Desde lo alto de su columna,
Nelson sospecha que el mundo,
esa esfera que guarda los licores
con puntualidad y sin secretos,
se ha vuelto demasiado grande.
De la Antártida hasta el Norte
se trazan incontables meridianos.
El astrolabio ya no revela
una nomenclatura para las estrellas
y, bajo las aguas, apenas sobra
espacio para un lobo del océano.
Los viajes son ahora más que nunca
la diversión de los pobres.
Un constante trasiego de personas
recuerda que incluso el inglés,
la lengua franca del planeta Tierra,
soporta con dificultad tanto mestizaje.
Pero es obvio que desde un otero
no se aprecian los pequeños detalles.
El catalejo, que todo lo contempla,
es un avance diminuto para una humanidad
que cuenta sus distancias en gigas.
Para comprender la existencia
no basta con la observación:
es preciso vivirla.
Desde lo alto, se ve a los barcos
fondear entre el gentío del sábado
que aprovecha las horas de sol
para solazarse ante los monumentos
públicos.
En cambio, a bordo de un galeón
no hay civilización, ni pasado ni
futuro,
no hay explicación para el tráfico de
aviones
que tatúan siluetas de lana mortecina
sobre la estratosférica epidermis del
progreso.
Sin duda, resulta pavoroso pensar
que el corazón del Imperio
sirve apenas para celebrar las victorias
de algún equipo de rugby o de la
selección inglesa,
o para echar de comer a las palomas
en puro ejercicio de descargo:
Occidente duerme así más tranquilo.
En la madurez del Almirante
la ecuación del orden resolvía su
incógnita
con la obediencia. Ahora
la mutación ha alcanzado a los isleños:
algunos duermen la siesta;
otros cenan demasiado tarde.
El tiempo pasa. Incluso para los
inmortales.
El tiempo es un horror que escucha
el gemido de lo efímero sin clemencia.
Nadie quiere pertenecer a una empresa
que no proporcione ciertas dosis de
estabilidad.
Desde lo alto de su pedestal
el Almirante Nelson asume
que los diseños cartográficos
ya no conducen hasta los confines del
mundo,
sino más bien al contrario.
Es el mundo el que se conduce
hasta el basamento de su columna,
donde cuatro mansos leones
interpretan el verdadero sentido
de la jungla.
ANTONIO RESECO
¿Qué es el tiempo? Seguro que lo sabemos pero no sé si podemos explicarlo.
ResponderEliminarSaludos.