documentos de pensamiento radical

documentos de pensamiento radical

martes, 16 de mayo de 2017

¿DE DÓNDE TANTA CEGUERA?




Los problemas exigen soluciones sólo cuando se presentan como amenazas, sugiere Harald Welzer en ese libro imprescindible que es Guerras climáticas.[1] Y aunque “en las próximas décadas muchas sociedades entrarán en un colapso determinado por el clima”, el psicólogo social alemán advierte también que “nadie cree realmente que eso vaya a suceder”.[2] De alguna manera, no nos creemos lo que sabemos. ¿De dónde tanta ceguera? Creo que una explicación adecuada –necesariamente multicausal— debe discurrir en tres planos:
A) Dinámicas estructurales. La dependencia estructural de todo el orden socioeconómico presente con respecto al crecimiento económico condiciona gravosamente las alternativas. A la postre, es la dinámica capitalista de acumulación de capital y valorización del valor, junto con la idoneidad de la matriz energética fosilista para esos fines, lo que explica el abismo climático ante el cual la humanidad se halla situada en el siglo XXI (el Siglo de la Gran Prueba).[3]
B)  Intereses creados. Existen poderosos grupos de interés –comenzando por las grandes compañías energéticas y automovilísticas-- que luchan por mantener a toda costa el statu quo –para lo cual no dudan un instante en desacreditar a la ciencia y difundir desinformación de forma masiva. La coordinada actuación de los lobbies capitalistas nos ha hecho perder tres preciosas décadas en la lucha contra el cambio climático.[4] Aquí hay que mencionar también la externalización y alejamiento de muchos síntomas de la degradación (con todo un conjunto de estrategias de “barrer debajo de la alfombra” que ponen en práctica los poderes dominantes).
C)  Dificultades psicológicas. Así, por ejemplo, la dificultad de reaccionar adecuadamente ante procesos graduales (esto remite a los fenómenos de la “rana dentro de la olla” que se va calentando despacito, y a los “puntos de referencia cambiantes”). El psicólogo de Harvard Daniel Gilbert identifica cuatro grandes dificultades psicológicas que explican parcialmente la pasividad e inacción con que (no) abordamos el calentamiento climático –y, más por extenso, la crisis socioecológica mundial--.



[1] Harald Welzer, Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI, Katz, Buenos Aires/ Madrid 2011.
[2] Harald Welzer entrevistado por José Andrés Rojo: “Tenemos una responsabilidad ineludible: desarrollar otra manera de vivir”, Barcelona Metrópolis 83, verano de 2011.
[3] Daniel Tanuro lo ha explicado con acierto en varios textos, y de forma sintética en ese estupendo librito que es Cambio climático y alternativa ecosocialista (Editorial Sylone, Barcelona 2015).
[4] Buen análisis al respecto en Naomi Klein en Esto lo cambia todo –El capitalismo contra el clima, Paidos, Barcelona 2015.

OJALÁ QUE EL SEXO GAY CAUSARA EL CALENTAMIENTO CLIMÁTICO
¿Por qué estamos menos preocupados por el desastre más probable? Debido a que el cerebro humano ha evolucionado para responder a las amenazas que tienen cuatro características - características que el terrorismo tiene y que el calentamiento global no tiene.
En primer lugar, el calentamiento global no tiene bigote. ¡No es broma! Somos mamíferos sociales cuyos cerebros están altamente especializados en pensar en los demás congéneres. La comprensión de aquello en lo que están los otros -lo que saben y quieren, lo que están haciendo y planificando- ha sido tan crucial para la supervivencia de nuestra especie que nuestros cerebros han desarrollado una obsesión con todas las cosas humanas. Pensamos en las personas y sus intenciones; hablamos sobre ellos; los buscamos y los recordamos.
Por eso es por lo que en EEUU nos preocupa más el ántrax (con un número de muertes anuales de aproximadamente cero) que la gripe (con un número de muertes anuales que oscila entre un cuarto de millón y medio millón de personas). La gripe es un accidente natural, y el ántrax es una acción intencional humana, y la más pequeña acción capta nuestra atención de una manera en que el mayor accidente no lo hace. Si dos aviones hubieran sido alcanzados por un rayo y se hubiesen estrellado contra un rascacielos de Nueva York, pocos de nosotros lograríamos nombrar la fecha en que ocurrió.
El calentamiento global no está tratando de matarnos, ¡qué vergüenza! Si el cambio climático hubiese sido encaminado hacia nosotros por un dictador brutal o un Imperio del Mal, la guerra contra el calentamiento sería la máxima prioridad de esta nación.
La segunda razón por la que el calentamiento global no pone el cerebro en alerta naranja es que no viola nuestra sensibilidad moral. No hace que nos hierva la sangre (al menos no en sentido figurado) porque no nos obliga a considerar pensamientos que nos parezcan indecentes, impíos o o repulsivos. Cuando las personas se sienten insultadas o disgustadas, generalmente hacen algo al respecto, tal como golpearse las cabezas mutuamente, o votar. Las emociones morales son los llamamientos del cerebro a la acción.
A pesar de que todas las sociedades humanas tienen reglas morales acerca de la comida y el sexo, ninguna tiene una regla moral sobre la química atmosférica. Y así, nos indigna cualquier violación de protocolo excepto la del Protocolo de Kyoto. Sí, el calentamiento global es malo, pero no nos hace sentir náuseas o enfado o desgracia, y por lo tanto no nos sentimos obligados a embestir contra él como sí que lo hacemos contra otras amenazas trascendentales para nuestra especie, como la quema de banderas nacionales. El hecho es que si el cambio climático lo causaran las relaciones homosexuales, o la práctica de comer gatitos, millones de manifestantes estarían concentrándose masivamente en las calles.
La tercera razón por la que el calentamiento global no desencadena nuestra preocupación es que lo vemos como una amenaza para nuestro futuro - no para nuestra sobremesa. Como todos los animales, los humanos somos rápidos en responder a peligros evidentes y presentes, por lo que nos lleva sólo unas milésimas de segundo agacharnos cuando una pelota de béisbol díscola viene a toda velocidad hacia nuestros ojos.
El cerebro es una máquina “aparta-del-camino” magníficamente diseñada que constantemente está inspeccionando el medio ambiente para identificar las cosas fuera de cuyo camino hay que apartarse justo ahora. Eso es lo que hicieron los cerebros durante varios cientos de millones de años - y a continuación, hace tan sólo unos pocos millones de años, el cerebro mamífero aprendió un nuevo truco: predecir el momento y el lugar de ciertos peligros antes de que realmente sucedieran.
Nuestra capacidad para esquivar lo que todavía no está sucediendo es una de las innovaciones más impresionantes del cerebro, y sin ella no tendríamos hilo dental o planes de jubilación 401(k). Pero esta innovación está en las primeras etapas de su desarrollo. El dispositivo que nos permite hacer frente a pelotas de béisbol visibles es antiguo y seguro, pero el complemento técnico que nos permite responder a amenazas que se ciernen en un invisible futuro todavía está en fase de pruebas.
No hemos progresado lo suficiente en el truco de tratar el futuro como el presente en que pronto se convertirá porque sólo hemos estado practicando durante unos pocos millones de años. Si el calentamiento global le sacara de vez en cuando un ojo a alguien, la OSHA (Occupational Safety & Health Administration) lo aniquilaría por vía legal.
Hay una cuarta razón por la que parece que no podemos ponernos nerviosos por el calentamiento global. El cerebro humano es extremadamente sensible a los cambios de luz, sonido, temperatura, presión, tamaño, peso y casi todo lo demás. Pero si la tasa de cambio es lo suficientemente lenta, ese cambio va a pasar desapercibido. Si la intensidad del zumbido de un refrigerador fuera aumentando poquito a poco a lo largo de varias semanas, el aparato podría estar cantando como una soprano a fin de mes y nadie se daría cuenta.
Debido a que apenas se notan los cambios que se producen gradualmente, aceptamos cambios graduales que rechazaríamos si llegasen de repente. La densidad de tráfico de Los Ángeles ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas, y los ciudadanos lo han tolerado sin más que con los gruñidos de rigor. Si el cambio hubiese ocurrido en un solo día del verano pasado, los angelinos habrían cerrado la ciudad, llamado a la Guardia Nacional y linchado a todos los políticos que pudieran caer en sus manos.
Los ecologistas se desesperan por la velocidad con que está avanzando el calentamiento global. De hecho, no está ocurriendo lo suficientemente rápido. Si el presidente Bush pudiera meterse en una máquina del tiempo y experimentar un solo día del año 2056, volvería al presente conmocionado y espantado, dispuesto a hacer todo lo necesario para resolver el problema.
El cerebro humano es un notable dispositivo diseñado para estar a la altura de las ocasiones especiales. Descendemos de cazadores-recolectores cuyas vidas fueron breves, para quienes la mayor amenaza era un hombre armado con un palo. Cuando los terroristas atacan, respondemos con fuerza aplastante y resolución firme, igual que lo harían nuestros antepasados. El calentamiento global es una amenaza mortal precisamente porque no hace que se dispare la alarma del cerebro, lo cual nos deja profundamente dormidos en una cama que está ardiendo.
Aún está por ver si logramos aprender a estar a la altura de nuevas ocasiones.
Daniel Gilbert, “If only gay sex caused global warming”, Los Angeles Times, 2 de julio de 2006 (traducción de Jorge Riechmann). DG es profesor de psicología en la Universidad de Harvard. Su artículo puede consultarse en http://articles.latimes.com/2006/jul/02/opinion/op-gilbert2

Amb cara i ulls,[1] dice una importante expresión en catalán que deberíamos conocer –pues a los seres humanos nos cuesta prestar atención a lo que no tiene cara y ojos. Nuestra naturaleza de simios supersociales nos lleva a magnificar las interacciones y conflictos personales –y tendemos a ignorar lo demás. Pero el calentamiento climático no tiene cara y ojos, la acumulación de capital no tiene cara y ojos, la maquinización del mundo no tiene cara y ojos… Nos cuesta Dios y ayuda hacernos cargo de las dinámicas sistémicas, y de los aspectos estructurales de la realidad.





[1] En castellano viene a significar “como debe ser”, “como mandan los cánones”, “como Dios manda”.



Jorge Riechmann. Ética extramuros. UAM Ediciones, 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario