PECES DE OJOS TRISTES
«Nunca
compres pescado de ojos tristes»
me
decía mi madre, al volver del mercado.
«La
mirada sin brillo te advierte que son viejos»
«Que
se han muerto hace mucho».
Desde
entonces,
en
las pescaderías y los bares
cuando
miro otros ojos
me
detengo
en
las córneas hundidas
y
en los iris gastados.
«Que
no te engañen vendiéndote ojos tristes»
repetía
mi madre.
Confieso
que
en más de una ocasión
–y
aunque sabía–
yo
elegí comprarlos.
LA HERENCIA
En el trabajo,
una cuchilla eléctrica
le cortó un dedo a mi padre.
Dicen que levantó su pulgar ensangrentado
y lo arrojó a la basura,
sin hablar.
En casa nos dijo que fue una herida limpia.
Indolora. Ni siquiera sangró.
Vivió en serenidad, sin dos falanges,
pero a veces las cosas
rodaban por sus manos
o quería agarrar una botella
y arañaba la luz.
Cuando le preguntaban
por qué no usaba más el brazo izquierdo
respondía
que era esa su forma de tocar:
intuir la curvatura de un objeto
con su dedo anterior.
Quizás, a mí también, una cuchilla
me privó de un pulgar.
Y eso explique
el apego a las caídas,
la obstinada
constancia de palpar el vacío
de lo que fue real.
Marisa
Martínez Pérsico, Finlandia, RIL Ediciones (Santiago de Chile /
Barcelona), 2021.
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