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El Gobierno, la policía y los grupos reaccionarios, sabedores del poder de la prensa combativa actuaban compaginando la legalidad censora con el boicot y los actos terroristas. En las oficinas de correos secuestraban, extraviaban para siempre o demoraban la distribución de las ediciones empaquetadas para el envio que al no venderse o no obtener ingresos económicos, obligaba a cerrar la publicación de inmediato. En otras ocasiones, las astronómicas multas gubernativas o las clausuras de los periódicos, producían el mismo efecto. A finales de los años sesenta del XIX asoma la cabeza el grupo parapolicial La Partida de la Porra. Sus matones, liderados por Ducazal, se pavonean por los teatros y redacciones arrasándolo todo y rompiendo las costillas del personal que estuviera en el interior de los locales. Las sedes eran saqueadas e incendiadas día sí, día también; cuando no detenían y encarcelaban a toda la redacción previo apaleamiento. En 1894 se creó una brigada especial de policía. La Ronda Especial, compuesta por mercenarios y hampones cuyo trabajo era amedrentar al anarquismo. Estos ganster, en 1908, arrasaron los semanarios anarquistas Tierra y Libertad y El Rebelde, así como el Centro de Estudios Sociales de Barcelona.
Ana Muiña. Rebeldes Periféricas. La linterna sorda. Madrid, 2008.
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