La tristeza, amiga,
que llegó con el crepúsculo,
me prendió el alma
y se cosió a mis dedos con
desesperación,
con la desesperación de una niña
que canta
rota por los cristales de las
farolas
Es la tristeza que cuelga de las
hojas tristes del sauce
y se cuela por las rendijas de
una piel abierta
para invadir los ojos con
lágrimas.
Me he quedado sin alma
¡Ha huido tan lejos!
El mar ha devorado la isla
prohibida
donde anidaban los anhelos,
y ya los alcatraces agotaron su
vuelo
sin acantilado donde reposar sus
alas
y curar sus heridas con
clemencia.
Y este tiempo violento y vil
se enfada y enloquece
con las amapolas que ajenas al
desastre
hacen brillar su rojo esmaltado
frente a las puertas cerradas de
las casas.
Hoy,
hoy los muertos no suben a los cielos.
Se
dejan caer de las nubes como las hojas de un otoño tardío
a
pesar de este marzo harapiento
en
el que han cortado las alas a los potros
que
recorren las grandes avenidas
y
los vientos azotan los rostros
de
las crisálidas que toman el sol en las azoteas.
Mientras
los jóvenes, hijos del hombre paciente
y
de la mujer que anda despaciosa,
levantan
sus ojos abiertos al azul inmenso
y
se cuecen los sueños
en
el horno de los panaderos sin nombre.
Así
se alimenta la esperanza.
Para
su libro inédito. “Poemas a la fundación
de Macondo”
Javier
Sánchez Durán
Huelva
(España)
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