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miércoles, 14 de febrero de 2024

POSTALES DE UNA INFANCIA

 

Personalísimos versos para describir una parte de una biografía; la mítica infancia y primera adolescencia, en un marco duro, gris, terrible, sin esperanza, lóbrego, sin solución… donde el hambre y las necesidades, la falta de lo más elemental para sobrevivir marcan a fuego las jornadas del infante, de su entorno, de su familia, de un padre relativamente ausente. Un mundo terrible, de una pobreza, en todos los sentidos, espectacular, si el adjetivo sirve para estos casos. Versos para recuperar una época que la memoria no podrá olvidar; es imposible soslayar tales privaciones y experiencias.

Destacar, asimismo, el carácter temático del poemario (El infante de las estrellas), que le otorga unidad y permite cohesionar los distintos materiales. Donde asistimos, testigos privilegiados, a la evolución vital de ese dulce infante, a lo largo de dos períodos separados por treinta años. Y otro rasgo a señalar es el acierto de Rafael a la hora de titular sus poemas, un don que no está al alcance de muchos de sus colegas, que no atinan o que prefieren no titular. Aquí, los encabezados son un aperitivo de lo que nos espera un poco más abajo, entre líneas y espacios en blanco.

En este libro tan personal e íntimo, Rafael Alcalá nos regala un puñado de poemas memorables, donde la dureza se convierte en belleza y deja huellas con versos muy atinados: “Canturreaba el bolso siniestro de la madre”, “Mi destino me empuja por la espalda”, “Tengo por fiel amiga la densa soledad”, por solo citar algunos.

Versos certeros, muy logrados -siempre medidos: alejandrinos, heptasílabos, pentasílabos…-, con un ritmo envolvente; a veces, con un misterio difícil de explicar. Y… ¡eso es poesía! Una belleza macilenta que atrapa al lector en un mundo de imágenes demoledoras, como ese niño que ni una naranja puede tomar de postre, toda una definición de una época gris, muy oscura. Con un punto costumbrista que acentúa el contraste poético pero también narrativo de los veintiocho poemas que conforman el testamento vital de su autor.

Veintiocho poemas como treinta heridas que el tiempo no ha sanado ni sanará, para eso sirve escribir, para compartir con los demás la dudosa hermosura de un tiempo que no volverá, de unas experiencias que forjarán la sensibilidad de ese crío empeñado en jugar con las estrellas, de ese zagal que no entiende la violencia del entorno, su gratuidad y sinsentido, de ese niño que desea estar al amparo de su madre, la misma que le fríe con mucho cariño los puñados de boquerones, tan baratos que, para muchos de su generación, forman parte de la memoria gastronómica y sentimental. Como ese puchero con pringá que, gracias al giro semanal, siempre tan exiguo, dura tres jornadas en una mesa siempre tan parca, tan minimalista, tan elemental.

Una vez más, Rafael Alcalá consigue tejer una telaraña poética y sentimental que atrapa al lector, que sufre y goza al mismo tiempo con un mundo terrible, una infancia sin infancia, donde el mejor juguete, y el más barato y a mano, era la fértil imaginación, que servía para huir a mundos no contaminados por la humana miseria.

 
Manuel Varo. Reseña a El infante de las estrellas de Rafael Alcalá

1 comentario:

  1. La necesidad e importancia del regazo.Y si no está hay que inventarlo.

    Chiloé


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