mentes por todas partes
Cuando nos pusimos a
estudiar a los grandes simios, descubrimos elevadas capacidades cognitivas.
Cuando nos
pusimos a estudiar a los cetáceos, descubrimos grandes capacidades cognitivas.
Cuando nos
pusimos a estudiar a los elefantes nos sucedió lo mismo. Hemos ido viendo que
en realidad todos los mamíferos somos bastante parecidos en cuanto a muchas
capacidades emocionales y cognitivas básicas. Y también nos quedamos asombrados
al considerar las habilidades de aves como los córvidos o los loros… Y ¿qué
decir de la “inteligencia extraterrestre” del pulpo, ahora tan estudiada?[i]
En realidad
nada de esto debería sorprendernos —si tenemos una visión evolutiva de la
realidad—. Las capacidades emocionales y cognitivas de los seres vivos
evolucionan a lo largo del tiempo, y las diferencias que encontramos entre unas
clases de seres y otras son de grado —no se trata de naturalezas diferentes—.
Compartimos una historia evolutiva común en el seno de la Madre Tierra. Todos los animales somos hermanos, se
titula un libro que escribí hace años.
¿Y las plantas?
Un defensor de los animales tan destacado y meritorio como Peter Singer nos
pregunta: si un árbol no puede sentir nada,
¿puede importarle al mismo árbol ser talado?[ii] Pero ¿está tan claro que
ese criterio de sintiencia se detenga
en el mundo animal? También hace poco tiempo que nos hemos puesto a estudiar
las capacidades “avanzadas” de las plantas, y lo que se ha ido descubriendo nos
deja atónitos. No cabe seguir considerando a las plantas como pasivos autómatas
orgánicos. Sienten e integran información procedente de docenas de variables
ambientales, y usan este conocimiento para desarrollar comportamientos
flexibles. Por ejemplo, pueden reconocer si otras plantas cercanas son de su
misma especie o foráneas, y adaptar a la situación su búsqueda de nutrientes y
energía. Pueden reconocer a predadores y desarrollar estrategias de defensa
(por ejemplo, sentir que se acercan orugas peligrosas y segregar aceites
repelentes como respuesta). Pueden comunicarse entre sí, y con otros organismos
(como microbios y parásitos), usando una variedad de canales (incluyendo el
impresionante medio subterráneo que forman las redes de micorrizas).
Desarrollan formas de memoria…[iii]
Tiene todo el
sentido hablar de “las mentes de las plantas”, aunque éstas sean bastante
diferentes de las mentes animales. “Todos los seres vivos, incluso las plantas
y los microorganismos, perciben. Para sobrevivir, un ente orgánico tiene que
percibir; debe buscar, o al menos reconocer, el alimento y evitar los entornos
peligrosos. Para percibir, un ser vivo no necesita ser consciente.”[iv] Percepción, sensación y elección
se dan no sólo en los seres humanos, sino en todas las formas de vida
terrestre. Gaia está llena de mentes de muy diferentes clases.
Esto nos lleva
a una constatación sencilla: la visión del mundo animista, que solemos juzgar
primitiva, en muchos aspectos resulta más adecuada que el mecanicismo que se
impuso como acompañante de la física galileana-newtoniana. El mismo proceder de
la ciencia analítico-reductiva, cuando lo llevamos a cabo de buena fe, sin
ceder a prejuicios y sin olvidar los momentos posteriores de síntesis y
recomposición del conocimiento,[v] nos lleva hasta este
resultado: mentes por todas partes.
No somos
máquinas: somos organismos vivos integrados en ciclos naturales de una
complejidad exquisita. La analogía con las máquinas (los relojes en el
capitalismo temprano, los ordenadores en el capitalismo tardío) nos confunde de
manera extremadamente destructiva. El problema no es analizar las partes (de un
organismo, por ejemplo): es olvidar que esas partes forman un todo, anidado en
otras totalidades, y así hasta llegar a Gaia —la Madre Tierra.
almas
que migran
El mito de la transmigración
de las almas nos remite a verdades ecológicas básicas: hay muchas clases de
seres animados en el mundo (con diferentes clases de mentes y sensibilidades),
todos los seres vivos somos parientes evolutivos, y “todo está conectado con
todo”.[vi] De hecho, nos dirá Tim
Morton, la interconexión de todos los seres es el pensamiento ecológico,[vii] la clave de bóveda de la
arquitectura intelectual más importante que necesitamos. (Él lo llama the mesh, la malla: “la interconexión de
todos los seres, vivientes y no-vivientes”.)
Una intuición
básica de Henry D. Thoreau, explica Antonio Casado da Rocha —uno de sus mejores
conocedores en nuestro país—, es precisamente la interidentidad o interdependencia: necesitamos lo no-humano para
realizar o preservar lo humano.[viii] Lynn Margulis y Dorion
Sagan nos recuerdan que “desde el origen de la vida todos los seres vivos, sea
directamente o a través de un circuito, han estado conectados”.[ix] Y George Monbiot remacha:
“El estudio de los sistemas complejos revela la naturaleza como una serie de
sistemas autoorganizados y autorregenerativos cuyos componentes están
conectados entre sí de formas que, hasta hace poco, eran apenas imaginables.
Muestra que, como el gran conservacionista John Muir propuso, «cuando tratamos
de elegir algo por sí mismo, lo encontramos enganchado a todo lo demás en el
universo». Lejos de hallarnos separados de la naturaleza o ser capaces de
dominarla, estamos incrustados en ella, íntimamente conectados a procesos que
nunca podemos controlar por completo. Eso nos permite, potencialmente, ver el mismo
universo como una red de significados: una poderosa nueva metáfora raíz que
podría, tal vez, cambiar la forma en que vivimos”.[x]
Y por todo ello
no deberíamos pensar la vida en la Tierra bajo la imagen tradicional de la Gran
Cadena del Ser, una jerarquía que culmina en la especie humana, sino
más bien bajo la noción de holarquía que acuñó Arthur
Koestler (1905-1983), donde coexisten sin jerarquía seres menores en conjuntos
mayores (partes que son también a su vez totalidades). La vida como un gran
entramado fractal de seres interdependientes.
Esto de la
transmigración de las almas parece de entrada, por tanto, un mito valioso.
Serge-Christophe Kolm sugirió que el budismo supersticioso se distingue del
budismo filosófico profundo porque el primero se toma literalmente la doctrina
de la metempsicosis, y el segundo la considera en su dimensión simbólica.[xi] Mas este tratamiento del
mito no es propio del budismo, sino de cualquier sistema de pensamiento: a la
literalidad del mito, desde un punto de vista más avanzado, la llamamos
superstición (pensemos en la resurrección de la carne para los cristianos, por
ejemplo). Pero eso no anula el contenido de verdad del mito —cuando tal verdad
existe.
[i] Peter Godfrey-Smith, Otras mentes, Taurus, Madrid 2017.
[ii] Peter
Singer, The Expanding Circle, Clarendon
Press, Oxford 1981, p. 123.
[iii] Laura Ruggles, “The minds of plants”, Aeon, 12 de diciembre de 2017; https://aeon.co/essays/beyond-the-animal-brain-plants-have-cognitive-capacities-too
[iv] Lynn Margulis y Dorion Sagan, ¿Qué es la vida?, Tusquets,
Barcelona 1996, p. 32. Escriben también: “La vida es menos mecanicista de lo
que nos han enseñado a creer; pero, puesto que no desobedece ninguna ley física
o química, no es vitalista. Sentimos en nuestro fuero interno un alto grado de
libertad, pero todos los demás seres, bacterias incluidas, también toman
decisiones con consecuencias medioambientales. Almacenada y transformada en
vida, la energía de la luz solar impulsa el crecimiento celular, el sexo y la
reproducción de formas de vida muy similares. Quizá todos los seres vivos
compartan nuestro sentido del libre albedrío. (…) Hasta en el nivel más
primordial, la vida parece implicar sensación, elección, mente. (…) Los seres
no humanos escogen, y todos los seres influyen en la vida de los otros” (p. 178
y 180).
[v] El problema lo tenemos
con el mecanicismo, no con los procedimientos de análisis y reducción –siempre
que se lleven a cabo de manera sensata—. Podemos —deberíamos— pensarnos como naturalistas no reduccionistas, a la
manera de Hilary Putnam: “Sigo siendo una persona religiosa [dentro del
judaísmo] y sigo siendo un filósofo naturalista. (…) Un filósofo naturalista
pero no un reduccionista. Es sabido que la física describe las propiedades de
la materia en movimiento, pero los naturalistas reduccionistas olvidan que el
mundo posee muchos niveles formales distintos, incluido el de las acciones
humanas moralmente significativas, y la idea de que todos estos niveles puedan
reducirse al ámbito de la física creo que es una entelequia. Es más, como todos
los pragmatistas clásicos, no veo que la realidad sea moralmente indiferente:
la realidad, tal y como vio Dewey, nos plantea demandas. Puede que los
valores sean creados por los seres humanos y las culturas humanas, pero creo
que eso es así como consecuencia de demandas que no creamos nosotros. Es la
realidad la que determina si nuestras respuestas son adecuadas o inadecuadas” (Hilary
Putnam, La filosofía judía, una guía para la vida, Alpha Decay,
Barcelona 2011, p. 19-20).
Este naturalismo no reduccionista está
cerca del naturalismo poético de Sean
Carroll: aunque sólo existe el mundo natural, hay más de una forma útil y significativa de
hablar acerca del mundo. “El naturalismo sostiene que no existe más que
un mundo, el natural (…). Naturalismo poético nos indica que hay más de
una forma de hablar del mundo. Emplear un vocabulario de ‘causas’ y ‘razones’
por las que ocurren las cosas nos resulta natural, pero estas ideas no forman
parte de cómo funciona la naturaleza en sus niveles más profundos. Son
fenómenos emergentes, parte de cómo describimos nuestro mundo cotidiano. La
diferencia entre la descripción de lo cotidiano y lo profundo surge de la
flecha del tiempo, la diferencia entre pasado y futuro que, en última
instancia, puede rastrearse hasta el estado especial en que se inició nuestro
universo al poco del Big Bang” (Sean Carroll, El Gran Cuadro, Pasado
& Presente, Barcelona 2017, p. 12).
[vi] Ésta es la primera “ley” informal de la ecología según Barry Commoner, de acuerdo con la cual “todo está conectado con todo lo demás”. La
biosfera es una compleja red, en la cual cada una de las partes que la componen
se halla vinculada con las otras por una tupida malla de interrelaciones. Las
otras tres serían: 2) todas las cosas han
de ir a parar a alguna parte. Todo ecosistema puede concebirse como la
superposición de dos ciclos, el de la materia y el de la energía. El primero es
más o menos cerrado; el segundo tiene características diferentes porque la
energía se degrada y no es recuperable (principio de entropía). 3) La naturaleza es la más sabia (o “la
naturaleza sabe lo que hace”, traducción del inglés nature knows better). Su configuración actual refleja unos cuatro
mil millones de años de evolución por "ensayo y error": por ello los
seres vivos y la composición química de la biosfera reflejan restricciones que
limitan severamente su rango de variación. 4) No existe la comida de balde. No hay ganancia que no cueste algo;
para vivir, hay que pagar el precio. Véase Barry Commoner, El círculo que se cierra, Plaza y Janés, Barcelona 1973, p. 33-45.
[vii] Timothy
Morton, The Ecological Thought, Harvard
University Press 2012, p. 7. Como es
obvio, el pensamiento ecológico entendido de esta forma queda muy cerca de la
filosofía budista…
[viii] Antonio Casado da
Rocha, “Pensar con Thoreau (siete tesis)”, blog Laguna, 15 de diciembre de 2017; https://1aguna.blogspot.com.es/2017/12/pensar-con-thoreau-7-tesis.html
.
[ix] Lynn Margulis y Dorion Sagan, ¿Qué es la vida?, Tusquets,
Barcelona 1996, p. 26.
[x] George Monbiot, “Stepping back from the brink”,
31 de enero de 2018; http://www.monbiot.com/2018/01/31/stepping-back-from-the-brink/
. Se trata de una reseña de un libro
muy prometedor, The Patterning Instinct de
Jeremy Lent (2017).
[xi] El budismo identifica una parte importante de las causas del
sufrimiento humano en la dinámica
mental –cuya teoría se describe, metafóricamente, como ciclos de
“renacimiento”—. Kolm señala
que creer literalmente en la metempsicosis o transmigración de las almas es una
piedra de toque para detectar un
budismo superficial o supersticioso. Para el budismo profundo o avanzado,
la metempsicosis es sólo una metáfora de los cambios psíquicos del ser humano. (Si no fuera así, se daría una insoluble contradicción en el
budismo: dado que éste defiende que no existe un alma o un yo en sentido
sustantivo, ¿qué sería lo que transmigraría de un cuerpo a otro, en la rueda de
las reencarnaciones?) Véase Kolm, Le bonheur-liberté (bouddhisme profond et
modernité), PUF, París 1982 (segunda edición en 1994).
Jorge Riechmann. Informe a la Subcomisión de Cuaternario. Árdora Ed. 2021
Las criaturas vivas que pueblan la Tierra no tienen más interlocutor que la Tierra. ¿Y nosotros, los humanos?: nuestro egocéntrico delirio suicida.
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