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sábado, 14 de julio de 2018

3 poemas de CORRESPONDENCIAS de JUAN ANTONIO GALLARDO



MADRE DEL AGUA

No romper este frágil equilibrio
que nos mantienen en pie y alertas
como los ejércitos en la tregua,
 dormitando en el vivac
con un ojo abierto y otro cerrado.

La higuera del campo al que vamos
estaba hace unos meses
cargada de frutos y de hojas,
engalanada y fértil y reservaba
de los rigores del sol de septiembre.
Hoy está pelada como un recluta.

Le pregunté al árbol
que sirvió para proteger
con sus hojas las vergüenzas
qué habrá pasado el año que viene,
quiénes seguiremos en la batalla,
quiénes derrotados, quiénes extintos.
Y muy bajito, el árbol me advirtió
que las preguntas sin respuesta
 sólo conducen al desasosiego.
 “Todos somos vulnerables” 
Pareció, al fin, susurrarme.
A la luz, al viento, al odio.
También al amor y a la belleza

Fuera está la ciudad, todas las ciudades,  
 la del nativo que la conoce y la desdeña
 y la del transeúnte que la descubre
como un amante clandestino.

Y fuera está todo el invierno
que hoy llega, vestido de invierno,
 y su aliento frío nos despeja
de tardías somnolencias.

Que venga le digo al árbol,
con sus escarchadas mañanas,
con sus lentísimas noches,
con sus braseros encendidos
y con su baile de bufandas
y de lanas al viento del paseo.
Que venga con su luz nutricia
de los días soleados.
Que venga, pero
que sea  hospitalario. 


HUELVA, 1973

Hay un rizo que todavía
 lucha por dibujarse en el flequillo,
es lo que ha quedado.
Se trata de un rizo
cada vez más sobrio
y más tieso
que ya no puede enredarse
en su extraña filigrana.
Cortando ese bucle, probablemente
sería uno casi calvo,
como si viniera así testimoniándose
la futura calavera,
el furor degradante del tiempo.
No sé si aquel niño era feliz,
no lo recuerdo y esta desmemoria es ya
una respuesta en sí misma.
¿Quién no recuerda los días felices?


LA SILLA

Mi hermano dibuja un hombre
que trata de sentarse en una silla.
Ha convertido mi hermano
la delicada geometría de los cuerpos
(Uno inerte, el otro vivo;
los dos muertos sobre el folio dibujado)
en un estupor del espacio.

Mi hermano tiene ocho años y yo nueve,
ninguno de los dos ha sabido
dibujar a un hombre vivo.
Sin embargo, la silla
se retuerce sobre sí misma
y danza sobre sus cuatro patas.

En las sillas de aquella casa
jugábamos mi hermano y yo
a mirarnos fijamente el tiempo justo
hasta que la risa nos hechizaba
y el que antes se reía era
el paradójico perdedor.

No quiero pensar que hoy,
repitiéramos el reto de mirarnos
seriamente.


No sea que al final nadie gane.
No sea que al final nadie juegue.
No sea que al final nadie ría.






Juan Antonio Gallardo. Correspondencias. Ed. Alhulia, 2018

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