En mi barrio las únicas asambleas populares que se
convocan son
para decidir cuánto dinero le va a tocar a cada uno
cuando se talen
todos los robles, castaños y pinos
entre otros matorrales y vegetaciones
para construir un hermoso polígono industrial.
El dinero es importante.
Lo es más que respirar.
*
ASFIXIA
Hoy
me he levantado,
como
de costumbre,
asfixiado.
la
cama húmeda,
el
frío que amenaza,
el
día lluvioso,
gris,
más
que triste,
agresivo.
Me
levanté casi derrotado.
Por
inercia.
Inerte.
Tras
ducharme,
acabar
de preparar a los niños,
llevarlos
al colegio,
en
el coche,
tanto
en la ida como de vuelta,
he
pensado que no puede ser.
Que
no podemos seguir así.
No
podemos seguir aguantando.
Nos
acorralan,
nos
asfixian,
nos
dejan sin nada,
se
lo llevan todo,
nos
tratan como a escoria
y
nos hablan como a imbéciles aborregados.
Nos han perdido el miedo.
Nos dejan sin opciones.
Estamos
deseando irnos de esta patria.
Como
no podemos,
estamos
preparando a nuestros hijos
−de
4 y 9 años,
más
el que está en camino*−,
a
conciencia,
para
que un día puedan largarse
de
este pobre y miserable país.
Ese
es nuestro objetivo.
Nuestra
mejor posibilidad.
La
única que nos queda.
Nos
hemos ido apartando
a
nuestro último y pequeño reducto
que
creímos infranqueable.
El
de nuestras casas,
amenazadas
por el desahucio.
El
de nuestra escasa libertad individual,
también
amenazada por bandos municipales
y
por ministros rabiosos
de
exquisitos modales.
Nuevos
muertos
en
nuevas cunetas
que
se unen a los muertos viejos
de
las cunetas viejas
de
paradero desconocido.
Nuevos
cadáveres sin importancia.
Familias
enteras
en
comedores sociales.
Limosnas
de 400 euros al mes
acompañadas
de un boleto
que
amenaza con ser la última
cada
vez.
Alerta
a cada paso
del
pordiosero,
no
vaya a comer ternera
un
día cualquiera.
Y,
a
medida que ha ido avanzando la mañana,
he
pensado que no puede ser.
Que
algo hay que hacer.
Que
nos tienen atemorizados,
acobardados.
Que
ya no somos personas.
Somos
estadísticas.
Números
de diversas y molestas filas.
Somos
granos supurantes
a
extirpar.
Y
nos extirpan.
Que
ya no tenemos aire.
Que
estamos asfixiados.
Y,
sobre
todo,
pensé:
que
«el miedo tiene que cambiar de bando»,
que
no podemos seguir soportando,
aguantando,
que
la mayoría no es silenciosa,
la
mayoría está jodida y furiosa.
Que
no,
que
no puede ser.
Que
tenemos que acorralarlos,
que
perseguirlos,
que
enfrentarlos,
hasta
que sean ellos
a
quienes no les quede espacio.
Que
hemos de empujarlos
hasta
que no puedan respirar.
Que
no hay que parar hasta que se vayan
ellos,
todos
ellos.
Que
no quede ni uno.
Ni
un solo fascista más
respirando
libre
a
nuestro alrededor.
Que
los apretujemos
hasta
quitarles el aire.
Hasta
asfixiarlos.
*
La
estafa, el engaño, la corrupción, están hasta tal punto generalizadas
y
normalizadas que la mente (la mía, por ejemplo) llega
a
distorsionarse de tal forma, que cuando he de establecer cualquier
tipo
de transacción, ya sea económica u otra, si me encuentro
con
alguien que parece honrado y honesto, mi reacción
inicial
es de desconfianza.
Este
país es el país del engaño, del trilero, del estafador, del corrupto,
del
cabrón. A todos los niveles: en la tienda, en el coche,
en
la política, en la contratación de servicios, en la educación, en
las
relaciones personales…
Son
ellos los que dicen que este es el mejor país para vivir.
*
ANARQUISTA
No
tengo más convicciones
políticas
que
las de la anarquía.
Pero
soy consciente
de
que la anarquía
sólo
es posible
en
un mundo
extremadamente
cívico,
culto
y
educado.
Por
eso
soy
profesor.
Velpister. Estado de Bienestar / Naturaleza Muerta. Ed. Lupercalia, 2014