Muchos se negaban a admitirlo, decían, es una performance de Uberto... la verdad es que hasta el mismo se atragantaba, no le salían las palabras del cuerpo, su lengua no sabía articular lo que tenía que decirnos. Adiós Edita, adios, han sido veinte años bien hermosos, yo estuve allí.
AQUÍ VIENE LA GENTE DE GRIS
Here
Come the people in Gray
The
Kinks
The Kinks
atronaban Unreal Reality
cuando
me presentaron al señor Buda recién llegado de Holanda
impreso
en un cartoncito troquelado
que
parecía un sello de los playmobil.
Puede
llevaros al centro del mundo, dijo D,
a su
mismísimo ombligo.
Esa
casa es tan grande
que
llega a las nubes,
tiene
cientos de ventanas
para
que la gente pueda mirar
y se
pregunten de qué va todo esto.
No
había terminado de decir aquellas palabras
cuando
ya habíamos llenado un coche de buscadores de oro
y las
luces estroboscópicas dieron paso a una danza silenciosa de serpientes
que me
subían por las piernas y se enroscaban en mi cuello
hasta
que una constrictor abrió la boca y me tragó entero
para
después escupirme de nuevo en los lavabos de la discoteca.
Salimos,
no había estrellas
sino un
cielo cuajado de fuegos artificiales
que
formaban figuras geométricas muy hermosas
y que
después se dirigían a nuestro corazón para extinguirse.
No es
que todos fuéramos uno,
es que
todos éramos el pensamiento de una misma mente
que
sentíamos entonces no había tenido ni principio ni fin,
una
mente que hablaba sin palabras
y que
decía que todo era sagrado
y que
hasta lo sagrado era una ilusión.
M
conducía, para nuestra tranquilidad
su voz
acuosa nos dijo que no había tomado nada,
pero su
conducción errática,
las
direcciones prohibidas que iba comiéndose una tras otra
y un
adelantamiento a un tractor que duró horas
me
decía que no nos podíamos fiar de ella.
Si nos
hubiéramos estrellado aquella noche
la
policía hubiera encontrado restos de sangre en nuestras drogas.
Llevábamos
dos bolsas de hierba, anfetas,
tripis,
hongos, varias papelas,
botellas
variadas de güisqui, ron y vodka,
parecíamos
representantes de la casa Sandoz & Down Chemical.
Habíamos
hecho la recolecta el día anterior,
provisiones
para un viaje que incluía subir al norte
y bajar
por la costa mediterránea.
Cuando
se hizo de día
el
coche estaba clavado en la arena de la marisma
y un
tractor, el tractor que habíamos intentado adelantar toda la noche,
estaba
intentando sacarnos de allí.
Tomamos
la autopista.
U se
turnaba al volante con M.
U
siempre estaba en forma, seguro, certero.
Después
de parar a comer F empezó con las rayitas,
decía
que estaba muy tenso.
D le
encendió una pipa,
los héroes de
celuloide
jamás
sienten dolor,
los héroes de
celuloide
jamás
mueren de verdad.
U tenía
muchos contactos
así que
un par de veces al año íbamos de gira poética
-comida
gratis, sabiduría total, cobertura absoluta, decía D
de los
viajes organizados por U.
Poco
antes del atardecer llegamos a Ávila,
las
serpientes habían dejado paso a las sanguijuelas
y
cuando estas terminaron conmigo
estaba
ante un gélido edificio de una orden monástica
en
donde, por lo visto, tendría lugar el encuentro.
-Ahora
control absoluto, dijo F.
Pero
íbamos tan pasados que la organizadora nos caló al minuto
y nos
quiso echar de allí.
-No
quiero borrachos entre mis feroces, dijo la domadora de poetas.
No
merecía la pena echar más leña al fuego de aquellas vibraciones extrañas,
así que
salimos con alivio de aquel sitio decorado para su propia psicodelia,
lleno
de aristas, de cuadros de santos
y niños
quemándose en las hogueras del infierno
porque
habían pecado mucho.
-¿Ganaron
los nazis? ¿Esto qué es, el cuarto Reich?, soltó U.
Ocho
horas después, a menos de mil bajo cero
aún
estábamos buscando el último garito abierto de la ciudad.
Entramos
en una fiesta ya agónica
que a
lo mejor tiempo atrás había sido privada
preguntando
por farlopa, pastis, lo que fuera.
Después
de unos tensos minutos
nos
informaron de que aquello era
la
fiesta de graduación de la última promoción de la Guardia Civil.
Decidimos
volver a la tumba, junto a Santa Teresa.
En el casette,
los Jefferson Airplane cantaron White Rabbit
y
nuestra mente empezó a moverse con lentitud.
-Estamos
escribiendo sobre lo que sentimos,
¿por
qué nos opondrán tanta resistencia?, dijo D.
-Hablamos
de la explotación, de las drogas y de la guerra
porque
ese es el mundo real donde vive la gente, dijo U.
-Nosotros
no hacemos poesía, la poesía ya está hecha,
nuestro
trabajo es mantenerla viva con nuestras vidas, dijo F.
-Debemos
estar unidos, es nuestra única oportunidad, atiné a decir
antes
de que todo se fundiera en negro.
Despertamos
en una gasolinera
y
prometimos solemnemente, delante de la manguera del surtidor,
que
siempre estaríamos juntos.
A
mediados de los años noventa
éramos
lo único que estaba pasando en poesía en este país de mariconas.
Desde
Huelva, desde Asturias, desde Madrid, desde Valencia
habían
empezado a saltar chispas de una nueva superconciencia
y todo
lo que hacíamos sentíamos que estaba bien,
estábamos
ganando, era una sensación real, tangible,
estábamos
allí y estábamos ganando.
Años
después sigo sintiendo que es así,
que
nuestra energía prevalecerá,
que
nuestros rastros no se perderán,
que
otros avanzarán sobre ellos,
que tal
vez un día no muy lejano, cuando la realidad
ya no
sea un paquete en la estantería de un supermercado,
nos
volveremos a juntar para reír,
como
aquella fría mañana,
saltando
en pelotas delante de las olas,
solitarios
y juntos,
hombres
y mujeres entrando en el mar
para
limpiarse el gris del mundo
mientras
King Crimson vuelve a cantar desde el coche
confusion
confusión
will be my epitaph
Antonio Orihuela. Esperar Sentado. Ed. La Baragaña, 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario