Esta es la puerta.
Este es el final.
Aquí el pasillo
que conduce a la calle.
Aquí los escalones
que descienden al miedo.
Antorchas
congeladas sobre las aceras,
Señales en un
libro leído y releído.
Nadie pudo cruzar
Londres a pie en una noche.
Siempre alguien lo
intenta, no obstante:
Un viajero
extraviado con un par de maletas,
Un barrendero que
empuja los desechos,
Una mujer de
zapatos raídos murmurando.
Todo termina aquí.
Todo empieza.
Cortejando
envoltorios y periódicos viejos
La escoba ha
llegado hasta el río.
El barrendero lanza
un escupitajo al agua,
Se le ocurre que
los diarios atrasados son flores,
Son mariposas que
duran solo un día.
Hay palabras que
sobreviven siglos, otras
Mueren apenas
pronunciadas. El barrendero
Siente sed, piensa
una cerveza, hace una bola
Con sus
pensamientos, la arroja al suelo.
Hay palabras que
mueren antes de pronunciarse,
Hay deseos que ni
siquiera afloran.
Como una araña
enamorada de su propia tela
La luna escupe baba
sobre el puente.
La mujer pálida no
sabe para qué sirve el río.
Simplemente se alza
sobre sus talones y mira
El reflejo de la
luna, blanco sobre negro,
Peniques plateados,
cabellos de doncellas.
Oscuras aguas
murmuran en lenguajes
Demasiado antiguos
para ser descifrados.
Hablan de reinos
perdidos, de leyendas
Tan lejanas como el
día de ayer o la infancia.
La saliva golpea,
se expande en ondas,
La luz de la luna
flota en círculos.
La mujer pálida y
despeinada se quita un zapato.
Tiene un calcetín
roto, pero no siente el frío,
Sino el cansancio
de sesenta años goteando uno a uno.
Ahora se ha
detenido en mitad del puente,
Mira el cadáver
cromado de la luna temblando, temblando.
Todo lo que sucede,
sucedió alguna vez.
Todo lo que
sucederá, ha sucedido.
No sirve de nada
lamentarse, arrepentirse,
Llorar los días
muertos de los calendarios,
En los pequeños
nichos de los números.
El asesino no
lamenta su crimen,
Ni el río sabe
cuántos ahogados arrastra.
El viajero que
acarrea sudando su equipaje
No llegará a
tiempo a la estación.
Cómo encontrar un
taxi que lo lleve al pasado:
No Babilonia o
Nínive, solo unas horas atrás,
Kensington, un
cuarto alquilado en un hotel,
Una mujer que lo
acaricia en silencio
Mientras oyen una
música que avanza y avanza.
La humedad en la
alfombra y el tiempo en las paredes.
Porque ahora mismo,
hace un rato, ayer,
Son tan
inaccesibles como la infancia,
Como Babilonia,
como esa mujer que se va calle abajo,
Como eras
geológicas o mascotas muertas.
Y los recuerdos:
artesanos ciegos, mancos,
Reconstruyendo
estatuas que se han licuado en barro,
Hundiendo los
muñones en el lodo del tiempo.
De pie, bajo las
luces, el viajero desdeña el frío.
Deja el equipaje en
el suelo un instante, se olvida,
Permite que la
ciudad lo inunde o lo vacíe,
Que la madrugada se
empape de sí misma
Para que los
figurantes que la pueblan
Sean por una vez
hombres y mujeres.
Esto es la ciudad.
Esto es ahora.
El aliento del niño
dormido, el aire
Oliendo a leche,
los juguetes desterrados
Del suave naufragio
de la cuna.
El portero que
cabecea en su caseta
Demasiado
somnoliento para encender la radio.
La joven que se
masturba a solas en la cama.
El asesino que
afila otra vez sus cuchillos.
El barrendero que
entra en un bar y pide una cerveza.
Los amantes
desesperadamente entrelazados,
Agotados, como si
ésta fuera la última vez
O la primera, como
el alcohólico que jura
Tomar su último
trago, pero nunca
Es el último, sino
el primero.
Una música que
avanza y avanza.
El amor, el río,
la vida, el tiempo
Fluyen en un solo
sentido.
Nada ni nadie, ni
siquiera Dios, puede
Dar marcha atrás,
remover la corriente,
Devolver el semen
que se enfría sobre unos muslos tibios
O la sangre
secándose sobre unas baldosas.
La mujer sigue
detenida en mitad del puente,
Sola, descalza,
hablando con el viento.
Ha arrojado un
zapato y luego el otro.
Lárgate a casa,
hombre, ya es tarde.
El borracho golpea
el codo del barrendero
Y le suelta un
sermón de madrugada,
Tropezando con las
palabras, escupiéndolas.
No se enamore
nunca, amigo,
Nunca cierre los
ojos en medio de un beso
Porque nunca se
sabe cuándo llega el amor
Del mismo modo que
no se sabe nunca
Cuándo el sueño
nos atrapa. Sí, señor,
Una cabezada, un
parpadeo, y estás listo.
Ben, ponme una a mí
y otra al caballero.
El camarero que
ensaya su paciencia con la barra,
Los amantes que
suspiran exhaustos, separados
Por desiertos de
carne, por recuerdos y espejos,
La anciana que,
sentada ante el tocador,
Intenta alisar el
pasado, disfrazar sus arrugas,
El asesino que se
desnuda a oscuras
En el cuarto de
baño y se sumerge
En una bañera
llena de sangre tibia,
Juegan el mismo
juego.
Aunque el pasado
todavía está sucediendo
Nadie puede volver
sobre sus pasos.
Ni siquiera el río
puede esquivar el puente.
La mujer pálida
sigue aferrada a las piedras.
Mira hacia abajo,
hacia ese flujo negro, negro:
Ningún hijo podría
salir de allí, ninguna cara.
La joven solitaria
cuyo orgasmo es tan triste como la luna,
El barrendero que
invita a un negro melancólico antes de irse,
El negro que
cabecea y ni siquiera da las gracias,
Piensan que bajo
cada rostro vive una calavera,
Recuerdan que tras
su sonrisa asomarían gusanos,
Si no fuera por el
tiempo, marcando los compases,
Dando cuerda a
relojes y ciudades.
El borracho sale
del bar, tropieza en un callejón,
Cae junto a unos
cubos de basura, se echa a llorar
De pronto, sin
saber si esas lágrimas son suyas,
Lamentando una vida
que no le pertenece
Porque el pasado lo
dejó atrás, huérfano
De destinos, otro
pez atrapado en las redes
Del viento, el
viento, el viento y sus caladeros:
El viajero que ha
dejado escapar su tren,
El asesino que
desayuna despacio
Sin más
remordimientos que la molestia
De tener que fregar
el baño antes de ir al trabajo,
El vagabundo que se
desgañita a gritos en la calle,
No hay nadie, no
hay nadie, no hay nadie, no hay nadie,
Y el negro que
murmura, sabes, me gustan
Las tías una pizca
gordas, son oráculos,
Documentos
indescifrables, fragmentos
De una música que
sigue y sigue.
La luz en la
ventana, el escritor aficionado
Repasando sus hojas
mientras sorbe un café,
Leyendo todo lo que
la ciudad le regaló una vez
Y que él intentó
devolver a la calle,
Siente que las
palabras son cera, piedra, arcilla, no amor:
El asesino está
más cerca de la verdad de la vida
Cuando exprime una
bayeta empapada de sangre.
La música, los
amantes se duermen, sueñan juntos,
Pegados, abrazados,
pero ninguno puede
Saber qué sueña
el otro, nadie puede
Amar del todo a
alguien, aunque entregue su vida.
Nadie asegura que
el funcionario sonriente
Tras la ventanilla
no sea el carnicero
De quien hablan
todos los periódicos
Arrastrados por la
marea de la tarde. Nadie
Sabe si el borracho
caído en el suelo duerme.
Pero la luz llama
en todos los tejados.
La mujer pálida
termina de cruzar el puente,
Se aleja
arrastrando los pies descalzos.
Tampoco el río
pudo elegir su camino.
Este es el final.
Esta es la puerta.
David Torres. En Streets Where to Walk Is to Embark: Spanish Poets in London (1811-2018) de Shearsman Books. 2019.
No hay comentarios:
Publicar un comentario