documentos de pensamiento radical

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martes, 24 de noviembre de 2015

EL SIGLO DE LA GRAN PRUEBA (III)




El artista, en las sociedades modernas (vale decir: cuando ya no es chamán, ni médico, ni arquitecto, ni labrador, ni sacerdote...), siempre ha tenido algo de parásito social. Pero se le consentía a cambio de la entrega impredecible, irregular y ocasional de ese algo, a la vez imprescindible y superfluo, difícil de definir pero reconocible al primer golpe de vista (o de tacto, o de oído...), que llamamos belleza.

Luego, en cierto momento del siglo XX, el artista se desentendió de ese pacto implícito, y pasó a exigir reconocimiento, dinero y honores precisamente por desempeñar con énfasis consciente, y hasta cierta sobreactuación zalamera, el papel de parásito social. Es la distancia que separa a un Paul Klee de un Andy Warhol

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"Damas y caballeros, no creemos en ningún valor que no sea el dinero y el poder’. Tienen que decir que hay valores, y como ya no pueden apelar a la religión apelan a los del arte, la cultura, los viajes o la gastronomía, que son los valores que defienden los suplementos culturales en general. Pero los intelectuales no tenemos ninguna función, y los que se creen tenerla se convierten en instituciones y son ridículos, como Günther Grass...”


Aquí hay, a la vez, algo que está bien visto –el poder de soborno del sistema y la capacidad de banalización de la sociedad del espectáculo—y un grave error de apreciación: los hay que se dejan sobornar, y los hay que no. Hay sin duda intelectuales de suplemento cultural: pero también otros y otras que no se dejan atrapar entre las portadas y contraportadas multicolores.


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Con pocos días de diferencia se inauguran dos nuevos y grandes centros culturales en Madrid, ambos preparados para gastar millones de euros defendiendo –dicen sus declaraciones de intención— el mestizaje, la interculturalidad, la conciencia medioambiental y el pluralismo: como mandan los cánones. Y todos en demostrar lo diferentes que son de los demás, lo exclusivo de su oferta. Mientras tanto, los inmigrantes se ahogan a decenas en las aguas del Estrecho de Gibraltar y la devastación de nuestros ecosistemas prosigue imparable. No me cabe duda de que hay muchas más personas implicadas en esa gestión de la cultura y en su disfrute, que la que está trabajando en grupos ecologistas o en colectivos de solidaridad, a menudo con una agobiante carencia de recursos.

La cultura como cortina de humo. El arte como maniobra de distracción. Intelectual, escritor, artista, poeta: tienes que decidir con quién estás.

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Lo que en la cultura cotidiana, la cultura que día a día vive la gente, la cultura en sentido casi antropológico, es destructividad ecológica, la alta cultura lo sublima como arte (e incluso –supremo escarnio-- ¡arte que se dice políticamente comprometido contra esa destrucción!).

Lo que en la cultura de todos los días es racismo y xenofobia, la alta cultura lo sublima como líricos elogios del mestizaje y la diversidad.

La tensión en la base se hace insoportable; y en los sublimes mecanismos de destilación de la alta cultura, uno se ahoga. La empresa mecenas del museo de arte moderno de la ciudad es la misma empresa que arrasa los alrededores de la ciudad construyendo autopistas. La empresa que devasta tres continentes con sus prospecciones y explotaciones petrolíferas es la misma que financia la conservación de parques naturales en la metrópoli. Hay que negarse a entrar en semejante lodazal. Trazar una línea, y decir: hasta aquí, y atenerse a ello.

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Un discurso de derechos humanos y valores universales, sistemáticamente contradicho por nuestra práctica.

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Así, el cinismo se convierte en la endémica enfermedad profesional de nuestros intelectuales y artistas...

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El símbolo de la opresión, en los países del Sur, es un policía con material antidisturbios; en el Norte, seguramente, hay que identificarlo con un “creativo” de agencia de publicidad.

Vuelve y revuelve tantas veces la pregunta: ¿es posible un arte político? ¿Es posible una poesía política? Sin embargo, la pregunta está mal planteada –en esta sociedad “hiperestetizada” donde la dominación se ejerce de manera fundamental a través de la imaginación y de los deseos de la gente-, debería ser más bien: ¿es hoy posible, son posibles, un arte o una poesía no políticos? (Ya que la sociedad “hiperestetizada” en el sentido de José Jiménez es por ello mismo una sociedad hiperpolítica.)

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no queda otro remedio que plantear, junto a las tradicionales políticas para la liberación social, políticas para la emancipación del deseo



Jorge Riechmann. El siglo de la Gran Prueba. Ed. Baile del Sol. 2015


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