Por una simbioética
en el Siglo de la Gran Prueba[1]
Poner la sostenibilidad de la vida en
el centro significa considerar el sistema socioeconómico como un engranaje de
diversas esferas de actividad (unas monetizadas y otras no) cuya articulación
ha de ser valorada según el impacto final en los procesos vitales. Aquí van
ligadas dos preguntas: cuál es esa vida cuyo sostenimiento vamos a evaluar, qué
entendemos por vida digna de ser vivida, o de ser sostenida; y cómo se gestiona
dicho sostenimiento, cuáles son las estructuras socioeconómicas con las que lo
organizamos. (…) La construcción ética hegemónica sobre la vida es perversa en
diversos sentidos. Entre otros, porque escinde vida humana y naturaleza, impone
un sueño loco de autosuficiencia y negación de la vulnerabilidad, e identifica
bienestar con consumo mercantil en permanente crecimiento. También están
pervertidas las estructuras socioeconómicas actuales porque ponen la vida
al servicio del capital y, por tanto, establecen una amenaza permanente sobre
ella.[2]
Amaia Pérez Orozco
El gran desafío hoy es promover una relación con el
otro, con la naturaleza, en el trabajo, con los animales, que no sea de
dominación, lo que yo llamo la consideración. (…) Consiste en el
reconocimiento del valor propio de cada ser y en la transmisión de un mundo
común. La clave de la consideración es la vulnerabilidad. A través de esta
última podemos cambiar de modelo de desarrollo. Pero para cambiar hay que
emprender una guerra con uno mismo y lograr cortar de raíz el principio de
dominación que nos tiene colonizados. Para emprender esta guerra tenemos que
reconciliarnos con nuestra propia vulnerabilidad y a partir de ahí veremos con
más claridad que todos somos iguales, así como la fragilidad de la existencia y
la belleza de esta. En estos momentos hay una guerra entre la dominación y la
consideración…[3]
Corine Pelluchon
Abandonar
la búsqueda contraproductiva de dominación
Crisis
de inserción en la biosfera terrestre, decíamos.
Reinsertarnos en los ciclos de Gaia y sus redes de vida implica abandonar el
sueño cartesiano de convertirnos en “dueños y señores de la naturaleza” (Discurso del método,
VI),[8] que a su vez actualiza el viejo mandato bíblico de
dominación: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla;
ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo
ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 28, 1).[9] Pero nuestras sociedades,
ay, no están por ello…
La
cultura dominante (euro-occidental) ha alentado la creencia en un dualismo
metafísico (de origen divino) que divide a los seres vivos en sujetos y
objetos, donde los sujetos (los seres humanos, o quizá sólo algunos de ellos)
se autorizan a cosificar, instrumentalizar, analizar, explotar y a la postre
destruir a los demás seres vivos considerados como meros organismos-objeto. Los
resultados de tratar así a las miríadas de otros seres que tienen sus propias
vidas por vivir son desastrosos.
Evoca
Julen Rekondo a Ramón Margalef, uno de los grandes ecólogos del siglo XX, quien
denunciaba que “el hombre se ve frente a la Naturaleza sentado como un rey,
explotándola y dirigiéndola sin formar parte de ella”. ¿La razón? Según el gran
biólogo catalán, nos desagrada pensar que nuestra vida se halla unida a otras
en un destino común vinculado al de la Tierra, en un complejo nexo de ataduras
íntimas.[10] Pero no por esquivar esa
realidad, que cuestiona nuestro narcisismo de especie, va a dejar de ser una
descripción real de nuestra situación… Como señala Geneviève Azam:
El
distanciamiento con respecto a la Tierra, reducida a un objeto, a una
superficie por desarrollar, crea un mundo de colonos que excluye toda
convivencia entre humanos y no humanos. Autoriza la jerarquía y el cribado
entre humanos. Niega en un mismo movimiento la parte espiritual de la
naturaleza y la parte natural del ser humano. Volver a recorrer los caminos
terrenales significa encontrar las huellas enterradas de los y las vencidas de
la modernización, tomar en serio otras cosmogonías, despojarse del
antropocentrismo dejándose atravesar, descentrar y desestabilizar por otros
puntos de vista. Significa iluminar el mundo del espíritu de las cosas, de los
lugares y de los seres vivos.[11]
Tendríamos una oportunidad de sobrevivir y prosperar
si nos reintegrásemos simbióticamente en la biosfera de esta Tierra que es un planeta
simbiótico.[12] Pero nuestras sociedades no
avanzan por ese camino: muy al contrario… Allí donde deberíamos estar buscando la reintegración honda y rápida en la naturaleza
(estrategias de autocontención, biomímesis y resilvestración),[13] la
cultura dominante sigue persiguiendo el
sueño contraproductivo de la dominación... Y así destruimos y nos
autodestruimos.
Interludio: lecciones (malas) de cosas
Abro un breve paréntesis. Había en España, desde
finales del siglo XIX, un subgénero de libros didácticos titulados lecciones
de cosas: manuales escolares ilustrados con dibujos y fotografías que
trataban de poner en contacto a los niños y niñas con el mundo real: animales,
vegetales, medios de transporte, alimentos, máquinas… Podríamos desviar un poco
el concepto para referirnos a las mudas lecciones que continua y cotidianamente
nos imparte el mundo material donde vivimos. Sin necesidad de discurso verbal,
las cosas de las ciudades, las fábricas, los aeropuertos y los centros
comerciales sencillamente están ahí y nos cuentan, de forma elocuente, la
narración antropocéntrica del triunfo humano.
En efecto: las prácticas humanas sedimentan y se
materializan en toda una “tecnosfera” de infraestructuras, edificaciones y
objetos sobre los que se desliza nuestra vida de todos los días, casi siempre
sin prestar mucha atención. Pues bien: las lecciones de cosas que nos
imparte todo el tiempo el mundo urbano-industrial nos confunden y desencaminan,
transmitiéndonos supremacismo humano, velocidad, dominación, agresión, competencia...
Al mismo tiempo, la expansión de ese mundo urbano-industrial va degradando y
destruyendo el mundo natural (los demás seres vivos, los ecosistemas, Gaia),
que nos enseñaría otras lecciones de cosas bien diferentes. Construimos aún más
autopistas mientras talamos aún más bosques; nos sumergimos en “metaversos”
virtuales al tiempo que destruimos la diversidad de la vida. Acceder a las
experiencias enriquecedoras que sólo puede proporcionar una naturaleza en buen
estado se hace cada vez más difícil. Cientos de anuncios comerciales cada día,
pero ningún encuentro con una rana o un tejón.[14]
Y por eso, entre otras razones, los ecologismos
vamos perdiendo terreno en nuestras trágicas luchas por un planeta habitable.
Un horizonte de convivencia en la no-dominación
Simbiosis es una noción biológica: en términos humanos
hablamos de cooperación o ayuda mutua… El gran asunto ético-político de siempre
¿no es dominación frente a cooperación?[15] Se trataría de establecer,
con el resto del mundo vivo al que pertenecemos, relaciones no de dominación y
explotación, sino de coexistencia y simbiosis (en la mayor medida posible). Sin
ilusiones angélicas, manteniendo un básico realismo biofísico, y teniendo en
cuenta el carácter dinámico y procesual de todo el conjunto de relaciones
vitales que está en juego…
Abundemos en ello. El
horizonte utópico/ distópico de dominación
(que con tanto
vigor y agudeza criticaron Theodor W. Adorno, Max Horkheimer, Murray Bookchin,
Vandana Shiva y tantas otras pensadoras)[16] habría de ser sustituido
por uno de convivencia, interacción y
cuidado[17] a partir de asumir las realidades de la
simbiosis.
De ahí la importancia de la teoría de
la simbiogénesis de Margulis, la teoría
Gaia de James Lovelock y Carlos de Castro, las corrientes minoritarias de la izquierda que se han opuesto al
productivismo y el extractivismo –desde William Morris a Ivan Illich… Advierte Marta
Tafalla:
La nuestra es una civilización que niega sus
propios fundamentos, que se afirma autónoma cuando en realidad es
ecodependiente. Sobre esta extraña contradicción, alimentada por la misma
actitud egoísta que nutrió el dualismo metafísico, construimos nuestra
irracional forma de vida. Y mientras invertimos energías en someter la
naturaleza y soñamos con liberarnos de ella, no aprendemos a conocerla, a
convivir, ni tampoco a apreciarla.[18]
Más
que de éthique de la non-puissance (Jacques
Ellul),[19] hablemos de no-dominación:
ésa es la clave. (Y por ahí, por cierto, se conectarían directamente la
simbioética y la filosofía política republicana…)
Necesitamos aprender a ver aquello ante lo cual la
cultura dominante (antropocéntrica, mecanicista, patriarcal, colonial,
capitalista e individualista) nos hace ciegos: A) la vitalidad que anima casi
todo en el planeta Tierra; B) la importancia de los sistemas complejos
adaptativos, y especialmente la importancia de esas totalidades que llamamos
ecosistemas; C) la importancia en el mundo vivo de la simbiosis, frente a los procesos de competencia y
depredación; D) el
trágico peso de las dinámicas sistémicas que hemos puesto en marcha los seres
humanos (como la reproducción ampliada del capital, la expansión de la
tecnociencia y la aceleración social).
Terraformarnos a nosotras y nosotros mismos
La
cosmovisión galileana-cartesiana, en la base de la Modernidad europea, nos
lleva a pensarnos como algo esencialmente diferente del mundo: se supone que
los seres humanos (o más bien nuestra alma inmortal) somos res cogitans y
todo lo demás res extensa. Nos hallamos en el mundo como extranjeros:
una suerte de extraterrestres en la Tierra. Pero esto es del todo erróneo. Como
subraya Wolfgang Welsch, “estamos troquelados por nuestra herencia evolutiva
incluso en nuestras actividades culturales. El ser humano surgido
evolutivamente es un ser troquelado por el mundo y unido al mundo”.[20] Desde siempre nos hemos
desarrollado, nosotros y todos nuestros antepasados, como parte de la biosfera
terrestre; hemos ido coevolucionando con ella y con la miríada de seres vivos
que la componen.
Bajo
una cultura dominante que se halla (como suele enfatizar Yayo Herrero) en
guerra contra la vida, vivimos como
extraterrestres en el tercer planeta del Sistema solar. Se habla de
“terraformar” Marte, buscando a la desesperada una salida –por lo demás quimérica–[21]
de los estragos ecológico-sociales que causamos; pero no se trataría de
“terraformar” Marte, sino de terraformarnos
a nosotras y nosotros mismos. Así que éste sería un principio para la nueva
cultura que buscamos: seguir adelante con la alfabetización ecológica básica,
pensando en terraformarnos a nosotras y nosotros mismos.
No
cabe pensar, a estas alturas, en una educación ambiental aséptica: la
alfabetización ecológica nos plantea un reto especial, porque tomarte en serio
ese conocimiento te llevaría a cambiar tu forma de vivir.
[1] Una versión anterior de
este texto en el libro colectivo Humanidades
ecológicas: hacia un humanismo biosférico (Tirant lo Blanc, Valencia 2023).
[2] Amaia Pérez Orozco, “De
vidas vivibles y producción imposible”, publicado en Rebelión el 6 de
febrero de 2012. Puede consultarse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144215
[3] Corine Pelluchon: “No
debemos dejar la sed de sentido a la religión” (entrevista), El País, 15
de mayo de 2022; https://elpais.com/ideas/2022-05-14/corine-pelluchon-no-debemos-dejarle-la-sed-de-sentido-a-la-religion.html
[4] Jorge Riechmann, Simbioética:
Homo sapiens en el entramado de la vida, Plaza y Valdés, Madrid 2022.
[5] Los holobiontes son
(somos) entidades formadas por la asociación de diferentes especies que dan
lugar a unidades ecológicas. El término, introducido quizá por Lynn Margulis en
“Symbiogenesis and symbioticism”, deriva del griego antiguo ὅλος (hólos), que
significa “todos”, y βιὅς, que significa “organismo”, “ser vivo”.
[6] Jorge Riechmann, Biomímesis.
Ensayos sobre imitación de la naturaleza, ecosocialismo y autocontención,
Los Libros de la Catarata, Madrid 2006. Segunda edición actualizada: Un buen
encaje en los ecosistemas, Catarata, Madrid 2014.
[7] Desarrollo esta propuesta
por extenso en dos libros recientes: Informe
a la Subcomisión de Cuaternario, Árdora, Madrid. 2021. Y Simbioética, Plaza & Valdés, Madrid
2022.
[8] Veamos la famosa cita por
extenso: “En lugar de la filosofía especulativa enseñada en las escuelas, es
posible encontrar una práctica por medio de la cual, conociendo la fuerza y las
acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros, de los cielos y de todos
los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los oficios
varios de nuestros artesanos, podríamos aprovecharlas del mismo modo en todos
los usos a que sean propias, y de esa suerte hacernos como dueños y poseedores
de la naturaleza. Lo cual es muy de desear, no sólo por la invención de una
infinidad de artificios que nos permitirían gozar sin ningún trabajo de los
frutos de la tierra y de todas las comodidades que hay en ella, sino también
principalmente por la conservación de la salud que es, sin duda, el primer bien
y el fundamento de los otros bienes de esta vida”. René Descartes, Discurso
del método (en la selección
de obras recogidas en Biblioteca de Grandes Pensadores), ed. Gredos, Madrid
2011, p. 142.
[9] En un artículo hoy ya clásico
titulado “The historical roots of our ecological crisis” (1967), el historiador
Lynn White trató de mostrar cómo el cristianismo favoreció la idea de
separación del ser humano respecto de la naturaleza; esto impulsó
posteriormente, ya con la revolución científica europea de los siglos
XVII-XVIII, una moral que legitimaba dominar y explotar nuestros entornos.
[10] Julen Rekondo, “Semillas
voladoras”, eldiario.es, 29 de julio de 2024; https://www.eldiario.es/euskadi/blogs/viento-del-norte/semillas-voladoras_132_11556972.html
[11] Geneviève Azam,
“Terrestre”, en AAVV, 40 voces por las sublevaciones de la Tierra, Virus,
Barcelona 2024, p. 150.
[12] Lynn Margulis, Planeta simbiótico, Debate, Madrid 2002.
[13] Jordi Palau, Rewilding Iberia, Linx Eds. 2020. Marta Tafalla, La filosofía ante la crisis ecológica,
Plaza y Valdés, Madrid 2022. Cristian Moyano, Ética del rewilding, Plaza y Valdés, Madrid 2022.
[14] Se podría decir también
con Amador Fernández-Savater, en uno de los textos donde dialoga con Herbert
Marcuse: “La tecnología es la ideología de las sociedades industriales
avanzadas. Una ideología que está en las cosas mismas. Disuelta en los
transportes, el trabajo, el ocio, en el lenguaje, las formas de acceso al saber
y al conocimiento, las interacciones sociales más banales. Es la propaganda
por el hecho…”
[15] Un tratado monumental: Dominar
de Christian Laval y Pierre Dardot (Gedisa, Barcelona 2021).
[16] La dominación es anti-ética: he razonado al respecto en “Acerca de
la igualdad en la era de la crisis ecológico-social”, capítulo 2 de Autoconstrucción (Catarata, Madrid
2015). Pero además, si a usted los argumentos “buenistas” no le convencen, sepa
que es contraproducente: se vuelve contra
el dominador. Lo he mostrado en “Dejar de comportarnos como extraterrestres
en el tercer planeta del sistema solar”, capítulo 6 de Simbioética (op. cit.).
[17] Podríamos hablar también
de consideración, como lo hace Corine
Pelluchon en la cita que precede a este texto y en su libro Ética de la
consideración (Herder, Barcelona 2023); y sin duda de amor compasivo. O también
de convivencia noviolenta, echando mano del importante concepto de ahimsa, tan presente en las tradiciones sapienciales hindúes…
[18] Marta Tafalla, Ecoanimal.
Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, Plaza & Valdés,
Madrid 2019, p. 147.
[19] “Lo ilimitado ‘es la
negación de la humanidad y de la cultura’. Y el objeto mismo al que se refiere
lo sagrado es el límite. (…) Contra la omnipotencia ilimitada de la Técnica,
contra la eficacia establecida como valor supremo, Ellul promueve una ética de
la no-potencia, como límite que se opone al universo de las cosas y su
contabilidad”. Daniel
Vidal, “Jacques Ellul, Théologie et Technique. Pour une éthique de la
non-puissance”, Archives de sciences sociales des religions 168, 2014; http://assr.revues.org/26396
El libro al que se refiere es Jacques
Ellul, Théologie et Technique. Pour une
éthique de la non-puissance (edición de Sivor, Danielle y Yves Ellul;
introducción de Frédéric Rognon), Labor et
Fides, col. Philosophie, Ginebra
2014.
[20] Wolfgang Welsch: Hombre y mundo. Filosofía en perspectiva
evolucionista, Pre-Textos, Valencia 2014, p. 12.
[21] Quimérica, sí, pese a las fantasías de los
tecno-oligarcas como Elon Musk. “Musk habla de Marte como un bote salvavidas
para la humanidad, lo cual es una de las cosas más estúpidas que alguien podría
decir”, sostiene Adam Becker, astrofísico y autor del libro More Everything
Forever, que describe las fantasías mesiánicas de ciencia ficción de los
oligarcas tecnológicos. “Hay muchísimas razones por las que es una idea tan
mala, y no se trata de que digamos: Oh, nunca tendremos la tecnología para
vivir en Marte. No es eso lo que digo. Lo que digo es que la Tierra siempre
será una mejor opción, pase lo que pase. Por ejemplo, podríamos ser impactados
por un asteroide del tamaño del que extinguió a los dinosaurios, y la Tierra
seguiría siendo más habitable. Podríamos hacer explotar todas las armas
nucleares, y la Tierra seguiría siendo más habitable. Podríamos tener el peor
escenario posible para el cambio climático, y la Tierra seguiría siendo más
habitable. Cualquier análisis superficial de los hechos sobre Marte lo deja muy
claro”. Por otra parte, no es necesario ni siquiera un superficial análisis
fáctico sobre Marte si uno se cree que la tecnología está cerca de inventar una
máquina capaz de cambiar las propiedades físicas del universo. En 2023, el
multimillonario director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, admitió que el cambio
climático era un problema enorme, pero restó importancia a su magnitud
afirmando que una IA superinteligente pronto podría decirnos cómo crear muchas
instalaciones de energía limpia, cómo aumentar la captura de carbono y cómo
lograr ambas cosas rápidamente y a gran escala. “Lo que dijo fue en realidad:
una buena manera de resolver el calentamiento global es construir una especie
de máquina sin una definición clara, que nadie sabe cómo construir, y luego
pedirle tres deseos”, comenta Becker con un suspiro. Para lo anterior: Alex Morris,
“What you’ve suspected is true: billionaires are not like us”, Rolling
Stone, 15 de junio de 2025; https://www.rollingstone.com/culture/culture-commentary/billionaires-psychology-tech-politics-1235358129/
Jorge Riechmann. Donde el amor, allí el mundo. Ed. El Desvelo. 2025

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