A Noël Bouton de Chamilly, conde de Saint-Léger
Convento de Nuestra Señora de la Concepción
Beja
1668
Escribo para tenerte. Para que la estela que dejaste no sea espuma, sino soga. Las palabras que arracimo entre estos muros negros como la ropa que me cubre, solo aspiran a traerte de la nada en la que habitas, para que sea yo lo que intuí al verte: alguien cierta, enclavada en tu cuerpo, enraizada en el mundo. Escribo para arrancarte del silencio que eres. Tu lejanía es estruendosa. Los pasos que oigo por los pasillos del convento son tus pasos. La realidad espinosa de tu lengua, que no poseo, que me hiere, ausente, pronuncia un vendaval de sombras. No concibo tu cuerpo sin el mío, sin su ruido paralelo, sin los sonidos especulares de la impaciencia y la agonía. Ten la misericordia de ser. Despójame de la toca que me pesa, de los hábitos que encubren la humedad que me consume, de la muerte apacible de cada día, bajo la cual se amadriga el anhelo de oírte y tenerte y vivirte. Dime: déjame saberte. Cabalga otra vez, como cuando te hiciste a mis ojos, o cuando accediste a mi reducto: cabálgame. Apaga esta luz a cuyo amparo escribo y sé tú la luz en cuya noche perderme. No atiendas a la envoltura de estas cartas menesterosas: atiende al dolor que las arroja a tu vacío; entrégate a sus cadenas de amor, a su apremio sacrílego. Veo por la ventana de mi celda el espacio que cruzaste. No eres, pero te veo. No estás, pero galopas, y digo tu nombre en cada mortificación, en cada plegaria. Escribo para que envenenes esta claridad en la que vivo. Para que vuelvas, aunque nunca te hayas ido. Para que te inmiscuyas en la cruz que me gobierna y aplaques con tu peso este martirio. Huele a sándalo y a comino: la especiera trastea en la cocina. Y la noche se aviene a ser: tizna tu hueco y mi desesperación. Desde esta mesilla, capaz de soportar el peso vergonzante del deseo, junto a esta vela que entrega su esperma como me entregaste tú el tuyo, y como entrego hoy mi alma inmortal, te escribo porque te veo, porque no he dejado de verte, porque el silencio te dice, porque las palabras te sueldan a mi carne, te hacen esta distancia de ti que soy, esta carne mía exasperadamente tuya.
(Del poema XII de Tú no morirás). Eduardo Moga. Ed. Pre-textos, 2021
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