Yo tuve un novio que se intentó cortar las venas
antes, incluso, de conocerme
Yo tuve un novio sensual y silencioso, sórdido y solitario, ateo como el miedo a perder lo que está ya perdido. Con un aura abrupta de cine abandonado, escondía dagas bruñidas detrás de las palabras y barcos hospitalarios entre la niebla.
Los ojos, desordenados por el viento, por los sueños clandestinos, por el preludio de haber intentado, sin suerte, suicidarse cinco veces. El pelo, enmarañado de hiedra, como los brazos, porque nadie le había sugerido que las grandes lides se acometían siempre en vertical. Pese a que él, surcado por el hilo y afín a toda clase de venenos y brebajes caseros, le habría escuchado absorto.
Extinguidas todas las estrellas, me entrelazaba flores silvestres en el pelo y pelaba las nueces cuando aún estaban verdes, como almendras crudas, poniéndomelas luego en la boca. Su tiempo me habitaba a solas en los inviernos y cambiaba la forma de mi costa, susurrando en mi playa que no había ya distancia que nos separara de la muerte.
Yo tuve un novio que se intentó cortar las venas antes, incluso, de conocerme, apropiándose de las sombras de los cipreses, y me dejó porque decía que estábamos matándonos mutuamente.
***
Al fin estamos nosotros
TÚ
y YO
AQUÍ,
sentados en una cafetería de barrio,
la más casposa de Vetusta,
(que ya es decir)
nerviosos porque nos conocimos
en Tinder
o en Grinder
o en No rinde la acción libertaria desde la Revolución de Octubre.
Coqueteamos con timidez por encima de la mesa,
juntando las tazas de té como si fueran cuerpos
y aún hubiera terrones dulces en nuestros cielos
y sé que quizá esta noche iremos a tu casa
y follaremos
y nos enamoraremos como idiotas.
Nos haremos veganos
porque veremos juntos un documental en Netflix
porque somos pura contemporaneidad
y porque qué cuerpo tan firme se me queda con el yoga y la ascesis,
pero nunca
NUNCA
por el sufrimiento de los animales.
Iremos a conciertos en el Manglar o en La Salvaje
de gente a la que jamás hemos oído antes
pero fingiremos que sí
y comeremos en un restaurante fusión peruano-japonesa todos los viernes
pese a que nos parece insulsa a los dos,
por estar In
Vendrán amigos a jugar al Trivial los sábados por la noche
y les echaremos alegando que queremos ver la última peli de un festival francés
pero nos pondremos a ver First Dates
y con el tiempo nunca
pero nunca
NUNCA
follaremos.
Y, pese a todo, tendremos un par de niños asquerosos y babeantes,
una casita con jardín en el barrio alto,
un perro que apeste a mojado y se coma a mis gatos
y una vida en las afueras,
pero en el centro mismo de la adecuación y la normalidad.
Y por favor
POR FAVOR
que entre alguien armado
y haya un tiroteo ahora mismo en esta cafetería
y muera
AL MENOS UNO
de los dos
***
Masticábamos
piedras en tu casa,
¿te acuerdas?
Y tenían un sabor amargo
como a salvia, a heno, a sexo na tená*
como a las pulgas blancas de las gallinas
subiéndonos en miríadas por las piernas.
Cuando las piedras se convertían en arena
me las pasabas por el pelo, peinándolo,
imprimándolo para la capa de pintura
que le darían luego la luz de la luna,
los piojos, las horquillas y la escarcha.
Y en cuanto el campo se quedó sin guijarros,
aprendimos a comernos los huecos,
los sapos, los renglones y los charcos,
renacuajos, mandiles y rastrillos,
haciendo con todos un polvo denso
que era dificilísimo limpiar de los rincones.
Ahora han asfaltado todo aquello:
nuestro pueblo, dos monedas que perdimos,
y el cadáver de la abuela.
A ver si quedamos algún día
para empezar a comernos el asfalto.
Hay telas que pronto pierden el olor de los cuerpos que albergaron, hay otras que lo guardan toda la vida.
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