y a veces, en el aula,
me sorprendo en las manos
un gesto de alfarero,
o miro al horizonte con
ojos de marino
o camino con pasos de
leñador.
Entonces
me reconozco de ellos.
Miguel
d’Ors
Vengo
de una estirpe de labriegos
que cambió las ovejas, el
molino,
el trillo, la horca, la
azada
por la rueca, el telar
el huso o la estambrera.
Vengo también
del prestamista que olvidó
los pagarés en un armario,
al albedrío de los roedores
y que arruinó a su familia,
liberando a tantas otras
del yugo de la usura.
Vengo
de los que hacían turnos
dobles
en la fabril militar
Rodríguez Yagüe
y recorrían después 9 km
en bicicleta o caminando
mientras la mujer hacía la
casa,
criaba hijos y araba el
huerto.
Vengo
de los que repitieron la
hazaña en Mobylette,
del herrero reconvertido en
albañil
y de los que tuvieron que
firmar con una equis.
Vengo
de los que abandonaron los
estudios
y conocieron desde niños
la tortura etimológica
del origen religioso del
trabajo.
Vengo
de una genealogía cercenada
que luchó a través de los siglos
para que yo pudiera
renunciar
a tener hijos, apostatar de
mi carrera,
pararme, respirar, que la
rueda cese,
leer a Nietzsche o a Bob
Black
y contaros por escrito y en
detalle
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