“Vivimos en sociedades
espectaculares. Esto implica muchas cosas. Una de ellas es que estamos viviendo
un proceso de degradación de las capacidades sociales para el raciocinio y el
pensamiento colectivo. Marcuse nos advertía en los años sesenta que la sociedad
industrial moderna era cada vez más irracional como totalidad. Guy Debord
centró su mal comprendida obra teórica en analizar cómo tomaba forma esta
irracionalidad. El espectáculo del que
hablaba Debord es el capitalismo y su estructura impersonal de dominación sin
sujeto, que se ha desplegado históricamente a través del desarrollo cancerígeno
de la mercancía como relación social universal, el trabajo abstracto como
mediación social y la acumulación de capital como proyecto civilizador de
carácter tautológico y autodestructivo. Para Debord que esto sea posible
implica un proceso histórico de irracionalización colectiva, en el que los
significados de las cosas se mistifican y falsifican. Así, espectáculo debe ser
entendido no como un dispositivo circense de manipulación de masas, sino como
un nuevo oscurantismo ‘que brota espontáneamente de las condiciones de
producción modernas’. A partir de esta idea de sociedad del espectáculo es posible
entender que desde hace décadas, y a pesar de la ilusión de omnipotencia que
pueda aparentar, el capitalismo sufre un progresivo deterioro en el grado de
control sobre sus propias dinámicas.”[1]
Emilio Santiago Muiño
“El día que el presidente Nicolás Maduro declaró que el
derecho a tener un televisor de plasma era un derecho que debería ser garantizado
a todo el pueblo venezolano, bien podría ser considerado como el día que la
revolución bolivariana dejó de existir. ¿Qué revolución socialista se puede
sostener si la utopía sobre la cual se construye es nada más ni nada menos que
la universalización del consumo de las mercancías que constituyen los grandes
fetiches de las modernas sociedades de consumo? ¿Qué guerra económica se puede ganar a la
derecha si no se tienen las armas ideológicas para enfrentar sus armas de
consumo masivo...?”[2]
Julian Evelyn Martínez
“Ugo [Bardi] llega finalmente a desear (y yo empiezo a
compartir con él esta visión) que hubiese realmente alguna oculta conspiración
que estuviese dirigiendo el mundo: los alienígenas lagartos, los gnomos de
Zurich o a mí se me ocurre que Bilderberg y los Illuminati, porque entiende que
al menos habría alguien al timón a quien poder dirigirse, destituir o rebelarse
contra él. Pero se teme y yo con él, que el problema es que al timón no hay
nadie, que vamos en una nave a la deriva.”[3]
Pedro Prieto
“Dejan la tierra [los astronautas de la película Interstellar] para encontrar un lugar al
que puedan escapar, o, si eso falla, un mundo en el que pueda depositarse un
cargamento de embriones congelados. Hace falta un esfuerzo, cuando sales del
cine, para recordar que esas fantasías se las toman en serio millones de
adultos, que las consideran una alternativa realista a encarar los problemas a
los que nos enfrentamos en la Tierra. (…) Reducir la cantidad de energía que
consumimos y reemplazar los combustibles fósiles por otras fuentes (…) resulta
inconcebible e indignante, mientras que el abandono masivo de buena parte de la
superficie habitada del mundo es una petición realista y razonable. ‘No resulta
contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a rascarme el
dedo’, hizo notar el filósofo del siglo XVIII David Hume y aquí vemos su
contemplación cosificada.”[4]
George Monbiot
“Socialismo para los bancos, capitalismo para los
pobres, se ha convertido en el modus
vivendi del siglo XXI.”[5]
Slavoj Zizek
los tres
asuntos ético-políticos fundamentales
Xenofobia, dominación y hybris.
(Y si uno deseara ampliarlo a una lista de seis “pecados capitales”, añádase el
autoengaño, la intolerancia frente a la ambigüedad y la indiferencia ante el
dolor del otro.)[6]
desconexión
Only one Earth fue el lema de la primera
“cumbre de la Tierra”, la conferencia de NN.UU. en Estocolmo en 1972. Pero el
ascenso del neoliberalismo truncó la toma de conciencia sobre los límites del
crecimiento que por entonces, en los años setenta, estaba teniendo lugar; y así
hoy estamos usando los recursos de la Tierra como si dispusiéramos de un
planeta y medio, y aún creciendo… (La huella ecológica conjunta de la humanidad
supera hoy el 150% de la biocapacidad de la Tierra, según sabemos por los
informes Living Planet que WWF
internacional publica cada dos años.)
La desconexión con respecto a las bases biofísicas
de nuestra existencia social, y la gravedad de la crisis ecológica, es
alucinante. La humanidad está actuando como una gran reunión de gente que
operase del siguiente modo: “Señores y señoras, nos hallamos ante el fin del
mundo… Bien, pasemos al siguiente punto del orden del día.”
Vamos hacia una sucesión de crisis devastadoras; y
no tendremos la sabiduría moral, la inteligencia social ni los recursos
políticos para transformar radicalmente este sistema –saliendo del capitalismo,
pues haría falta salir del capitalismo— y evitar lo peor.
¿por qué
avanzamos hacia el abismo
sin cambiar de
rumbo?
¿Por qué avanzamos ciegamente hacia el abismo sin
cambiar de rumbo? La pregunta nos obsesiona, tratamos de contestarla una y otra
vez… Yo diría que esencialmente hay que distinguir tres factores causales
operando en diferentes planos, y retroalimentándose: el primero son los
automatismos de la Megamáquina –especialmente el proceso ciego de la
valorización del valor.
El
segundo es la impresionante hegemonía cultural que el neoliberalismo ha
construido en los últimos decenios. Como se ha dicho, el neoliberalismo ha
supuesto sin duda un gran fracaso económico y ecológico… pero todo un éxito
político y cultural.
El
tercer factor, en el plano de las subjetividades, es la desconexión creciente entre
los seres humanos y la naturaleza.[7]
Apunta hacia ello el biólogo marino Sergio Rossi: “Are we going to the collapse? Esta frase la oí en un congreso internacional de
ecología en 1998. No lo dudes lo más mínimo. El otro día lo hablaba con mi
hermano. (…) Me decía que se acaba de leer un libro, La sexta extinción (hay
varios de este tipo); me dice que es muy bueno, muy didáctico, ‘es como el
tuyo, muy ilustrativo. ¿Pero qué es lo que pasa? ¿Por qué no reaccionamos?’. Y
es que es cierto: los que estamos en primera línea de combate, en lo que es la
frontera de los cambios del planeta, y entendemos lo que está sucediendo en
muchos aspectos, nos estamos dando cuenta de que somos idiotas. Lo pongo muy
suave en los libros, pero aquí te lo digo tal cual: he llegado a la conclusión
de que somos profundamente estúpidos. A pesar de que se sabe que nos vamos al
garete, no ponemos remedio porque hay una desconexión cada vez más grande entre
nosotros y la fuente: la propia naturaleza”.[8]
[7] Sobre
los fenómenos de desconexión respecto
de la base biofísica que sustenta nuestras vidas reflexionaba yo hace unos
años, al comienzo de mi libro Interdependientes
y ecodependientes: “Logramos vivir en auténticas “burbujas culturales’,
relativamente independizadas de las molestas intromisiones de la realidad
exterior. A esta clase de burbujas pertenece la ilusión de que nos hemos
independizado de la naturaleza (en el sentido de los ecosistemas y la biosfera,
en este caso); así como el énfasis en el individualismo competitivo que
hallamos en nuestra sociedad. Uno diría que tres entornos donde cada vez más
gente vive tramos cada vez más amplios de sus vidas son especialmente
importantes en la inducción de ignorancia acerca de nuestra ecodependencia (e
interdependencia):
- La ciudad, el entorno urbano dependiente de un vasto territorio circundante para el abastecimiento de recursos y la absorción de residuos, pero cuyos sus habitantes tienden a desconocer esos nexos…
- El dinero, la economía crematística que se imagina poder reducir todos los valores, cualidades, bienes y males a la cuantificación dineraria… (Decía Lewis Mumford –y nos lo recuerda Emilio Santiago Muiño— que la simplicidad de las abstracciones económicas no es una forma de alcanzar la realidad objetiva, sino de apartarse de ella.)
3.
El ciberespacio y la realidad
virtual, donde nos imaginamos desligados de toda existencia física.”
[8] Sergio Rossi
entrevistado en JotDown, febrero de
2015 (http://www.jotdown.es/2015/02/sergio-rossi-nos-vamos-al-garete-pero-no-ponemos-remedio-porque-hay-una-desconexion-cada-vez-mas-grande-entre-nosotros-y-la-naturaleza/
). El científico afirma también: “…estamos más lejos
de la realidad que nos sustenta. No somos conscientes porque no hemos entendido
que nosotros somos parte del sistema. Todo lo que nos rodea no es artificial.
Todo sale de una fuente natural creada por un ser que está en la Tierra y que
de alguna manera necesita de la Tierra para poder sobrevivir. Todo lo que
creamos son estructuras, biomasas, etc., que nos sirven para vivir. No estamos
siendo conscientes de que nosotros necesitamos acoplarnos a la naturaleza. Solo digo
una cosa: la economía tampoco va, es absurda; tiene un concepto básico que es
el crecimiento continuo. Nada en la naturaleza tiene un crecimiento continuo.
No existe esto; llega a un clímax y cae. El planeta es finito, los recursos son
finitos y la capacidad de carga es finita. No hay mucho más que entender…”
[6] Para los indígenas
quechuas/ kichuas, las tres grandes faltas son la mentira, la pereza y el robo,
a las que corresponden sus tres grandes principios: ama llulla (no ser mentiroso), ama
quilla (no ser vago) y ama shua (no
ser ladrón) (cf. Lourdes Marisol Alta Lima en Roberto A. Restrepo (comp.), Sabiduría, poder y comprensión. América se
repiensa desde sus orígenes, Siglo del Hombre Eds., Bogotá 2002, p. 90). Y
sin embargo, en el Siglo de la Gran Prueba esos tres altos principios no serán
suficientes…
[4] George Monbiot, “Interstellar:
película magnífica, idea descabellada”, en sin permiso, 16 de noviembre de 2014.
[5] En el seminario The idea of
communism del Birbeck Institute, 2009.
[1] Emilio Santiago Muiño, ¡No es una estafa! Es una crisis –de
civilización, Enclave de Libros, Madrid 2015, p. 233-234.
[2] Julia Evelyn Martínez,
“Consumismo y revolución”, Rebelión, 22
de diciembre de 2015; http://rebelion.org/noticia.php?id=207078
[3] Pedro Prieto en comunicación personal (correo electrónico del 8 de noviembre de 2014). Antes, Pedro explicaba que “el problema es que las opciones políticas a determinados niveles, habitualmente se deciden consultando a los ‘expertos en política internacional’ (o similares definiciones de ‘relaciones internacionales’). Ugo confiesa haber tenido varias reuniones con ellos y cree que realmente viven en otro mundo y que eso es debido a que no pueden basarse en datos del mundo real. ¿Cómo podrían hacerlo? ¿Dónde podrían encontrar datos sobre lo que ya ha sido decidido -digamos- en las salas de la Casa Blanca o el Kremlin? Solo pueden apoyarse en los medios, que ya contienen los mensajes codificados de lo que los políticos del más alto nivel deciden sobre sus asuntos, que son los nuestros. Por tanto, estos ‘expertos’ tienden a confiar mucho más en la prensa que lo que hacemos nosotros. Y son fácilmente influidos por ella. En realidad no tienen ni idea sobre la producción de petróleo y los factores económicos de dicha producción. Es como el terrorífico juego de espejos de Orson Welles en La dama de Sanghai. Ugo ve que la originalidad del asunto es que la prensa es a su vez influenciada por los expertos a través del bucle con la clase política que confía en ellos. De esta forma se crea un bucle realimentado positivamente que crea el efecto de un pensamiento grupal…”
Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016
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