Para escuchar el tarareo del mundo, entre las voces de la
mente hay que buscar la que calla.
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Los pensamientos, un perro encadenado que no para de ladrar.
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Limar mi exceso de mi: ser más ventana que pared, más solar
que casa.
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Barrer las esquinas del cerebro y sorprenderme de que sean
redondeadas: las aristas y los ángulos los pongo yo.
Yo levanto mis muros, me encierro, me trago la llave y me
monto movimientos de liberación.
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A veces es bueno estar no para sumar, sino restando. El que
bien está, deja espacio.
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El Camino Verdadero suele ser un desvío.
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El favor de estar vivo se devuelve con belleza.
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Hay quien no sabe estar de paso, y alicata y empapela hasta
solares y ruinas.
Los niños no traen un pan debajo del brazo: traen un espejo.
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Los bebés no quieren dormir porque la vigilia es un parque
de atracciones que cuesta abandonar.
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Mantente cerca de quien te enseña a no hacer nada, porque no
hay enseñanza más útil.
A veces sufrir es sólo darse importancia.
Ana Pérez Cañamares. Ley de conservación del momento. Ed. La isla de Siltolá. 2016
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