CÉSAR
DE VICENTE HERNANDO Y LA EXPRESIÓN ARTÍSTICA COMO MATERIA SOCIAL E HISTÓRICA
César
de Vicente Hernando nos iba a acompañar este año; Antonio había previsto, con
él, la realización de un taller, sin embargo, el 21 de enero, de este mismo
año, murió en su despacho de la Universidad de Almería, en donde ejercía como
profesor de Teoría Literaria y Literatura Comparada. Hoy le rendimos, como a otros
compañeros y compañeras desaparecidos últimamente un pequeño homenaje.
Para
los que no lo conociesen, César de Vicente Hernando era una de nuestras mentes
más lúcidas, dramaturgo, crítico y editor, pero, sobre todo, agitador político
y social, era un auténtico intelectual de izquierda y, cuando digo auténtico,
lo digo con todas las consecuencias, pues si hay una palabra que lo definiese
es la de coherencia.
Una
coherencia intelectual, política y vital insobornable, que tuvo, para él,
graves costes académicos (en su carrera universitaria, por ejemplo) y
personales. Nunca se vendió ni renunció a ninguno de sus principios a cambio de
ningún favor o concesión que beneficiase su trayectoria académica o su situación
en los medios universitarios; nunca tuvo propiedad ninguna, ni física ni
intelectual, pues la propiedad contravenía radicalmente su modo de pensar y de
estar en el mundo. Por eso, cariñosamente, muchas veces le decía que era el
último comunista.
Él
fue quien me conectó con este ecosistema de compañerismo que es Voces del
Extremo y con Antonio Orihuela. Fue en Madrid, en la sala Youkali, en
Vallecas, en donde de tanta vida disfrutamos junto a un grupo extraordinario de
compañeros y compañeras, y en donde tantas acciones desarrollamos y tanto
pensamiento parimos juntos.
Él
fue quien me descubrió el horizonte de escritor que anhelo y al que deseo
llegar; y lo hizo con una simple pregunta, que es la que nos hubiese hecho
aquí, sin duda: ¿por qué escribes…?
¿Por
qué escribimos…? Nos hubiese preguntado. ¿Tenemos, de verdad, clara cuál es
nuestra posición en el sistema/mundo en que habitamos y que nos ha construido?
¿Tenemos clara nuestra posición en el campo o en los campos
sociales, culturales o literarios –en los términos en que Bourdieu concebía
tales campos– en los que nos debatimos, como poetas, escritores, profesores,
editores, artistas o trabajadores…? ¿Somos conscientes de la parte de Capital
que habita en nosotros y cómo la ideología dominante nos ha moldeado y nos hace
pensar el mundo, escribirlo, vivirlo y representarlo…? A pesar, sin duda, de
nuestras indudables buenas intenciones.
¿Qué
hacemos respecto de las dos equívocas e interesadas presunciones ideológicas que,
según su criterio, hemos asumido la inmensa mayoría de nosotros del humanismo
burgués? Por una parte, la de la autonomía escritural, es decir, la presunción
de la propia autoría (que somos nosotros los que nos expresamos como individuos,
al margen de las tensiones ideológicas, materiales e históricas que nos
conforman como sujetos) y, por otra –no menos engañosa–, la presunción de una
“condición humana” universal, anterior a esas mismas realidades materiales e
históricas que conforman las diversas coyunturas en las que necesariamente nos
incardinamos los sujetos (especialmente, cuando nos expresamos artísticamente).
Todas
estas preguntas y otras fundamentales son las que nos hubiese hecho, todas, por
supuesto, desde sus hondos fundamentos intelectuales, ideológicos y
metodológicos que nos llevarían a Marx, Engels, Gramsci, Valentin Voloshinov,
Günther Anders, Althusser, Guy Debord, Raoul Vaneigem, Bourdieu, Negri, Hardt,
Ernesto Laclau, Fredric Jameson, Jorge Riechmann, Meyerhold, B Brecht, E
Piscator, Peter Weiss, Julio Rodríguez Puértolas, Juan Carlos Rodríguez,
Constantino Bértolo, Alfonso Sastre, Valeriano Bozal, etcétera, etcétera. Su
formación y su bagaje cultural e intelectual eran inmensos, especialmente, en
las vertientes política, histórica, dramatúrgica, literaria y crítica.
Si
la condición humana, como realidad fenoménica anterior a la materialización
histórica de la misma, no existe y, si somos auténticas construcciones sociales
e históricas, esto es, productos de las coyunturas que vivimos y de los
automatismos ideológicos y materiales que nos atraviesan: como la clase social,
la raza, la cultura a la que pertenecemos y la posición geopolítica que
ocupamos
««… la
sensibilidad [es también una] construcción social, lo mismo que la lengua,
[que] articula el significado de lo representado con otros elementos que
Voloshinov[1]
califica de ideológicos. Así que –tal como explica este en ¿Qué es el
lenguaje?[2]– no
existe ninguna percepción, como
el hambre, por ejemplo, que sea pura, expresión [“humana”] propia del individuo, ya que
… el
estado puramente fisiológico del hambre por sí mismo no puede tener una
expresión: es necesario que el organismo tenga una ubicación social e histórica
bien definida. El elemento decisivo está siempre representado por la pregunta:
quién tiene hambre, en compañía de quién, entre qué personas. En otras
palabras, toda expresión tiene una orientación social. En consecuencia, ella
está determinada por los participantes del acontecimiento constituido por la
enunciación, participantes próximos y remotos.»»[3]
De
modo que, si no hay una sola, absoluta, apriorística y deshistorizada
“condición humana”, pues tal cosa no se da en la realidad real, su
representación artística será, pues, algo falaz e inútil, en lo esencial; ya
sea respecto de los padecimientos fisiológicos o biomecánicos como el hambre (que,
como hemos visto y apunta Voloshinov, puede representarse en términos de ruego
y mendicidad o en términos de rebelión y de revolución), o respecto de las
experiencias socio-personales, como es el exilio o la migración involuntaria
(léase, por ejemplo, la vivencia de la migración en relación con los refugiados
ucranianos frente a los de origen africano en Europa), o de experiencias psicológicas
tan centrales y aparentemente universales como el amor (con agotamiento, sin
agotamiento; con dominio del tiempo o sin dominio del tiempo, como accidente o como
construcción, etc.) y la esperanza (situada en el tiempo futuro o en el tiempo
presente), o de los comportamientos y conductas individuales y sociales (el
caso, por ejemplo, de los incendiarios, en estos momentos, que habría que tener
en cuenta los participantes remotos, no solo los participantes
próximos).
¿Qué
tipo de representación de la realidad hacemos nosotros? Esta sería una de sus
preguntas clave; pues hay tres modos posibles de representación:
1. La representación perceptiva,
basada en impresiones elementales de los fenómenos, que nos lleva a la
postulación de figuras simples de lo real.
2. La representación sensible,
mediada por ciertos aspectos de la realidad sensible concreta del objeto
representado, que nos lleva a figuras elaboradas y estilizadas (lo que
constituiría un cierto estado social de la representación).
3. La representación constructiva destinada
a señalar, además de las condiciones sensibles del objeto, las condiciones
socio-históricas del mismo, lo que nos lleva a figuras complejas, interactivas
con el medio real de la representación y de lo representado, buscando un
sentido y un conocimiento crítico, mediante una estrategia de enfrentamientos y
contrastes planificados (lo que constituiría el estado político de la
representación)
Tres
modos de representación que suponen enfoques distintos «en función del
procedimiento estético empleado: una representación [sería] utilitaria, otra expresiva
(léase, estética: el enfoque que predominaría en los textos de la Generación
del 98, respecto del campesinado español y sus condiciones) y otra analítica (léase,
crítica: el tratamiento que hace, por ejemplo, del mismo fenómeno, luego,
Blasco Ibáñez, por ejemplo)[4]»,
aunque las tres, inevitablemente, están sujetas a una serie de mediaciones
ideológicas que las atraviesan, tal y como el propio Voloshinov determinó tras
su análisis de los signos lingüísticos y literarios como productos materiales e
históricos. Mediaciones que debemos determinar nosotros y esclarecer, para
saber por cuál de estas representaciones es por la que hemos optado realmente,
más allá de nuestra intención inicial.
Para
César de Vicente Hernando, que sigue, como hemos visto, tanto la estela de la
lingüística materialista, como la de la semántica pragmática (Charles S Pierce)
y de la semiología crítica (John Searle), la historicidad de todo acto de
habla, artístico, poético o literario, cualquiera que sea su naturaleza (en su
recepción y percepción, y en su representación), es consustancial e inevitable
al mismo. Sin embargo, solo ocasionalmente el (autor) responsable de la
materialización del acto, sea cual sea este –un poema, un relato, una obra de
teatro–, es verdaderamente consciente de ello; por ejemplo, cuando acepta y es
consciente de que no es el creador ni el autor único y absoluto
del mismo, sino que en su ejecución han intervenido mediaciones ideológicas,
sociales, materiales e históricas de las que debe ser consciente. De modo que,
como expresa Adorno, en su Minima moralia, no nos inclinemos a tener por cosa de «nuestra propia e independiente elección» este «humillante
aislamiento y esta soledad devastadora propias de una vida encadenada al proceso de la producción capitalista»[5]
Así,
pues, ¿somos conscientes nosotros de la posición material e histórica (la real
y objetiva, no la subjetiva) desde la que estamos hablando? ¿En qué campo de la
realidad literaria o sociocultural accionamos? ¿Si provocamos algún tipo de efecto
en ella? O ¿Sabemos por qué estamos aquí en Voces del Extremo? ¿No estaremos,
acaso, aquí porque no tenemos la posibilidad de competir en otro campo
distinto?
¿Construimos
obras irrelevantes e inertes, o tratamos de darnos herramientas para intervenir
de un modo efectivo, crítico, desestabilizador, esto es, político, en el
sistema/mundo real que nos construye y en el que habitamos? Como el propio
César nos hubiese inquirido… ¿Creamos obras o artefactos que respondan al mundo
en el que han surgido “con auténtico sentido”? Es en este contexto en el que la
diferencia que hace entre el teatro (o la novela o la poesía) social y el
teatro (o novela o poesía) político, en su obra La escena constituyente,
se entienden mejor.
Y
es en este contexto en el que se comprende mejor, también, una de las ideas
mayores o ideas fuerza de su obra y de su pensamiento: que los ciclos de
acumulación de capital provocan puntos de tensión que se reproducen de un modo
especialmente claro en las manifestaciones culturales de tales coyunturas
históricas (de ahí su interés por las vanguardias del periodo de entreguerras,
los años veinte y treinta del siglo pasado, en Alemania y en España; junto a su
extremo interés por esta coyuntura actual nuestra, de especial acumulación del
capital especulativo y financiero, con su resultado de degradación y
precarización de la vida, del medio natural y de la producción artística y
cultural).
Lo
más sorprendente de este enfoque de las cosas, propuesto por César de Vicente,
es que, para alcanzar esta representación constructiva y analítica de la
realidad, no hay que ser un escritor o poeta “de izquierda”, ni compartir un
abordaje materialista histórico de los fenómenos representados; sino lo que hay
que tener claro es, primero, qué se quiere representar y por qué (de ahí la
importancia crucial de la primera de las preguntas que nos hubiera planteado);
y, en segundo lugar, comprender bien la coyuntura histórica en la que uno vive
y se expresa. De ahí que sea Balzac el primero que alcanza ese nivel de representación
constructiva en los albores de la novela moderna.
Pero,
aquí, ya al final de esta breve y sentida semblanza, en su memoria, no
olvidaremos la alegría, el motivo que nos concita este año. César, un
intelectual tan exigente, arisco incluso, en ocasiones, por su franqueza y su
compromiso innegociables, era un ser alegre y confiado con los niños y en el
servicio a la comunidad; en esas dos situaciones, se convertía en una persona
auténticamente alegre e incansable, todos los que lo conocieron en esas
situaciones lo pueden atestiguar, jugando con los niños y ayudando a sus
iguales, en la asociación de vecinos, en Zarazaquemada, Leganés, por ejemplo, o
en la sala Youkali, en Vallecas, compartiendo lo poco que tenía, era un
ser alegre y feliz.
Y,
en ambos aspectos, en el sentido cívico y servicial que tenía, y en su interior
ansia de vida, (“vivir todas las vidas en la vida”, me decía) se asemejaba a
otro gran amigo y compañero, inmensa persona e inmenso poeta, que nos ha
dejado, también recientemente, nuestro llorado Ángel Guinda. Honor y memoria
para ellos y para los demás compañeros y compañeras recordados aquí estos días.
Gracias.
[1] Valentín Nikoláievich
Volóshinov, lingüista ruso, miembro del llamado Círculo de Bajtín, junto a
Mijaíl Bajtín y Pável Medvédev, que fundamentan buena parte de la la teoría
literaria marxista y de la teoría de la ideología, vigentes durante todo el
siglo XX. En El marxismo y la filosofía del lenguaje, de finales de los
años 20, hace una crítica a la lingüística contemporánea volcada al estudio del
signo lingüístico abstracto y del lenguaje como un sistema de normas
invariables, y desarrolla su teoría del signo ideológico: La lengua como
sistema estable de formas normativamente idénticas es tan sólo una abstracción
científica, productiva únicamente para ciertos fines teóricos y prácticos. Esta
abstracción no se adecua a la realidad concreta del lenguaje. El lenguaje es un
proceso continuo de generación, llevado a cabo en la interacción discursiva
social de los hablantes.
[2] Valentin
Voloshinov, ¿Qué es el lenguaje?, en Adriana Silvestri, Guillermo
Blanck, Bajtin y Vigotski: la organización semiótica de la conciencia,
Barcelona, Anthropos, 993, pp. 235- 236.
[3] César de Vicente Hernando, “La
representación narrativa del campesinado español en el periodo de entre
siglos”. COLLANA DI TESTI E STUDI ISPANICI III · STUDI ISPANICI XLVII, 2022,
págs. 163-188. Pisa. Roma. Ed. Fabrizio Serra
[4]
«Podemos ahora entender mejor el prólogo inaugural de la estética realista que
puso Balzac al frente de su proyecto La comedia humana. Cuando el escritor
francés se plantea cómo resolver la representación de los personajes (tres o
cuatro mil, dice) recurre a pensar la producción de figuras que son concebidas
«en las entrañas de su sociedad, todo el corazón humano se agita bajo su
envoltura, y en ellos se esconde a menudo toda una filosofía». Frente al
costumbrismo, el programa estético de Balzac atraviesa los tres modos.» César
de Vicente Hernando, “La representación narrativa del campesinado español en el
periodo de entre siglos”. COLLANA DI TESTI E STUDI ISPANICI III · STUDI
ISPANICI XLVII, 2022, págs. 163-188. Pisa. Roma. Ed. Fabrizio Serra
[5] Theodor W. Adorno, Minima moralia. Reflexiones sobre la vida dañada, versión
castellana de Joaquín Chamorro Mielke, Taurus, 2º edición, 1999, Madrid, página
23, epígrafe “Antítesis”. Se publicó en 1951, en Suhrkamp Verlag ed, Frankfurt
con el título original Minima moralia.
Reflexionem aus dem beschädigten Leben.
Enlace al último artículo publicado por César de Vicente Hernando: https://mail.google.com/mail/u/0/?tab=rm&ogbl#inbox/FMfcgzGqPpdwQdnBDmxdxHCcqvRHNhhQ?projector=1&messagePartId=0.2
No hay comentarios:
Publicar un comentario