Primero tomaremos
las plazas,
extendidos sobre
adoquines y losetas,
media luna las armas
de su frente,
brotarán
constelaciones, extraños círculos de luz,
copos oscuros que
morirán tras el parpadeo.
Tal vez sople un
poco de viento,
se abra un claro de
nubes púrpura
y las raíces y los
insectos germinen entre nosotros.
Después lo tomaremos
todo.
Avanzando por
avenidas y veredas
ahogaremos el clamor
de las sirenas.
Construiremos nuevas
utopías,
cada
corazón es una célula revolucionaria,
y no habrá más
renuncia ni frontera
que las cercas de
madreselva entre los pastos:
o repartimos la
riqueza o compartimos el sufrimiento.
(Los
indignados)
***
La joven que duerme junto a mí
tiene dos pequeñas punzadas,
una paz iconográfica bajo el cuello
y una luna creciente sobre su hombro.
Puedo afirmar que no esconde ninguna otra
y que al dormir jadea débilmente:
cuando un haz de luz llamea sobre la noche
no hay necesidad de avivarlo.
Ahora está desnuda, vosotros me entenderéis,
pero a menudo viste faldas vaporosas
y su pelo es una maraña de mirlos
aleteando antes de emprender el vuelo.
Y sé aún muchas otras cosas,
pero ésas no las puedo compartir,
no quiero que desaparezcan al nombrarlas,
ya es muy duro saber que algún día
sólo serán palabras.
(Tatuaje)
***
He hundido mis manos en el
barro del Moldava,
igual que el rabino arañó el
légamo para moldear al Golem.
Caminar sobre el lecho era
hundirse entre esponjas
y su fondo es oscuro como una
noche cerrada.
Más tarde, la criatura perdió el
juicio y le arrebató el talismán,
yo también malogré el mío y
enloquecí después.
Despertó en soledad y descubrió
no ser más que una bestia,
quién teme no serlo alguna vez al
caer el día.
Ahora trato de construir algo con
esta materia,
pero aún no sé cómo evitar que se
desmorone.
(Praga)
***
Mi ciudad no
es tan sólo un puñado de telares abandonados, ciegas esquinas
y rodillas encarnadas tras un balón prestado.
Es una tarde
de domingo, consignas emborronadas y un copo de metal y nieve por un puñado de
plata.
Mi ciudad
son las mujeres que contemplo desde mi adolescencia sabiendo que nunca serán
mías.
Figuras anónimas que me afrontan al cruzar la vía, cuyo
código es una mirada sostenida tambaleándose entre la pasión y el desprecio.
Fragmentos
de vida que acuden desordenados, como autobuses urbanos enloquecidos, los
mismos que delimitaban nuestro mundo.
Antiguos
amores, tan lejanos, que soy incapaz de reconstruir sus cuerpos, aunque
aquéllos ya no son los nuestros.
A todas
ellas va dedicado este poema. El deseo es un caballo vencido por la doma.
Mi ciudad es
una herida abierta en el costado, el último rescoldo de mi infancia y un pedazo
de tierra que ya no puede contenerme.
(Mi ciudad)
Al atardecer contemplamos juntos
el mar,
un barco de galeotes griegos,
una vieja galera que zarpa hacia
las Cruzadas,
y enraizamos los pies en el agua
como si nos hubieran arrancado al
nacer
y sólo ahora fuéramos completos.
Un diminuto cangrejo cruza azorado
la toalla.
Ella se desprende coqueta del
bikini.
Porque este mar un día nos
tragará a nosotros
y ésta será también una ciudad
sumergida
y vendrán otros, mucho tiempo
después,
a contemplar una vez más la
puesta
y a sumergir temblando, por un
instante,
los cuerpos y el tiempo en la
orilla.
(Ciudad
sumergida)
Toni Quero. El cielo y la nada. Ed. Castalia, 2019
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