“Veo lirios acuáticos
agitarse en el instante fijo de una roca del Pérmico”
Antonio Orihuela
Lo que no se va.
Disolución
He soñado con Mantegna
en el instante que pintaba a Cristo muerto
sobre una losa de piedra
en la misma postura que luego estaría el Che
en el lavadero de La Higuera.
Y los dos estaban muertos
y los dos estaban vivos.
He estado en la selva lacandona de Chiapas,
en el encuentro entre Manuel Vázquez Montalbán
y el Subcomandante Marcos,
en el lugar en el que las miradas se cruzan sobre la mesa
hecha de tablas de ceiba, donde se celebran las ruedas de
prensa
y las actas de las asambleas populares,
y se coloca el güipil maya como tapete,
justo en el momento en que el portavoz del EZLN
le regala su rostro sin pasamontañas al compañero Manuel
que lo guardará para siempre en su memoria.
He hablado con Teilhard de Chardín
cuando escribía por las noches su Himno del universo,
y bendecía la materia,
evolución irresistible, realdad siempre naciente,
y luego cerraba los ojos para tomar el aliento
del ser y de la vida en medio del silencio incandescente.
He acompañado a Paul Celan
hasta la balaustrada del puente de Mirabeau
y he visto desde la altura
las mismas aguas del Sena que él vería
antes de beberse de un sorbo lo que le quedaba de vida,
lo que le sobraba de muerte.
He visto al último de los simios,
al primero de los homínidos bajando de los árboles de la
floresta
y ponerse en pie, erguido y sólido
mirando la maleza de hierbas,
preguntándose cuándo habría de llegar el momento
en el que comenzaríamos a ser humana humanidad.
He visto a Romero en el instante
en que en medio de la consagración
la bala del fusil le atravesaba el pecho
empapando de sangre salvadoreña la teología de la
liberación,
la voz de los sin voz,
el evangelio de la buena noticia para los empobrecidos
y al Cristo obrero y campesino.
He vivido el tiempo del corazón insurrecto,
del polvo de las estrellas,
de la anarquía que enciende a los pueblos,
de la lucha libertaria,
la madrugada en la que la luz ha dejado de ser una
tentación,
en la vanguardia obrera,
en la kale borroka,
en las barricadas de adoquines y neumáticos incendiados
y en la consagración del yo poético que empeña el alma y la
palabra.
He tomado la luz
de las pequeñas luciérnagas,
de las antorchas de aceite,
de los ocotes encendidos en las trochas de montaña,
de las candilejas nocturnas
y del vuelo acorazado de las polillas sobre las llantas
prendidas
con que se abre el camino hacia la madrugada.
He sido mujer obrera, campesina, esclava, libre
en las barriadas tupamaras, en los quilombos,
en las minas de Colquiri con Domitila Chungara,
en la selva maya con Rosalina y Rigoberta,
en los palenques con la hondera,
en las ruinas de Angkor con las constructoras de catedrales,
en Delfos, Lesbos, Esmira, Atenas,
he fundado pueblos, clanes, naciones enteras
desde la tierra del vientre.
He sido Venus, Isis, Astarté,
amazona, jíbaro, comanche, maya, lacandona
inca, azteca, zapatista, guerrillera,
chamán, mujer de hierbas, poeta,
pintora de las paredes del paleolítico,
afiladora de instrumentos, música y ritmo en la hoguera de
cada noche,
loba entre lobos, mujer serpiente, mujer quetzal,
anfitriona de dioses y de hombres,
compañera de camino, maestra de la tierra y de la grama.
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