la poesía efectista, siempre con las candilejas al pie. Arrastraba, entonces, como un actor de gran latiguillo y escelso falsete, y embobaba a la juventud provinciana, como hoy García Lorca.” Con gran agudeza, Antonio Burgos, en su libro Andalucía, ¿tercer mundo?, escrito en 1971, dirá: “García Lorca, a quien en su día habrá que revisar como poeta y que, hoy por hoy (…) le ha hecho a esta tierra casi más daño que los Quintero”. Casi cuarenta años antes Juan Ramón ya había dicho que lo mejor de Lorca era su Romancero gitano, “pero éste tampoco tiene espíritu, es otra Andalucía de pandereta, vista de otro modo, pero de pandereta, poesía externa, brillante, pero sin espíritu”.

Pero volvamos al tema de la censura. En 1944 la editorial Alhambra, de Madrid, publicará sin mayor problema una antología poética de Federico. Eso sí, al precio de 20 pesetas, el sueldo semanal de un obrero, y en una edición de lujo y limitada a muy pocos ejemplares. No ocurrirá lo mismo con la importación de la Antología poética que se le edita en México por Costa-Amic Editor ese mismo año, pero la prohibición no es por el contenido de la misma sino por el prólogo de Ismael Edwats Matte, donde se acusaba a Falange del asesinato del poeta.

Hecho que, desde bien pronto, como hemos visto, la misma Falange intentó desmentir, como hace Serrano Suñer en una entrevista para El Universal Gráfico, de México, el 3 de mayo de 1948. "Su muerte fue para la Falange doblemente trágica: porque venía a convertir a Lorca en bandera del enemigo, ¡y con qué impiedad lo usó éste!, y porque ella misma perdía un cantor, el mejor dotado seguramente, para cantar la regeneración revolucionaria que la Falange soñaba.”

Ni siquiera en Portugal, donde Lorca era considerado comunista por el Estado Novo, se prohibió su obra; por ejemplo, La casa de Bernarda Alba se permitía representar porque, en palabras de la censura de allá, afirmaba la autoridad de la madre de familia, la tradición, la honra, la obediencia, la moral, la religión y las buenas costumbres, y todo ello se ajustaba al ideario político salazarista, o dicho de otra manera, se ajustaba al ideario político del fascismo.

La propia Pilar Primo de Rivera, en su libro de memorias Recuerdos de una vida, cita cómo, en 1952, los teatros ambulantes de la Sección Femenina de FET y de las JONS, reivindicaban a Lorca y representaban su obra La zapatera prodigiosa. Mientras que José Luis Alcocer, en Radiografía de un fraude: notas para una historia del Frente de Juventudes, reconoce que, en los años 50, "los falangistas del Frente de Juventudes reivindicábamos a Lorca por encima de otros autores del régimen.”

En 1960, Luis Escobar recoge en libro de memorias En cuerpo y alma cómo, en su calidad de director del teatro María Guerrero y Comisario de los Teatros Nacionales, solicita autorización a la censura para poner en escena Yerma. Ésta no pone la menor objeción. Los obstáculos llegan por parte de la familia que, ya por aquel entonces, pero sobre todo a partir de los años ochenta, veremos ligada a no pocos escándalos relacionados con el patrimonio documental del poeta, derechos de autor, cuentas sin cuadrar, gastos onerosos y denuncias por malversaciones de fondos públicos, fraudes, estafas y toda una gruesa trama de intereses, hechos y personajes que siguen dando titulares a día de hoy, con un agujero en las cuentas de la Fundación de más de 8 millones de euros que nadie sabe dónde están.

Un pleno municipal de finales de junio de 2018 del Ayuntamiento de Granada aprobó, con los votos en contra del PSOE, la moción para llevar a Fiscalía la gestión del Centro Lorca. Nos queda la contestación de Laura García Lorca al periodista Gonzalo Cappa del diario Granada Hoy. “La familia Lorca no es un clan”, pero las deudas de la Fundación, presidida por ella, pusieron en riesgo incluso el legado del poeta. Se temió su partición y venta, incluso en el extranjero. The New York Times, en julio de 2016, informó de que, en abril de ese año, “el Ministerio de Cultura de España aprobó una protección especial para el archivo [Lorca] y prohibió su venta o su traslado al extranjero. Las autoridades dijeron que temían que se vendiera parte del legado para resolver los problemas económicos del centro”. La Fundación ha negado rotundamente que se quisiera partir la colección, valorada en 17,4 millones de euros por Christie's. La llegada del legado Lorca a Granada, no es el capítulo final de este drama lorquiano. Ya se sabe que llega como usufructo, para pagar deudas por un millón de euros en tres años. En Granada, al Centro Lorca ya le llaman “La Caixa de Bernarda Alba”, pues es probable que esta entidad, por venta secreta de la familia, sea la verdadera propietaria de la colección.

Por desgracia, estas conductas vienen de lejos. En efecto, Lorca, por ejemplo, es aceptado en la Residencia de Estudiantes, espacio privilegiado de sociabilidad burguesa donde forjar vínculos de clase, porque así lo dispuso el director de la misma también colocado a dedo en este puesto de confianza. No algo muy distinto ocurre con la Junta de Ampliación de Estudios y su red de organismos paralelos, instituciones, sociedades, círculos, tertulias, mecenas, patronos, directivos, amigos, etc. que dan corporeidad al menos visible complejo entramado de relaciones, personificaciones, jerarquías y autoridades cuyo fin último es su reproducción como clase dominante.

La conquista del Estado republicano supone también el reparto del Estado entre esta élite llamada a realizar labores de funcionarios ideológicos de clase, en gran parte, reclutada entre el señoritismo caciquil o financiero que, por tanto, solo verán en la cultura una manera de bendecir lo ya dado por las relaciones sociales de producción. Es en esta aristocracia de la cultura formada por vástagos de la rica burguesía, banqueros, millonarios, empresarios, altos cargos funcionariales, etc. donde se conocen todos y se sabe quién es quién, donde hay que encuadrar a Lorca y a todos los que como él, se beneficiaron de ayudas para ampliación de estudios (aunque nadie sepa qué estudios), subvenciones sin justificar, premios nacionales de poesía, etc.

Pero estas actitudes ya estaban firmemente arraigadas antes incluso del advenimiento de la República, las denuncia José Díaz Fernández en su ensayo El nuevo romanticismo. Polémica de arte, política y literatura, publicado en 1930, “el fascismo literario (…) no es tal vanguardia. Es, sencillamente, una farsa de señoritos que han merodeado alrededor de los ministerios (…) insistir, además, en el carácter de vanguardia que tiene el fascismo subvencionado por el Poder (…) si éste ayudaba antes al señoritismo con empleos y prebendas ahora costea literatura y proclamas”.

El mismo Federico lo había dejado claro en la primavera de 1929, en unas declaraciones hechas en Granada a raíz del estreno de su obra Mariana Pineda. “Yo he cumplido con mi deber de poeta oponiendo una Mariana viva, cristiana y resplandeciente de heroísmo frente a la fría, vestida de forastera y librepensadora”.

A la luz de estas evidencias es, como nos recuerda José Antonio Fortes, donde hay que reflexionar sobre cada uno de sus actos. No de otra manera hay que leer, por ejemplo, el acto fundacional de lo que va a ser llamado Generación del 27. Aquella excursión a Sevilla, en primera, pagada por José María Romero Martínez, poeta aficionado y presidente de la sección de Literatura de la institución sevillana que tuvo que dimitir en febrero de 1928 a causa del coste desorbitado (2.267 pesetas de la época), que habían supuesto aquellos fastos de fin semana organizados alrededor de unos poetas que no conocía entonces nadie, aunque se llamaran Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Juan Chabás, Jorge Guillén, Mauricio Bacarisse, Gerardo Diego y José Bergamín. Pedro Salinas, muy crítico con el que él llamaba el “repugnante Ateneo de Sevilla”, no acudió a la cita aunque estaba invitado.

El homenaje a Góngora tuvo, como preámbulo, el agasajo organizado por el torero Ignacio Sánchez Mejías el día antes, que los recibió en la estación y acompañó por el brujerío de la noche sevillana con visitas a diferentes tablaos, tabernas y burdeles, y que concluyó con la juerga flamenca que celebraron en su cortijo de Pino Montano, donde hubo disfraces morunos, sesiones de hipnotismo, cante flamenco y, donde como cuenta Jorge Guillén en sus Cartas A Germaine (1915-1935), “Dámaso, borracho, se puso imposible, cantó en inglés, hubo que llevarle al hotel. A todo esto, recitaciones de Alberti, Federico y Gerardo (…) a las seis entrábamos en Sevilla (…) algunos no se han acostado hasta las doce.” Con este panorama post etílico, el viernes 16 de diciembre de 1927, aún con las gargantas cascadas por la juerga en Pino Montano, acudieron a los actos que terminaron con un recital de Lorca y Alberti de los coros de la Soledad Primera de Góngora y, ahora sí, un banquete al que acudieron cuatrocientas personas cuando los recitales y conferencias habían estado prácticamente vacíos. Luego, como ellos mismos se encargaron de escribirla, la historia sería otra.

La velada careció de toda trascendencia para los medios de comunicación de la época (sólo recogieron la noticia, dos días después, los periódicos de la misma Sevilla, y para calibrar la repercusión en su día, basta decir que, en uno de ellos, comparte espacio con el reparto de premios en una coral y en los otros solo aparece la foto y un breve pie informativo), pero poco importa eso cuando este homenaje ha sido elevado por la automitografía a rito fundacional, si bien ocultando bastantes detalles menores, por ejemplo, que el homenaje no se celebró en el Ateneo de Sevilla, ocupado esos días con la preparación de la cabalgata de Reyes sino en la Sociedad Económica de Amigos del País; y que ya antes, en Madrid, habían llevado a cabo otros actos menores pero no menos significativos desde un punto de vista simbólico e ideológico, como una misa en las Salesas por el alma del poeta cordobés a la que asistieron doce personas. Como las farsas tienden a repetirse, el diestro extremeño Miguel Ángel Perera promovió, hace unos años, una reedición conmemorativa de esa reunión con intelectuales de hoy entre los que no faltaron tenores acosadores, poetas paniaguados y filósofos reaccionarios.

Un lustro después, el 6 de junio de 1931, en el periódico La Libertad, escribió José Díaz Fernández, desde sus posiciones de liberal de izquierda, cercanas a la socialdemocracia, sobre esta literatura de señoritos. “La literatura de vanguardia, el culto de la forma, la deshumanización del arte, ha sido cultiva aquí por el señoritismo más infecundo (…) Sería inútil, sin embargo, que quieran acogerse a las banderas revolucionarias los señoritos de la literatura. Estamos hartos de estafas y con el ánimo bien dispuesto para ejecutar al fascismo literario que dedica a Góngora el homenaje de una misa”.

Pero solo unos pocos parece que estaban dispuestos a resistir. Los más dieron por buenas que así eran las cosas y trataron de adaptarse a ellas, imitando la literatura de los señoritos, haciendo del servilismo su bandera y del vasallaje su forma de medro, intentando con su arte negar la evidencia de la lucha de clases, la existencia de los privilegios, pretendiendo con sus plumas ser admitidos en el círculo de los elegidos como funcionarios ideológicos, como le ocurrió al empecinado Miguel Hernández, ese advenedizo incapaz de comprender cuál era su lugar de clase, por mucho que por activa y por pasiva se lo recordaran aquellos a los que pretendía halagar y de los que esperaba una compasión que rara vez llegó. El 1 de febrero de 1935 le escribe en estos términos a un Federico que no quería verlo ni en pintura.

“Amigo Federico:

Aún estoy esperando tu carta, aún no se me agotó la vena de la esperanza: todos los días bajo de la sierra en busca de ella que no llega. Te escribo en una situación penosísima: parado, ni pastor siquiera, con novia que no se conforma viéndome así, madre, padre, hermanas que tampoco, por nuestra pobreza, yo menos. Y no encuentro trabajo, y cada bocado que como es vigilado con el rabillo del ojo por todos, que me quieren a regañadientes. No sé, pero si sigo así un mes más me iré Dios sabe adónde en busca de un ganado y un mendrugo. Quiero que me digas. Federico amigo, algo, ¿no se estrenará El torero más valiente? Bueno, hombre. Será que no vale la pena, hice una tragedia para aliviar la mía. Dime, en cambio, que has visto algún amigo tuyo político influyente como me ofreciste, que has hallado algún rincón a mi medida. Moléstate un poco más por mí, hazme el favor.”

¡Qué lejos están uno del otro! Miguel le escribe desde el pueblo, donde sigue ayudando a sus padres en el campo, de pastor. Federico vive en la calle de Alcalá de Madrid, junto al Retiro. Asiste a cenas, es un hombre popular y requerido aquí y allá. Miguel lo exhorta, le suplica, Federico lo ignora. Cuánta vulgaridad hay en esta carta, cuánto servilismo rastrero, cuánto descaro al hablar Miguel de dinero, de pobreza, de  necesidad, de tráfico de influencias, dispuesto a cualquier cosa para salir o saltar de la pobreza a la fortuna y la fama. Qué diferente todo de ese Alberti subvencionado por la Junta de Ampliación de Estudios (¿de qué estudios a los treinta y tres años?) para viajar a Berlín, ese Dámaso Alonso premiado con el Nacional de Poesía por sus amigos Salinas y Guillén, de aquel mismísimo García Lorca que había encontrado acomodo inmediatamente en la Residencia de Estudiantes donde nunca estudió nada o en aquella universidad de Columbia donde lo enchufaron para justificar su viaje a New York. Los recuerdos de los funcionarios orgánicos son siempre frágiles, por eso Alberto Jiménez Fraud olvida en sus memorias que fueron las indicaciones precisas de Fernando de los Ríos sobre su protegido lo que hicieron que él, nada más ver a Federico, le considerara “en el acto como miembro de nuestra casa”, hasta 1928, cuando ya hacía cinco que había “concluido” su carrera de Derecho y cuya licenciatura también le regalaron con la condición de que nunca ejerciera.

¿Dónde están los méritos de uno y otros para justificar esta discriminación? Sobre Lorca todos sus contemporáneos coinciden en que tenía una instrucción literaria muy escasa, que era de todos ellos el que menos había leído, que era vago, al punto que él mismo se justifica cuando dice que es poeta de nacimiento. Antonio Espina dirá de él que era un poeta de oídas. Poeta de guitarra y pandereta, subraya Juan Ramón Jiménez. Costumbrista trasnochado lo llamará Cernuda. Francisco Ayala lo hacía doctor en ciencia infusa y, como decía Dámaso, lo que no sabía se lo inventaba.

“A mí, Federico García Lorca no me acabó de ser simpático como le fue a casi todo el mundo –confiesa César González Ruano en sus Memorias-. Era como un chico de pueblo ordinario que se hubiera puesto un lazo de seda en el pelo y sentado frente a un piano a hacer gracias. Federico era feo, agitanado y con cara ancha de palurdo. Vestía cursimente y presumía de ser gracioso, espiritual y mariquita del Sur (…) sus versos (…) con ese cursileo histérico lleno de ayes, de limoneros, de fascinación por los hombres morenos y de incursiones en lo folklórico. A mí me pareció siempre un zangalotino”.

Cómo es posible que un gobierno de izquierdas y a un personaje así se le apruebe un proyecto como La Barraca para representar obras del autosacramentalismo imperial, subvencionado con cien mil pesetas anuales, una verdadera fortuna para la época, sin que medie un informe, un recibí o una justificación de gastos.

En efecto, como bien nos recuerda José Antonio Fortes en su libro, no hay ningún concurso público, ningún nombramiento oficial, ninguna partida presupuestaria o subvención, ningún documento acreditativo, dictamen, providencia, factura, nada. Sólo Lorca y el sr. Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, don Fernando de los Ríos; y esto es lo que denunciarán los falangistas en su prensa, el agujero negro por donde se van los dineros públicos sin control y las costumbres licenciosas, promiscuas y clasistas de sus actores, porque todo lo demás, el fundamentalismo católico y la moral integrista que rezuman las obras que representan les parece de lo más apropiado.

 “Teatro (…) que lleva por los pueblos y aldeas el rancio sabor de nuestro teatro clásico. Los estudiantes del SEU te saludan y te desean albricias en la obra de renovación cultural que te está encomendada. Que te está encomendada pero que no cumples (…) Vuestro deber ante ese pueblo hambriento que os escucha es darles un ejemplo de sacrificio (…) no un ejemplo de libertinaje y derroche de un dinero que no es tuyo (…) No traiciones al campesino que oye en ti los sublimes versos de Calderón, burlándote de su expresión candorosa, mostrando ante él unas costumbres corrompidas, propias de países extranjeros. No asombres con sus ojos ingenuos paseando ante él una promiscuidad vergonzosa (F.E. 13, 5, 1934)”.

No le están hablando al enemigo, les están hablando a sus iguales, a los señoritos de España. Su amonestación es moral, como es moral su acto de protesta en Soria, que recoge el ABC del 16 de julio de 1932: “ante la forma de dar estas funciones y el precio de las localidades, dirigiendo fuertes insultos, tachándoles de enchufistas y al grito de ¡Abajo la F.U.E.!” En efecto, resulta inexplicable que La Barraca cobrara por algunas funciones cuando su labor ya estaba ampliamente sufragada por el Estado.

En 1935, Lorca termina Yerma, obra que exalta la virginidad, la maternidad, el hogar, la familia, la honra y la monogamia de la mujer, tan caras al integrismo hispánico, y unos meses después, ya en 1936, Bodas de sangre, donde exalta la represión de las pasiones, el recato, la virginidad y el patriarcado, con el hombre siempre como centro del mundo y la mujer reducida a sus funciones doméstica y reproductivas. En ambas obras el conflicto es resuelto de forma muy similar, a través de la violencia y la sangre, tan presentes en la retórica fascista. Todo, pues, al gusto de la ideología más conservadora, tradicionalista y reaccionaria, argumentos que le sirven a José Antonio Fortes, en su Lorca: Fraude, negocio e ideología, no para decir que Lorca fuera fascista, que no lo era, sino que Lorca escribió en fascismo porque ese fue siempre su inconsciente ideológico.

 

 

jueves, 23 de junio de 2022

FEDERICA MONTSENY, LA MUJER ENCANTADA DE CONOCERSE (fragmentos) en PUNTOS CIEGOS de ANTONIO ORIHUELA

 



Voy a partir de una premisa que consideré válida hasta hoy mismo, mi antipatía por Federica Montseny. Siempre he creído que hay personajes que son producidos en parte por la necesidad histórica de los humillados y explotados, y en parte por sus enemigos, y Federica siempre me pareció uno de ellos.

Extraída del seno de una familia pequeño burguesa que vio en la edición de revistas y novelitas libertarias un filón con que alimentar la demanda de este tipo de productos entre la clase proletaria, pronto empezara a participar como escritora en esta modesta empresa dando rienda suelta al revoltijo intelectual que había cocinado, como autodidacta, desde su más temprana niñez, en la que ya daba la brasa con discursos y mítines a todo el que no se le podía quitar de en medio, es decir, a su abuela y a su perra, a las que solía arrinconar en el patio para ponerles la cabeza como un bombo.

A los dieciocho años fue a la Facultad de Letras de la Universidad de Barcelona como oyente, pero al poco decidió que ella no había nacido para oír sino para que la oyeran, y que allí poco tenían que enseñarle. De verbo fácil y ágil, sus conferencias e intervenciones siempre me recuerdan a los monólogos de Ozores, hechas de una verborrea ininteligible que siempre se resolvían en un “¡No, hija, no!”, con el que nos hacía reír y que servía para celebrar el que, aunque finalmente no habíamos entendido nada, había merecido la pena escucharlo. No se salvan de esta estructura compositiva las novelas, escritos políticos, éticos y todo aquello que lleve la firma de Federica, pues toda su obra está trabada indefectiblemente sobre una cháchara insustancial en la que reconocemos su base teórica anarquista aunque, por más revolucionaria que se crea, termina indefectiblemente apelando a una moral evangélica, y a un idealismo voluntarista que, en su opinión, era lo único que resolvería todos los problemas de la Humanidad, para terminar, eso sí, con vivas a la Anarquía y la Revolución que eran su coletilla, como Ozores tenía la suya, para dejar a la gente satisfecha.

Con estos mimbres no es raro que Federica se hartara de escribir. Tenía la editorial de sus padres, la devoción de sus padres, el apoyo económico de sus padres y todo el tiempo del mundo, porque Federica, a pesar su identificación cerril con la clase obrera, jamás fue una asalariada, y cuando descubrió el chollo de la CNT se agarró a lo que quiera que fuera aquello con la misma fuerza que un liberado sindical al cargo y así morirá, salvaguardando los sagrados principios de la Confederación Nacional del Trabajo y viviendo de ella, pues Federica, después de la guerra, convertirá a la CNT en una franquicia que explotará en exclusiva.  

Quienes la conocieron la definirán como una mujer dura, de trato difícil, escasa empatía y sobrada vanidad y soberbia, pudiendo llegar a pasar por una engreída egocéntrica, despótica, controladora, dominadora y vengativa. Ella misma escribió, en 1927: “me siento individualista porque me siento fuerte; porque tengo confianza en mí misma; porque tengo el dominio de misma, la voluntad, la propiedad y la ilusión de mí misma… porque hay en mí impaciencias que me espolean… que no pueden ajustarse al trote de las grandes masas; que me llevan fuera y delante de las aspiraciones del conjunto.” [1]

Desde luego, Federica no necesitaba abuela, tampoco a las masas, más que para que la oyeran, la leyeran y pusieran en práctica el mensaje que ella, como gran conductora de los destinos del movimiento libertario, a modo de buena nueva, les traía. En 1932, ya convertida en una de las oradoras más solicitadas por los sindicatos anarquistas, recorre España hablando sobre la injusticia social, la necesidad de la unión entre los obreros, las perversiones del gobierno, los derechos de la mujer y la necesidad de que los trabajadores dieran forma a una nueva sociedad. Y decimos bien, hablando, porque Federica vive en su mundo ideal y no se entera de nada o no se quiere enterar. El 10 de agosto de 1932 está en Granada para dar una conferencia sobre “Fascismo o Revolución”, y no se entera, a pesar de que le pasan las balas silbando, del levantamiento obrero y campesino que, aprovechando el golpe de Estado de Sanjurjo en Sevilla, va a intentar implantar el comunismo libertario también por la fuerza de los fusiles. Se irá de Granada echándoles la bronca a los revolucionarios por hacer las cosas tan precipitadamente y lamentándose de no haber podido dar su conferencia. En octubre de 1934 el levantamiento de Asturias y sus réplicas en distintas partes de Cataluña también le pillan con el pie cambiado, tampoco se entera, y una vez sofocado, volverá a abroncar a los compañeros por su precipitación y falta de unidad revolucionaria. El 18 de julio de 1936 también le pilla fuera de juego y, hasta que no ve cómo los anarquistas empiezan a controlar la situación en Cataluña, no asomará, para sorprendida, comentar en la prensa cómo están los libertarios quemando el dinero en las calles de Barcelona, y para mover las piezas necesarias para colarse en el comité peninsular de la FAI y el nacional de la CNT y, desde ahí, jugar la baza del colaboracionismo gubernamental y colocarse en primera línea de entre los elegibles a cargo mientras sus compañeros y compañeras de militancia se marchan a hacer la revolución de verdad por tierras de Aragón.

Fiel a su espíritu contradictorio, con veinticinco años, y siendo ya una de las plumas más conocidas del movimiento libertario por sus novelas escandalosas donde  se habla de amor libre, mujeres emancipadas, madres solteras y otros escándalos morales similares, se unirá a Germinal Esgleas, un señor bajito, gris y de escasos atributos, del que hará su compañero hasta la muerte, y que la seguirá como un perrito faldero. Federica no estaba dispuesta a compartir la fama con nadie, y eligió a un hombre que sabía no le haría sombra en el candelero y santoral anarquista. Hasta la guerra siguió escribiendo novelitas románticas, idealistas, heroicas, ejemplarizantes, basadas en estereotipos, con situaciones en las que el bien y el mal se distinguen tan claramente como la noche y el día.

En  lo político también mostró sus contradicciones y ambigüedades, siempre dispuesta a cambiar de parecer si ese parecer le reportaba algún beneficio en su reconocimiento social y valoración pública. Desde su ingreso en la CNT hostigó todo atisbo de reformismo, atacó a los treintistas por esto, y montó en cólera contra Pestaña y los suyos cuando decidieron entrar en el juego político con el Partido Sindicalista, pidiendo expulsiones y anatemas para todos ellos. Hasta el día de su nombramiento como ministra de Sanidad y Asistencia Social representó el ala más dura de la FAI, la más purista y revolucionaria, la que fustigaba a todo el que mostraba indicios de reformismo o colaboracionismo estatista, y así velaba por las sagradas esencias del anarquismo, pero eso duró, como decimos, hasta su nombramiento como ministra. A partir de aquí, como por ensalmo, el pérfido Estado, según sus palabras, y suponemos porque para eso ya estaba ella allí, participando en un gobierno nada menos que como ministra, "ha dejado de ser una fuente de opresión contra la clase trabajadora… con la intervención en él de la CNT"[5]. Esta idea, de claro sesgo socialdemócrata, la llevó mucho más lejos, cuando se atrevió a descalificar los esfuerzos de las colectividades y a tratar de buscar el entendimiento con el PCE, hasta entonces visto por Federica como un títere a las órdenes de Stalin y dispuesto a establecer en España una dictadura bolchevique que, como en Rusia, lo primero que haría sería liquidar a los anarquistas. Pero “la indomable” o “miss FAI”, como la llamaban algunos, todavía nos volverá a sorprender cuando, ante los acontecimientos de mayo de 1937, fue enviada por el Gobierno a Barcelona, para que con su prestigio, sus arengas y mítines consiguiera desmovilizar a los trabajadores anarquistas dejando la ciudad en manos de los comunistas que se dispondrán rápidamente a enterrar el movimiento libertario y con él a poner fin al protagonismo de la CNT en la guerra y la revolución. Será después, cuando el nuevo gobierno Negrín prescinda de ella, porque sencillamente ya no la necesitaban, cuando volvió a recuperar su habitual actitud desafiante, radical y crítica con el poder, aunque cuando parta en febrero de 1939 para el exilio y ante la tesitura de acabar en un campo de refugiados no dudará en hacer valer su condición de Ministra de la República para obtener un trato a la altura de su rango.

La ocurrencia de hacerla ministra de Sanidad y Asistencia Social debió ser como un chiste, porque Federica no sabía nada de Sanidad y sus ideas sobre asistencialismo no debían pasar de las generales que tenía cualquier persona medianamente interesada por el bienestar de los más desfavorecidos. Al menos aquí, y a pesar de que apenas estuvo en el cargo seis meses, si supo rodearse de las mujeres y hombres que sabían y podían llevar a cabo una labor meritoria en estos ámbitos. Mujeres como la doctora Amparo Poch que hubiera merecido, por méritos propios, haber sido la cabeza visible de ese ministerio si en vez de irse el 25 de julio de 1936 al frente como doctora miliciana se hubiera quedado intrigando en la retaguardia como Federica.

Al final de la IIª Guerra Mundial, cuando se debate una posible intervención aliada en España, Federica se opone a la creación de un frente común antifascista y rechaza la intervención guerrillera y la lucha urbana contra el franquismo. A partir de este momento, se consagrará en mantener las tradiciones y los principios inalterables, convertida en una autoridad moral e intelectual unificadora y opuesta a todos los posibilismos y disidencias, consiguiendo mantener a su alrededor el núcleo duro y tradicional del anarquismo hispano que no supo adaptarse ni encajar con las formas que había ido adquiriendo el anarquismo durante los años sesenta y setenta, mayo del 68, situacionistas, provos, el movimiento hippie, el punk, etc. El anarquismo había cambiado mucho. El ácrata español de los años 70 era un chico que fumaba marihuana o lo que le echaran, que practicaba el amor libre en sentido literal, mientras que el anarquista de principios de siglo era un hombre con un elevadísimo nivel de puritanismo, al punto que una de las cosas que hicieron los anarquistas fue cerrar las tabernas, así que como para pedirles, a finales de los sesenta, que defendieran las  drogas, y aunque  practicaban el amor libre, ellos entendían el amor libre, como no casarse por la iglesia o registrarse como matrimonio en el registro civil. El desencuentro entre esa generación antigua, representada por Federica y el exilio, con estos jóvenes ácratas hispanos, estaba cantado. De hecho, Federica volvió a España en 1977, cuando era ya posible efectuar grandes mítines, organizar manifestaciones y publicar toda clase de literatura, pero esta nueva fase cogió a Federica, ya visiblemente agotada y alejada en sus planteamientos de los deseos de los jóvenes libertarios españoles, y se retiró a un discreto segundo plano. Al final de su vida nos dejó acaso la autocrítica más hermosa que un espíritu contradictorio, engreído, petulante y orgulloso como el suyo, fue capaz de realizar: “Si un sueño de dominio ha habido en mí, ha sido el de reinar espiritualmente sobre el futuro por la fuerza de mi recuerdo, de mi ejemplo y de mi obra. Ahora, curada hasta de esta vanidad pueril, generosa y romántica, sonrío; al fin de todos los sueños humanos no hay más que polvo”[6]. Gracias a estas palabras puedo decir que hoy me he reconciliado con Federica Montseny.

 

Antonio Orihuela. Puntos ciegos. Ed. Fantasma, 2021


[1] La Revista Blanca, núm. 110, 15 diciembre 19Z7.

[5] https://www.elviejotopo.com/topoexpress/federica-montseny-y-las-contradicciones-del-paradigma-libertario/

[6] https://lecturassumergidas.com/2015/11/10/federica-montseny-ahi-va-la-mujer-que-habla

miércoles, 22 de junio de 2022

ANTIVANGUARDIA Y DESENCANTO EN LA POESÍA EXPERIMENTAL ESPAÑOLA (un fragmento del libro PUNTOS CIEGOS de ANTONIO ORIHUELA)

 


Contra viento y marea, la poesía experimental española sigue su curso, sorprendida cada lustro con algún esporádico reconocimiento y subordinada al discurrir general de las artes. Inserta en una sociedad capitalista que ha establecido el dominio de lo cultural en términos de consenso y de mercantilización, nos la encontramos neutralizada en ese espacio, ensimismada y vuelta sobre lo privado, absurdamente acomodada en él, lejos de aquellos presupuestos iniciales que hablaban de su firme compromiso por cambiar el lenguaje y transformar el mundo. 

Sus integrantes apenas existen, como un impreciso cuerpo polimórfico, son siempre más los que en un intermitente ejercicio de vedetismo entran y salen de ella, en gran medida alentados por coyunturas modales, antologías o exposiciones circunstanciales y subjetivas búsquedas formales que se dilatan más o menos en el tiempo. Como consecuencia de esto, la mayoría de sus operadores carecen de una percepción ajustada y clara sobre qué pudiera ser  y de qué pudiera ir esto de la experimentación poético visual. Todos ellos se podrían agrupar dentro de aquellas coordenadas que definió Pignatari como propias no ya de un movimiento de vanguardia sino como un efecto típico de la resaca de las vanguardias; o dicho de otro modo, en estos últimos cincuenta años lo que hemos hecho no ha sido más que asistir, una y otra vez, a su folclorización, a la reproducción manierista de sus formulaciones. Nada más paradójico si luego apelamos a su legitimación creativa como experimental teniendo en cuenta que estamos ante una experimentación que no hace sino repetir fórmulas ya periclitadas; más aún si estamos ante una experimentación que ha borrado de sí toda huella de utopía a la vez que señala la senda de su fetichización mercantilista.

En efecto, desgraciadamente, el vanguardista se ha transmutado en artista; hace tiempo que dejó de querer transformar el mundo, le basta con apenas participar en él, de ahí la dificultad para encontrar nuevos cauces expresivos dentro de una experimentación visual que celebra el mundo en que vivimos y que es incapaz de desplegar una percepción diferente de él. La poesía experimental española comenzó siendo antivanguardista, porque miraba no hacia delante, al futuro, sino hacia el pasado; y en líneas generales y contadas excepciones ese sigue siendo todavía hoy su único horizonte.

Cuando Julio E. Miranda estudia, a comienzos de 1973, la obra producida por nuestros experimentalistas hasta ese momento su frustración no puede ser más grande. En Este protervo zas (1969) de Fernando Millán, lo único que encuentra es una promesa de vanguardismo teórico “algo petulante” (Miranda, 1973:513)[1], que en la práctica no aparece por ninguna parte, pues en las composiciones que conforman el libro lo único que observa es un “un lirismo… bastante tradicional en sí mismo… Pensar que, puestas las palabras en versos unos debajo de otros, el poema vendría a reducirse a ese contenido y lenguaje tradicionales… el resto… homenajes ingeniosos a Huidobro, Larrea, Cummings, Gomringer –siempre quedando mal en comparación con poemas de esos autores” (Ibídem: 514). Miranda continúa su análisis crítico, se para ahora en Textos y Antitextos, también de Fernando Millán, para alertarnos de la frialdad del discurso, de la falta de originalidad, de lo gastado de unas fórmulas reiteradas hasta la saciedad que contrastan con el tono de soberbia, ignorancia y vanidad que pueden desplegar nuestros experimentalistas a la hora de hablar de sí mismos en los prólogos de sus libros, palabras que “haría sospechar… que los concretos, o Millán en este caso, no habían leído mucho” (Ibídem: 527); y sigue diseccionando uno tras otro los libros y los poemas de nuestros experimentalistas para llegar a una conclusión devastadora: “hubiera podido hacer pensar en sí, acaso, uno de los secretos de estos poetas era que no sabían escribir otra cosa” (Ibídem:514).

En efecto, las propuestas estéticas dentro de la poesía visual española apenas han cambiado en los últimos cincuenta años, tiempo en el que hemos asistido a una normalización de los lenguajes experimentales en lo que se refiere a sus aspectos formales a la par que, al día de hoy, lo que parece ya completamente abandonado es el programa revolucionario inicial de entender la experimentación poética dentro de un planteamiento de vanguardia sustentado en un compromiso ético con voluntad de transformar la realidad, de cambiar la sociedad. Esta desmesura, en palabras de Fernando Millán, que alentó sus inicios, erró desde el principio su orientación pública, pretendiendo vincularla a pequeños círculos de estetas, restringidos cenáculos de entendidos y algunos foros especializados donde se la trató con mayor o menor indolencia por parte de quienes formaban parte de la cultura oficial pero donde fue finalmente aceptada, protegida, difundida y subvencionada porque nada vieron en ella de subversivo ni peligroso para el Régimen.

La poesía visual que se planteó por sus iniciales operadores como una forma de activismo se agotó en la mera actividad de su propia producción estética, sin capacidad de intervención social, y en las sangrantes luchas intestinas que se vivieron en la construcción de liderazgos entre sus integrantes, que tampoco fueron capaces de resolver la dialéctica de lo individual y lo colectivo, de lo personal y lo comunitario en sus formulaciones iniciales, haciendo de los grupos no un elemento de fortaleza de sus prácticas sino una forma de agregación coyuntural que en realidad escondía no a activistas sino a artistas con los peores tics en la más rotunda acepción romántica e idealista del término. Así, por ejemplo, se despacha Fernando Millán con el resto de los integrantes del grupo N.O. tras su ruptura con ellos: “les dije a Miguel Lorenzo, Uribe, Zabala y algunos más, antes de conocerme a mí, vosotros no erais nada y yo ya era un poeta conocido. Ahora que me habéis conocido a mí, habéis conseguido que se sepa quiénes sois. Bueno pues a partir de ahora yo seguiré siendo cada vez más conocido y pasaré a la historia de la literatura en España y vosotros nunca seréis nada.” (Millán, 1997:7)[2]; no muy atrás se queda Zabala en una entrevista a la revista Perdura[3], Millán, cuando Campal la palmó, se quedó con sus ficheros para utilizarlos científicamente, quiero decir que los utilizó para dominar, para poder ser él el jefe, porque es muy fácil… oye, yo te informo de lo que quieras, pero aquí siempre mando yo. A Millán lo que le interesaba era pasar a la Historia, toma nota hasta de cuando mea… todo el que quería algo tenía que pasar por la piedra”, o  Gómez de Liaño en ese mismo medio “Me separé pronto de Campal… había rencillas tremendas, cosas que nunca me perdonaron… Campal era muy absorbente y le encantaba atribuirse el liderazgo… Cuando hicimos la exposición Rotor, como la organizaba el Ministerio, nos llamaron fascistas; claro que después me enteré que ellos –los N.O.- por su parte lo habían intentado… era mucho más fácil decir eso de Millán y sobre todo de su amigo Campal, que sí era un facha absoluto” y, finalmente, Uribe en la revista Perdura: “el que Liaño organizara la Cooperativa fue, más que nada, una cuestión de celos. Imaginaros entonces qué clase de grupo estamos hablando... A mí me vino Millán para que publicase un libro como miembro del grupo N.O; pero lo tenía que pagar yo… me lo pagué y tengo todos los ejemplares en casa… lo que pasó es que la mayoría éramos unos mierdas”.

Tampoco, ni de forma individual ni como colectivo, se generó teoría alguna más allá de algunos manifiestos que luego parecen desconocerse cuando los operadores se enfrentan al trabajo experimental que cada uno pretendía llevar a cabo, y así lo recuerda Millán en la revista Perdura: “Ni en el caso de N.O. ni en el de la Cooperativa puede hablarse de grupo –no había unidad estética ni ideológica-; además, al no haber tradición vanguardista en España, no había a quien parecerse y, cada uno, elegía el maestro al que parecerse…”; y en efecto, sus expresiones se limitaron a copiar con mejor o peor acierto lo que venía de fuera. “En realidad aquello no pasaba de ser más que un epílogo de los epílogos de las vanguardias europeas de entreguerras, pero con bastantes años de retraso y pocos de avanzada”. (García Sánchez, 1988:20)[4]

Tal vez no podía ser de otra forma, para que la experiencia se convierta en experimentación es necesario primero unas experiencias que un país como España bajo una férrea dictadura y con una incipiente sociedad de consumo, no podía ofrecer; y por otra parte se requiere voluntad y arrojo personal o colectivo para provocar esas experiencias, de generarlas independientemente de las consecuencias que esas acciones pudieran acarrear, pero ninguno quiso arriesgar tanto. Otra cuestión es que los textos programáticos continuaran, cuando se consolida un régimen de libertades, arengando con enfáticas declaraciones que abogan por “una práctica que implica el ámbito de las relaciones inconscientes, subjetivas, sociales, en una actitud de ataque, de apropiación, de destrucción y de construcción; en resumen, de violencia positiva… una práctica que se podría comparar a la de revolución política” (Millán, 1978:10)[5], cuando el caso es que toda práctica seguía resolviéndose en forma de libros de pequeña tirada, autorreferenciales, operativos, si acaso, como objetos estéticos.

En efecto, el problema de la construcción teórica de la poesía experimental española es que nunca se llevó a cabo, y cuando se quiso teorizar se hizo igualmente sobre la documentación que venía de fuera o mucho peor, se echó mano del historicismo para buscar en época helenística o aún más atrás lo que sencillamente se tenía delante de las narices, y cuando se quiso poner en práctica lo que se asumía como teoría, como hemos analizado, los resultados no pudieron ser más desoladores (Lanz Rivera, 1992; 1994).[6]

El trabajo de vanguardia lejos de buscar nuevas formas de producción, de circulación y apropiación como correspondería a quienes se declaraban partidarios de un arte total, continuó clausurado en torno a esquemas ultraconservadores, se siguió publicitando en la prensa burguesa, exhibiendo en galerías comerciales o espacios institucionales ligados al régimen cuando no era directamente  financiado y becado por él; las obras se siguieron colgando como si fueran oleos, muchas veces incluso firmadas por el autor a pesar de presentarse como grupo o colectivo, con lo que se nos advierte que igualmente permanece viva una perspectiva profesional y decimonónica del arte, profundamente conservadora de todos los mitos que la vanguardia pretendía barrer, entre ellos la constante seducción por la autoría y la necesidad de reconocimiento público, elementos todos ellos que poco o nada tiene que ver con un hacer que se quiera vanguardista o de vanguardia.

En los casos extremos, las mejores reflexiones sobre una práctica de escritura vanguardista se diluyen por los sumideros de la banalidad espectacular contra los que en teoría tendrían que alzarse, apercibiéndonos que la obra no se hace tanto por lo que tiene de subversiva en sí sino como medio de reconocimiento personal, en unos términos que igualan al artista experimental con cualquier otro friki del mundo del espectáculo. Así, de uno de los trabajos más interesantes y valorados de Fernando Millán, sus libros tachados, dice el artista: “Sobre esto ahora estoy pendiente de hacer una declaración jurada ante notario, llevando naturalmente los libros, y declarar que soy la persona que ha tachado más libros del mundo. Entonces eso lo voy a enviar a la guía Guinness de los récords para ser incluido en ella”. (Millán, 1997: 12)[7]

Esta es la situación general de nuestra vanguardia poética, su esquizofrenia entre una teoría que se quiso radical, transgresora, utopista y unas prácticas formalistas, desactivadas, sin capacidad para intervenir en lo real y fácilmente deglutidas por el historicismo postmoderno. Una vanguardia que en manos de unos operadores con una concepción academicista y burguesa del arte fueron incapaces de romper con los patrones clasicistas y se convirtieron en una antivanguardia no exenta de patetismo,  pues no fueron capaces de percibir que lo que ellos pretendían ya lo hacían los medios de comunicación de masas mucho mejor, cuando toda comunicación se estaba haciendo global, tal y como intuían los letristas franceses, y comenzábamos a compartir globalmente iconos, mitogramas, esquemas, diagramas y, en definitiva, un mismo sentido del mundo donde  nada escapa a su semantización como producto socialmente significante.

Con todo, aquella vieja utopía vanguardista se ha cumplido con creces, solo que en sentido inverso, en tanto fuente de alienación capitalista, gracias también a la colaboración de la poesía experimental española. Nos queda pues desandar lo andado, apropiarnos de la realidad rompiendo con el fetichismo de la mercancía, la cosificación del mundo, la pérdida de sustancialidad y sustantividad de las palabras, reuniendo materia y espíritu que es al fin y al cabo, más allá de todo objetivo estético, el horizonte de todo humanismo utopista.


 

Antonio Orihuela. Puntos ciegos. Ed. Fantasma, 2021

Ilustración: poema experimental de Enrique Uribe




[1] Miranda, J. E. (1973) Poesía concreta española: jalones de una aventura. Cuadernos Hispanoamericanos, 273.

[2] Millán, F. (1997) La poesía experimental en España. Espéculo, 6. http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero6/millan.htm

[3] Revista Perdura, 15. 1979

[4] García Sánchez, J. (1988) ¿Qué se hizo de la poesía experimental? Revista Taifa, 1.

[5] Millán, F. (1978) Mitogramas. Beltenebros/Ediciones Turner.

[6] Lanz Rivera, J. J. (1992) La poesía experimental en España: historia y reflexión teórica. http://www.jstor.org/discover/10.2307/41671295?uid=3737952&uid=2&uid=4&sid=21102618478251

------------------------ (1994) “Presupuestos para una teorización de la poesía experimental en España”. La llama en el laberinto. Poesía y poética de la generación del 68. Editora Regional de Extremadura.

[7] Millán, F. (1997) La poesía experimental en España. Espéculo, 6. http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero6/millan.htm