documentos de pensamiento radical

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jueves, 22 de enero de 2015

YO FUI PERRODISTA





Mientras viví con mis padres
estuve en una nube de algodón,

cuando me independicé
la nube estalló.

Descubrí que el mundo estaba hecho de cosas
que no podía permitirme,
ganaba lo justo para comer
y pagar el alquiler,
pero hablaba del periódico donde trabajaba
como si fuera mío.

La política nunca me había interesado,
en el colegio nos dijeron
que los comunistas
no eran libres,
que llevaban todos la misma ropa
y que aunque trabajaban como bestias
nunca tenían nada,
así que prefería a los empresarios
que me invitaban a sus fiestas,
con veleros y casas
que todos querrían tener.

No tenía ni un duro
y tal vez por eso adoraba el dinero.

Entrevistaba famosos, futbolistas, políticos,
gente a la que le iba bien
o que había que entrevistar para que les fuera bien,
mientras yo vivía al día
y andaba siempre a la cuarta pregunta.

Con la crisis el periódico cerró,
la farándula se estrechó
y yo, aunque recibía las migajas de todo esto,
me quedé fuera.

Pasé unos meses en el paro para desintoxicarme,
después, ante la falta de perspectivas,
comencé a ir a las concentraciones en las plazas,
conocí gente como yo
que antes me había pasado desapercibida,
me encontré con una mujer
a la que le habían caído tres meses de cárcel
por robar pañales para su hija recién nacida,
yo había escrito sobre ella
con la misma asepsia que sobre el indulto a un banquero.

Sufrí el acoso de la policía
a la que tantas veces había enaltecido frente a los alborotadores.

Descubrí hechos y cosas que quebraron mis certezas sobre la libertad,
sobre el orden social,
sobre la inteligencia de los seres humanos.

Llegué a un punto en que no me creía nada,
ni siquiera a los que se reunían en la plaza,
todo el mundo estaba enganchado a algo,
todos estaban allí porque querían seguir siendo clase media,
yonkis del consumo, del éxito, de la normalidad,
gente como yo, esperando volver
a algún periódico donde escribiría
que lo peor ya había pasado,
que de nuevo todos seríamos felices,
y la gente se lo creería
y serían felices por decreto,
porque lo habían dicho los medios de comunicación.

Desde luego no era mi plan, pero
¿cómo se mueve, cómo se cambia algo,
si parece todo tan bien atado?

No lo sé,
pero ahora, al menos, tengo claro que la vida
es como un autobús,
puedes ser pasajero o conductor,

no sé donde quiero ir
pero sé que quiero conducir el autobús. 



Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre.
Fotografía de Juan Sánchez Amorós

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