La mano hábil desbroza,
sabia con los años
se mueve con destreza.
Arranca sin remisión
las peores hierbas.
Vuelve a repasar,
surco a surco,
titubea, se detiene, duda,
pero vuelve a desbrozar.
Teme haber arrancado,
en alguna ocasión,
un brote delicado que no vio,
que no reconoció,
porque el cansancio ciega.
Regresa, cada día más sabia,
al surco que conoce,
camina por él,
observa más despacio
y a la destreza,
a la sabiduría,
añade ahora la piedad.
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