Tuve una vejez hermosa.
Mis hijos me cuidaron
hasta que pude
hacerme cargo de ellos.
Año tras año,
casi sin darme cuenta,
rejuvenecí.
Mi barba cana
se fue tornando gris
y me creció
un pelo lacio y castaño.
Comencé a trabajar
a volcar lo aprendido
sobre los que me precedían
y, poco a poco,
vi cómo engordaba mi ambición
sudando hasta alcanzar
el noble estatus de aprendiz.
Mis músculos se llenaron de vigor
y en mi espíritu se acentuó la sed
de desarmarlo todo,
de conocerlo todo,
de rebatirlo todo.
Me echaron entonces del trabajo
para que fuera a la universidad
y tras quitarme el título
me obligaron a sentarme largas horas
desaprendiendo cosas que, según ellos,
me habían servido toda la vida.
Allí fue donde me despedí
de mis verdaderos amigos,
no sin antes haber quemado
muchas noches tocando la guitarra,
creyéndonos poetas,
cantando hasta el delirio,
hartos de follar en los portales
con conocidas y extrañas
porque nuestras ex novias
estaban a punto de empezar a querernos
durante un tiempo mágico
– imposible de medir
hasta que un día, sin más,
la vi, y estaba tan hermosa
que me desenamoré al instante.
Entonces, fui bueno en el deporte,
en ciencias y geografía
a escondidas tomé mi última copa
y harto de vivir contradicciones
y de asumir que hay miserias en el mundo,
por fin, comencé a creer en Dios.
Mis padres me inscribieron en un colegio
para hacerme recobrar la timidez
y, en efecto, me fui volviendo
tímido mientras jugaba
y mientras, tarde a tarde,
me olvidaba de sumar y de leer.
Después, no mucho que recuerde.
La sensación de cobijo
la suavidad de las mantas
dejar de caminar
un desmontable de planetas
la comida triturada.
Ir confundiendo las caras
olvidando los objetos
hasta que todas las palabras
se fueron convirtiendo en ruido.
El último día,
tal como habían predicho,
tras cortarme el llanto en seco
y robarme la poca ropa que llevaba
unas manos de gigante
a violentos empujones
me metieron en el vientre de mi madre
que gritaba y se esforzaba en acogerme,
lugar en el que ahora floto
y en el que, lentamente,
menguaré, hasta el silencio.
Marc García Arnau. Revés de zurda.
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A los compradores. Mil gracias!
Interesante poema, entre otras magias.
ResponderEliminarChiloé