Las Misiones
Pedagógicas se pueden ver como el máximo exponente de la actividad
revolucionaria de nuestros intelectuales de la Edad de Plata de la cultura
española, o bien como parte del programa político republicano que aquí se
materializa en la pretensión por llevar el imaginario cultural de la burguesía (la poesía, el teatro y la pintura del Siglo
de Oro) y las tecnologías de la cultura urbana de consumo espectacular (museo,
teatro, cine, gramófono) a zonas todavía insertas en dinámicas propias del
Antiguo Régimen que había que redimir para el capitalismo.
En pueblos donde la
gente aún utiliza el arado romano ellos llevaran documentales sobre las
fábricas Ford y allí donde se iluminan con candiles, enseñan cómo se construyen
las presas hidroeléctricas que iluminan las ciudades. Es la fe en el nuevo
régimen político lo que llevan a los pueblos los misioneros republicanos, y
como todo misionero, su labor es que el pueblo crea en el mensaje, aunque lo
que anuncia ese mensaje de progreso material aún quede lejos y poco más que las
imágenes fantasmales del cinematógrafo puedan argüir como pruebas los nuevos
misioneros del progreso.
Sin embargo, frente
al optimismo en el mundo futuro,
dominando por la producción en cadena y las tecnologías, ni el krausista
ministro de Instrucción Pública ni los cuadros de la intelectualidad orgánica
republicana son capaces de pensar o mostrar un arte y una cultura igualmente de
vanguardia. Al contrario, defienden como propia la del Siglo de Oro,
paradójicamente asentada en los mismos modelos socioeconómicos del Antiguo
Régimen que critican, dando lugar a una cultura neopopulista dominada por el
romancero, las músicas populares, tradicionales o cultas, y el teatro de
Calderón. Estamos, en fin, ante un conglomerado que remite a una estética
españolista, tradicionalista, católica y rural, defendida también por otros
proyectos republicanos como La Barraca de
García Lorca, que será asumida sin grandes conflictos por el fascismo español
como propia.
Antonio Orihuela. El lenguaje secuestrado. Piedra, papel, libros, 2018