documentos de pensamiento radical

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miércoles, 17 de mayo de 2017

3 fragmentos de ÉTICA EXTRAMUROS de JORGE RIECHMANN



Todo indica que hoy el colapso es más probable que una transición razonable a la sustentabilidad

Ya no es realista esperar una transición planificada y suave hacia una economía post-carbono, o –de manera más general-- hacia una sociedad sustentable. Será una verdadera revolución ecosocialista… o el caos climático. En su libro de 2014 Esto lo cambia todo, Naomi Klein indica que si el problema del cambio climático se hubiera abordado seriamente en la década de 1960, cuando los científicos ya estaban planteando a fondo la cuestión, o incluso a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, cuando el gran climatólogo James Hansen expuso su famoso testimonio sobre el calentamiento global ante el Congreso de EEUU, cuando se creó el IPCC y cuando se elaboró el Procolo de Kioto –entonces el problema se podría quizá haber abordado mediante reformas graduales. En ese momento histórico, sugiere Naomi Klein, aún habría sido posible reducir las emisiones al menos un 2% al año, sin tocar los grandes resortes del sistema.

Climatólogos como Kevin Anderson, director adjunto del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático en Gran Bretaña, señalan que ya hemos perdido la oportunidad para realizar cambios graduales: los países ricos tendrían que reducir sus emisiones entre un 8 y un 10% al año.

“Tal vez, durante la Cumbre sobre la Tierra de 1992, o incluso en el cambio de milenio, el nivel de los dos grados centígrados [con respecto a las temperaturas preindustriales] podrían haberse logrado a través de significativos cambios evolutivos en el marco de la hegemonía política y económica existentes. Pero el cambio climático es un asunto acumulativo. Ahora, en 2013, desde nuestras naciones altamente emisoras (post-) industriales nos enfrentamos a un panorama muy diferente. Nuestro constante y colectivo despilfarro de carbono ha desperdiciado toda oportunidad de un ‘cambio evolutivo’ realista para alcanzar nuestro anterior (y más amplio) objetivo de los dos grados. Hoy, después de dos décadas de promesas y mentiras, lo que queda del objetivo de los dos grados exige un cambio revolucionario de la hegemonía política y económica[1] (la negrita es del propio Anderson).

La investigación sobre los colapsos que sufrieron culturas y civilizaciones antiguas apunta a que las soluciones para problemas de escasez de recursos –energía sobre todo— tienden a crear sistemas aún más complejos, y asociado con esta mayor complejidad va un mayor uso –directo e indirecto— de energía.[2]

Como bien indican Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes en esa obra monumental que es En la espiral de la energía, una transición ordenada hacia la sustentabilidad (incluyendo una rápida transición energética hacia las renovables) sólo sería realista en un escenario de fuerte planificación (no necesariamente centralizada) y elevada conciencia social, a escala mundial o casi. Y eso no va a producirse a la escala y con la velocidad que se requiere.[3]

Todo indica que hoy el colapso es más probable que una transición razonable a la sustentabilidad.[4] Vamos hacia “un colapso caótico del capitalismo global”.[5]

¿UNA GOBERNANZA GLOBAL DÉBIL?
Hay quien dice que tenemos una débil gobernanza global y que no se podía esperar más [de la COP 21 en París, en diciembre de 2015]. Pero no es cierto. Cuando los estados se reúnen para favorecer el comercio global, a través de acuerdos de liberalización económica como el CETA, entre EEUU y Canadá, el NAFTA o el TTIP que ahora se negocia entre EEUU y Europa, se demuestra que la gobernanza mundial es fuerte, si bien en favor de los intereses de las grandes compañías y en detrimento de la propia democracia. Estos acuerdos incluyen mecanismos de verificación, tribunales de arbitraje privados y medidas sancionadoras. Y basta un ejemplo para comprobarlo, reciente, y que pone de manifiesto la contradicción entre el objetivo de dejar bajo tierra la mayor parte de reservas fósiles por explotar, especialmente las más contaminantes, y los intereses económicos. La empresa TRANSCANADÁ, acaba de denunciar al gobierno de EEUU ante el tribunal estatal del Estado de Texas y el tribunal de arbitraje privado del CETA, por impedir la aprobación del proyecto de oleoducto que debe transportar el petróleo de arenas bituminosas de Alberta hasta la costa oeste de EEUU para ser exportado a Europa. EEUU con toda seguridad se enfrenta a una sanción y deberá autorizar este oleoducto, contra el que el movimiento por el Clima lleva luchando desde hace una década y que Obama ya se comprometió a paralizar en su programa de la primera investidura presidencial. Los gobiernos que no se ponen de acuerdo para afrontar las amenazas a la vida en el planeta se ponen de acuerdo para dejar en manos privadas la derogación de medidas regulatorias que puedan atentar contra sus negocios. En la práctica EEUU y Europa están de acuerdo en que los negocios prevalecen sobre las políticas sociales y ambientales, y que la política económica debe quedar fuera de la decisión política democrática. Dejan el arbitraje de sus políticas económicas, sociales y ambientales en manos de tribunales de arbitraje privados atentos a que no se pongan obstáculos a los negocios globales.

Esteban de Manuel Jerez, “¿Después de París qué?”, en su blog Construyendo la nueva Sevilla, 21 de enero de 2016; http://www.sevilladirecto.com/blog/despues-de-paris-que/

Un retraso de decenios

Si lanzamos hacia atrás una mirada histórica, y contemplamos los estragos que han padecido diversas sociedades --pensemos en el ascenso del nazismo o en nuestra guerra civil española, por ejemplo--, a toro pasado nos preguntamos: ¿cómo fue posible? Si se veían venir esos males, ¿por qué no se actuó eficazmente para contrarrestarlos? Pero ahora mismo están gestándose las catástrofes de mañana, y no somos lo bastante diligentes en escrutar sus signos para intentar prevenirlas...

“La carrera por el beneficio y la acumulación capitalista (ambas cosas van de la mano) nos llevan con la cabeza gacha hacia una catástrofe irreversible y de una amplitud que no podemos ni imaginar. Para reducir las emisiones y después suprimirlas totalmente urge implantar una planificación ecosocialista, que exige ante todo la expropiación de sectores de la energía y del crédito, sin indemnización ni recompra. Sin esto, la catástrofe climática hundirá a la humanidad en una barbarie ante la cual las dos guerras mundiales del siglo XX, la colonización y el nazismo parecerán simples ejercicios de aficionados.”[6]

Necesitamos una reflexión radical sobre el cambio climático, que supere la tentación de poner parches sobre los síntomas del problema y aborde las causas: el insostenible modelo de producción y consumo. No se puede hablar de cambio climático sin hablar de capitalismo. Incluso los editoriales de prensa en el centro del Imperio del Norte lo dicen ya con toda claridad: “Debemos cambiar radicalmente nuestra forma de vivir y trabajar, con la certeza de que es la única oportunidad de poner coto a un cambio radical en la naturaleza.”[7]

En lo que se refiere al cambio climático, en el segundo decenio del siglo XXI la situación es verdaderamente aterradora. Observadores científicos tan cualificados como Carlos Duarte avisan: cabe que estemos a punto de disparar una serie de mecanismos de cambio abrupto (tipping points), cada uno de ellos con consecuencias globales, que podrían ir encadenándose en un “efecto dominó” con claro riesgo de cambio climático incontrolable y catastrófico.

“De los 14 elementos capaces de causar inestabilidades y cambios abruptos en el planeta, seis se encuentra en el Ártico. Lo que allá ocurra tendrá consecuencias globales. Las observaciones de pérdida de hielo en el océano Ártico muestran una reducción de la capa helada más rápida que la que cualquiera de los modelos climáticos actuales es capaz de reproducir. Modelos recientes indican que la pérdida de hielo en Groenlandia se puede disparar con un calentamiento climático de 1,5 grados centígrados, más de un grado por debajo de lo que considera el IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), lo que sitúa dicho fenómeno peligroso mucho más cercano a nosotros de lo que se esperaba. Nuestras acciones en los próximos cinco años determinarán si cruzaremos ese umbral de cambio climático de riesgo.”[8]

¡Los próximos cinco años: 2011-2016! Charles Bolden, responsable de la NASA sobre cambio climático, señalaba en un comunicado de enero de 2016 que “el cambio climático es el desafío de nuestra generación”,[9] pero eso es echar mal las cuentas: ¡ya lo era de la generación anterior! Llevamos un retraso de decenios en la acción eficaz para contrarrestar la crisis socioecológica planetaria (a veces designada con el eufemismo de “cambio global”). La creación del Programa Mundial sobre el Clima, y la publicación de Los límites del crecimiento –el primero de los informes del Club de Roma--, tuvo lugar en 1972: no en esta legislatura ni en la legislatura anterior. No podemos permitirnos seguir perdiendo el tiempo.

Indica Ferrán Puig Vilar que la responsabilidad histórica de las generaciones presentes es enorme. Como en otras dimensiones de la crisis socioecológica, se nos escapa la rapidez de los cambios movidos por dinámicas de crecimiento exponencial: nuestra intuición no está a la altura.

“En los últimos treinta años [1980-2010, aproximadamente] se ha emitido a la atmósfera una cantidad de GEI equivalente a la mitad de la emitida en toda la historia de la humanidad. Es muy probable que, veinte o treinta años antes del final del siglo pasado, hubiéramos estado a tiempo de encontrar una trayectoria colectiva en términos de emisiones que hubiera impedido llegar hasta aquí, cuando las respuestas ya no pueden ser incrementales y no se producirán, en su caso, sin severos sacrificios. (…) Que todo esto podía ocurrir se sabe desde hace más de cincuenta años, pues ya el presidente Lyndon B. Johnson advirtió del peligro en el Congreso de los EEUU en los años sesenta [del siglo XX]. Sin embargo, décadas de negacionismo sofisticadamente organizado y de freno al pensamiento sistémico como elementos de la expansión ultraliberal programada nos han llevado hasta aquí.”[10]

En un artículo de análisis sobre la situación política estadounidense, Norman Birnbaum decía que los “progresistas” de EEUU (vale decir, más o menos, los socialdemócratas europeos… si no olvidamos que en la Europa de comienzos del siglo XXI prácticamente no hay socialdemocracia) tienen “una larga lucha por delante”.[11] A la luz de los cambios necesarios para proteger el clima, podríamos formular algo semejante: necesitaríamos hacer acopio de paciencia histórica para luchar largamente por cambiar valores, prácticas, instituciones, economías, políticas… Pero la pregunta trágica que no podemos dejar de plantear es: ¿tendremos tiempo para largas luchas?

Enzo Tiezzi tituló un valioso libro suyo Tiempos históricos, tiempos biológicos. Durante casi la totalidad de la historia humana tuvo sentido suponer que los tiempos históricos eran extraordinariamente rápidos en comparación con los tiempos biológicos y geológicos. Hoy se ha producido una dramática inversión: en lo que se refiere a degradaciones como la que está sufriendo la estabilidad climática (o la diversidad biológica), los tiempos biológicos son muy rápidos y los histórico-políticos demasiado lentos.


¿Qué hacer? Después de la COP 21 en París

Lo que necesitamos es un gigantesco movimiento de masas anticapitalista a escala mundial, orientado por nociones de justicia climática, supervivencia y sustentabilidad, aunque –como sugiere Naomi Klein— “la verdadera apuesta no consiste tanto en poner en pie un gigantesco movimiento totalmente nuevo sino en lanzar pasarelas entre las organizaciones ya existentes. (…) Espero que haya convergencia entre el movimiento obrero, el movimiento contra la austeridad y los movimientos ecologistas para una acción justa y concertada a favor del abandono de las energías fósiles.”[12]

Climatólogos de primera línea como James Hansen no tiran la toalla: estiman que si EEUU y China se pusiesen de acuerdo para implantar un impuesto al carbono suficientemente fuerte, de manera coordinada, el resto del mundo no tendría otra opción que adherirse a este acuerdo. Y esto tendría una importancia mayor que nada de lo que finalmente salga de las negociaciones de NN.UU. en la COP 21 de París, en diciembre de 2015. [13]

Otro climatólogo de primera línea, Veerabhadran Ramanathan (profesor de Ciencias Climáticas y Atmosféricas de la Scripps Institution of Oceanography de la Universidad de California), llama la atención sobre los otros gases de “efecto invernadero” además del dióxido de carbono: una tonelada de clorofluorocarbonos (CFC) es equivalente a 10.000 toneladas de CO2 en cuanto a su poder de calentamiento. Por eso, sería posible una acción a corto plazo para ganar tiempo: “Reduciendo las emisiones de metano en un 50%, de hollín en un 90% y dejando de usar del todo los HFCs, en 2030 habremos reducido a la mitad el calentamiento previsto para los próximos 35 años. Reducir las emisiones de estos contaminantes de vida corta tendrá un impacto inmediato y puede ralentizar enormemente el calentamiento global de aquí a unas décadas. Esto nos daría un tiempo que necesitamos desesperadamente para cambiar radicalmente nuestra dieta energética…”[14]

¿QUÉ HACER? ALGUNAS IDEAS PARA LA ACCIÓN SOCIAL,
TRATANDO DE ORGANIZAR UN MOVIMIENTO MUNDIAL
MÁS ALLÁ DE LA COP 21 (PARÍS, DICIEMBRE DE 2015)

  • Una idea básica: París (en diciembre de 2015) es sólo una etapa, hay que construir un movimiento con fuertes raíces locales y con la vista puesta en plazos más largos.
  • Un movimiento que no trate sólo de la protección del clima como una “cuestión ambiental”: sino que consiga ligar en la conciencia de la gente (como de hecho lo están en la realidad) las cuestiones de empleo, migraciones, energía, agricultura, alimentación…
  • Lo queramos o no, por las buenas o por las malas, habrá decrecimiento material y energético. Y entonces, o vamos a políticas de redistribución e igualdad, o nos adentraremos aún más en un mundo caníbal, crecientemente fascistizado.
  • También, lo queramos o no, habrá calentamiento climático –ya lo hay- en un nivel aún por determinar. Las cuestiones de adaptación se vuelven cada vez más perentorias. Michel Jarraud, secretario general de la OMM, al presentar en noviembre de 2015 el último informe de esa entidad sobre la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera advirtió: "Hay que limitar el cambio climático a un nivel al que podamos adaptarnos. No podemos evitarlo completamente, pero sí podemos limitarlo; podremos adaptarnos a las consecuencias más importantes y evitar otras, porque ya tenemos fenómenos irreversibles, como el aumento del nivel de la mar, la acidificación o los fenómenos extremos". (Pueden consultarse sus declaraciones en http://www.lavanguardia.com/vida/20151109/54439682344/cantidad-de-gases-de-efecto-invernadero-en-la-atmosfera-bate-record-en-2014 )
  • La solución no está en los Gobiernos ni en las grandes empresas: lo que se está negociando en las COP y otros foros es cada vez peor.
  • Hay multitud de luchas locales y de “ecologismo de los pobres” que objetivamente son anti-calentamiento global (aunque no siempre lo sean en la intención de los movimientos populares que las impulsan). Así, por ejemplo, las luchas contra el fracking o fractura hidráulica, o a favor del transporte público, o contra la expulsión de los pueblos originarios de sus tierras ancestrales… Se trata aquí de fortalecer estas luchas y federarlas.
  • Interpelar directamente a los sindicatos de clase y trabajar con sus sectores más sensibles.
  • Interpelar directamente a las Iglesias y trabajar con los sectores de iglesia de base (cf. la encíclica “ecosocialista” del Papa Francisco en junio de 2015, Laudato Sii).[15]
  • Apelar a la cuestión intergeneracional: ¿por qué hay asociaciones de Madres Contra la Droga y no Madres –y Padres- Contra el Cambio Climático?
  • Alianzas transversales entre distintos movimientos sociales (movimientos obreros, movimientos ecologistas, campesinos, pueblos indígenas…) en torno a objetivos compartidos: por ejemplo, iniciativas de relocalización de la producción y el consumo.
  • Iniciativas de cambio personal: renunciar al automóvil privado, dejar de consumir carne…


Sobre las perspectivas de acción pos-París es útil el libro colectivo Paths Beyond Paris: Movements, Action and Solidarity Towards Climate Justice, diciembre de 2015. Puede descargarse en http://www.carbontradewatch.org/articles/paths-beyond-paris-movements-action-and-solidarity-towards-climate-justice.html



[1] Citado en Naomi Klein, “Por qué necesitamos una eco-revolución”, sin permiso, 17 de noviembre de 2013. Puede consultarse en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6430
[2] Véase Joseph A. Tainter, The Collapse of Complex Societies, Cambrige University Press, Nueva York 1988; así como Jared Diamond, Jared Diamond Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Debate, Barcelona 2006.
[3] Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes, En la espiral de la energía (vol. 2), Libros en Acción, Madrid 2014, p. 204.
[4] Joseph A. Tainter, “Energy, complexity and sustentability: a historical perspective”. Environmental Innovation and Societal Transitions 1, 2011. Véase también Anthony D. Barnosky y otros, “Approaching a state shift in Earth’s biosphere”, Nature vol. 486, del 7 de junio de 2012.
[5] Fernández Durán y González Reyes, op. cit., p. 196 del segundo volumen de la obra.
[6] Daniel Tanuro, “Informe del GIEC: diagnóstico muy grave, soluciones inútiles”, en la web de Viento Sur, 8 de abril de 2014. El original puede consultarse en http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article31539
[7] Editorial “Broken ice in Antarctica”, The New York Times, 28 de marzo de 2008.
[8] Carlos M. Duarte y Guiomar Duarte Agustí, “La paradoja del Ártico”, El País, 23 de febrero de 2011. Recordemos algunos entre esos posibles cambios bruscos y no lineales: 1. Colapso de la circulación termohalina del Atlántico Norte (“corriente del Golfo”), lo que podría causar un notable enfriamiento del norte y el oeste de Europa. 2. Emisión de grandes cantidades de metano generadas por los hidratos de gas natural hoy fijados en los océanos, lagos profundos y sedimentos polares, lo que retroalimentaría el calentamiento del planeta (el metano es un gas de “efecto invernadero” 25 veces más potente que el dióxido de carbono). 3. Fusión de los hielos de Groenlandia, lo que provocaría una subida del nivel del mar de unos siete metros. 4. Colapso de los ecosistemas marinos (por encima de cierto nivel de calentamiento oceánico habría extinción masiva de algas, con su capacidad de reducir el nivel de dióxido de carbono y crear nubes blancas que reflejan la luz del sol), que probablemente originaría una brusca subida de las temperaturas promedio en más de 5ºC.
[9] Manuel Planelles, “2015 fue el año más cálido desde que arrancaron los registros en 1880”, El País, 21 de enero de 2016; http://internacional.elpais.com/internacional/2016/01/20/actualidad/1453307538_631471.html
[10] Ferrán Puig Vilar, “¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende”, en mientras tanto 117 (monográfico sobre Los límites del crecimiento: crisis energética y cambio climático), Barcelona 2012, p. 113.
[11] Norman Birnbaum, “Una larga lucha por delante”, El País, 25 de abril de 2011.
[12] Entrevista con Naomi Klein (“Cambiar o desaparecer: el nuevo combate de Naomi Klein”) en Sin Permiso, 5 de abril de 2015.
[13] Eric Holthaus, “The point of no return: climate change nightmares are already here”, Rolling Stone, 5 de agosto de 2015 (http://www.rollingstone.com/politics/news/the-point-of-no-return-climate-change-nightmares-are-already-here-20150805)



Jorge Riechmann. Ética extramuros. UAM Ediciones, 2017

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