documentos de pensamiento radical

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viernes, 6 de noviembre de 2015

2 poemas de HOTEL VIVIR de FERNANDO BELTRÁN




FIN DE FIESTA
Matrimonios al borde de la destrucción
se toman de la mano mientras bailan sus hijos
en la fiesta fin de curso.

Llevan años haciendo
cada junio lo mismo,

pero ya no es igual.

Lo intuyen cuando observan a los padres
de los cursos más jóvenes.

Callan luego un momento,
y empiezan, junto al resto, a cantar otra vez.

Saben que la batalla está perdida,
pero que aún es posible 
disimularla un poco.

La luz de los veranos.

Recuerdan sin querer la euforia 
cuando los hijos eran niños
para padres sin fin.

Cuando sus nombres
estaban todo el día en nuestros labios,
repetidos mil veces, como redes
lanzadas a abrigarnos
mucho más a nosotros que a ellos.

Esos hijos que ahora
devuelven  la mirada, pero no la sonrisa
ni los brazos en alto mientras callan
un segundo y empiezan
a cantar como todos.

Matrimonios que quizá no se destruyan nunca,
aunque sepan ya que el deterioro existe,
echan a un lado y otro sus cabezas,
el terco moscardón del pensamiento
mientras sigue la fiesta
que cada año convoca a dos parejas menos
de aquellas que empezaron con nosotros
a cogerse la mano, indestructibles,

y ahora observan cada uno desde un lado
de esta pista de baile que es la vida
cómo danzan sus hijos allá al fondo
sin devolverles nada, solamente

la luz de los veranos,

esta extraña manera de apretar
tu mano con más fuerza








LA MANO DE PETRUS

No estoy, no estuve,
quizá no estaré nunca en ese corro.

Me perdí por ello una parte importante de la vida,
no sé decir qué parte, la mejor, la peor,
digamos simplemente que otra parte.

Afortunado soy, pensará alguno.

Y es posible.

Pero acabo de aprender en esta sala
mucho más que todo
lo que hasta ahora oí, leí, creí saber
sobre arriba y abajo, rico y pobre,

dos orillas que no se juntan nunca
mientras avanza el río
y una barca en su centro distribuye
solamente su fruta en una orilla.

Yo no tuve la culpa, yo no supe siquiera
hasta tiempo después que había un lugar
enfrente, donde existía el pan sin más,
el pez sin más, la espina a secas.

El río era tan ancho que allá lejos
veía sólo paisaje, y como mucho
la conciencia, mi queja, el espejismo
de alzarme en compañero,
aunque heredero aún del dueño de la barca
que reparte a su antojo.

Este corro no engaña, sin embargo.

Bailamos entre plato y plato, ya lo ven…,
las bodas son así en nuestro país.

Treinta y cinco invitados y dos corros gigantes
con los brazos al aire, cogidos de las manos.

Nos unimos muy torpes al principio,
pero acaban guiándonos,
y luego ya en la mesa de los novios,
donde nos han sentado,
nos dan una y mil gracias por salir a bailar, por sonreír,
por venir a la boda de la chica que trabaja en casa
cada día mientras la barca avanza.

Llega la tarta al fin, y nuestro último corro.

A un lado me ha tocado la mano de su madre
y al otro la del novio, joven, rubio, exultante,
tres pasos hacia atrás, y luego cuatro al frente
girando poco a poco hacia un costado,

sonríen complacidos al ver cómo aprendemos
tan rápido a bailar, parece que llevamos
toda la vida allí, dos españoles solos
en un barrio del este de Madrid, tres pasos hacia atrás,
y luego cuatro al frente sin que nadie note
la grieta poco a poco de mis dedos,
los callos que uno a uno hasta el sonrojo,
la áspera canción del albañil

que ahora me da la mano 



Fernando Beltrán. Hotel Vivir. Ed. Hiperión, 2015



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