documentos de pensamiento radical

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martes, 18 de abril de 2017

Aún no hemos aprendido a vivir en esta Tierra



Ken Booth emplea la imagen del juicio final, en el sentido siguiente: “Un ‘juicio’ es una situación en la que los seres humanos, como individuos o como colectividades, nos encontramos frente a frente con nuestras formas de pensar y de comportarnos arraigadas pero regresivas. Ante un juicio, tenemos que cambiar o pagar las consecuencias. Lo que llamo el ‘juicio final’ es la manera que tiene la historia de ajustar cuentas con las formas de pensar y comportarse establecidas –y en mi opinión regresivas—de la sociedad humana a escala global”[1]. Estas formas de pensamiento y acción, a las que Booth se refiere, pueden cifrarse en:
·       unos cuatro mil años de patriarcado (la idea de que los varones son superiores y deben dominar la sociedad);
·       dos mil años de religiones proselitistas (la convicción de que nuestra fe es la verdadera y merece ser universalizada);
·       quinientos años de capitalismo (“un modo de producción de increíble éxito, pero que exige que haya perdedores además de triunfadores, siendo la naturaleza uno de los perdedores más destacados”, p. 13);
·       unos trescientos años de estatismo-nacionalismo (el juego de la soberanía acoplado con el narcisismo nacional, que genera una política internacional concebida como lucha competitiva de unas naciones contra otras, en el contexto de la desconfianza humana y la institución de la guerra)
·       unos doscientos años de racismo (la ideología según la cual hay seres humanos superiores e inferiores, basada en diferencias biológicas menores);
·       y casi cien años de “democracia de consumo” que ha conducido a lo que JK Galbraith llamó una cultura de la satisfacción para los triunfadores dentro de cada sociedad y entre unas sociedades y otras, mientras que los perdedores viven en condiciones de opresión y explotación.

El juego histórico de estas ideologías e instituciones nos ha llevado a un mundo crecientemente irracional, desequilibrado, disfuncional, donde cientos de millones de seres humanos, y la naturaleza, se encuentran cada vez peor; y donde la enloquecida huida hacia adelante es la única “normalidad” que parece reconocer la economía.

Homo sapiens sapiens lleva –llevamos— unos 200.000 años en este planeta; pero han bastado apenas siglo y medio de sociedad industrial –menos de una milésima parte de ese lapso temporal– para situarnos frente al abismo. Aún no hemos aprendido a vivir en esta Tierra. “No hemos sabido afrontar el conflicto básico entre la finitud de la biosfera y unos modelos socioeconómicos en expansión continua, profundamente ineficientes, impulsados por un patrón de crecimiento indefinido.”[2]

Con una simplificación que creo no traiciona a la realidad, cabe decir que la pregunta decisiva para los seres humanos sigue siendo la misma que hace cincuenta mil años: ¿dominio del fuerte sobre el débil, o cooperación entre iguales? 






[1] Ken Booth, “Cambiar las realidades globales: una teoría crítica para tiempos críticos”, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global 109, CIP Ecosocial, Madrid 2010, p. 12.
[2] Jorge Ozcáriz y otros: Cambio global España 2020-2050. El reto es actuar, Fundación General de la UCM/ Fundación CONAMA, Madrid 2008, p. 18.


Jorge Riechmann. Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Ed. Proteus. 2012. Y también en Ética Intramuros. Universidad Autónoma de Madríd, 2017

1 comentario:

  1. Es más, yo diría simplemente que, AÚN NO HEMOS APRENDIDO A VIVIR.

    salud

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