IKEA
Este
sofá y esa lámpara quedarán bien.
Nuestro
mundo es un zulo de carretera.
Un
hermoso lugar para reencontrarte a ti mismo.
Para
construir tu nuevo hogar.
Un hogar
en el que te quedarías a vivir
si no
hubiera guardias de seguridad.
Si no
hubiera alarmas.
Esas
camas bien hechas te dicen:
«Túmbate,
cómprame,
soy el
colchón y tú mi cuerpo.
Estamos
hechos el uno para el otro».
Corre a
la sección de armarios.
Imagina
ese contraluz, esa ventana entreabierta
y a ti
rodeado de soledad consentida,
de
música de los ochenta.
Camina o
revienta, para en la sección de cocina.
Si no
sabes cocinar
es
porque no compraste lo suficiente.
Porque
ese mostrador, ese grifo,
esos
tenedores con forma de sirena
te hacen
soñar con el máster chef que nunca fuiste.
Escuchas
la sirena,
te ves
en esa isla de mármol y metal
cortando
tomates como Arguiñano, pero sin chiste.
Te has
levantado y te has atrevido a imaginar
mientras
leías esa revista de Ikea en el váter
y ya no
hay vuelta atrás.
Has
entrado en la sección de baño.
Hay
lavabos imposibles,
encastrados
que te invitan a lavarte esas manos
que
mañana no reconocerás.
Jabones
de colores y formas variopintas,
tapas de
váter dibujadas
a juego
con losetas de vidrio alicatado.
Ikea
reinventa tu hogar,
Ikea se
interesa por tu hogar,
Ikea
sabe lo que quieres,
Ikea te
vende helados a un euro,
menús
del día,
espacios
de juego para niños.
Ikea
sabe más de tu vida que tú mismo.
Sabe que
aspiras a algo más,
que
cobras un sueldo mínimo vital,
nada
comparable al sueco, noruego o finlandés.
Sabe que
entrar en Ikea será mejor
que
volver a tus «taitantos» metros cuadrados.
Será
mejor ordenar tus muebles heredados
de
estilo rococó que quieres llamar vintage,
porque
lo vintage siempre está de moda.
Ikea
piensa en el más mínimo detalle.
¡Te
cuida, joder!
Te hace
sentir fenomenal con el mundo.
Valoras
la interculturalidad.
Te hace
cantar el «No puedo vivir sin ti»
de Coque
Malla.
Empiezas
a dominar palabras como:
bodviken, braviken, aneboda, billy o kayak.
Dominas
el catálogo.
Ikea te
regala lápices y metros,
Ikea te
regala tarjetas family.
Ikea te
muestra el camino con flechas.
Ya has
hecho la lista de la compra.
No sabes
qué hacer con ella.
Tu carro
pesa tanto como tu conciencia.
Acabas
de reconocerte.
Eres un
mueble más, sin instrucciones de montaje.
***
PARADOJA
.
Deben
saber si salen hoy a la carretera,
que
verán flores.
Flores
en la mediana,
flores
en farolas,
flores
en semáforos,
flores
en señales.
Porque
en las rectas,
cuando
alguien muere, alguien florece.
Porque
en las curvas,
cuando
alguien muere, alguien florece.
Y deben
saber que la vida es así, pero al contrario.
Un
paradójico accidente:
cuando
alguien florece,
alguien
se ocupa de que muera.
***
TELÉFONO ESCACHARRADO
Empecé a
beber a los dieciocho.
Ayer
intentó besarme.
Si
hubiera sido acuario…
Grita
más.
Te
quiero.
No lo
conozco, pero me gusta.
A ver si
me muero.
Ya no
vamos a vender tanto.
Vamos a
hacernos la foto de adiós.
Lo mismo
te llevas una sorpresa.
Ten
cuidado con lo que dices
porque
de alguna manera estás inspirando.
Ya no
hay alcohol suficiente.
Una
película de zombis,
Buah, oh yeah.
A las
cuatro se tiene que levantar.
Se acaba
el ambiente.
Yo no
puedo estar en silencio.
Los colgados
son los otros.
Mejor cuelga
tú.
Alberto Prieto. Da igual cuando leas esto. Ed. Olélibros, 2022
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