Febrero
llega con pieles y cabeza de carnero,
animal de
los confines del sueño del hongo.
Arranca las
cadenas invisibles que nos atan,
viene a liberar
el miedo de amar.
Colorea las
calles inquietas del fin del ciclo,
grita alegre
y gime en la oscuridad
de las
brasas y del vino.
Disfrazado
de un personaje más real
que quien lo
viste, muda la piel;
ya dispuesta
la máscara y el cuerpo al ritmo
del cencerro,
expulsa el dolor enquistado.
Hisopo
benévolo, ahuyentador de malos espíritus,
carnaval
arcaico, invita a dejar el frío y las reyertas,
abre sus
piernas al placer.
Febrero
corto e intenso en la fusión del abrazo febril,
pulsa entre
las calles, aproxima la luz
con su
hipnótico crepitar de brasas y días.
Nos acerca a
la floración y su promesa vital.
Teresa Ramos
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