INCENDIO
La primera gota de
lluvia asesinó al verano.
Odyseus Elitys
Salió del infierno y quiso
contemplar su reino más allá
de las calderas.
Con los ojos en el cielo
esperamos el milagro
convocado por la oración y
la esperanza.
Contaremos a los hijos que
nazcan que aquí hubo un río, una fuente, un primer beso. Nada ha ocurrido, todo
ha sido un mal sueño, pensarán. Como niños, jugaremos sobre las cenizas. Los
viejos morirán como huyen los animales salvajes del fuego.
El monte arde.
El pueblo arde.
Salió del infierno, más su
reino
no será por siempre de este
mundo.
El paisaje permanecerá en la
memoria.
TELEDIARIO
Cuerpos inertes
desde almohadas de privilegio
observan a una madre huérfana de hijo
que relata cómo lo han asesinado.
Un árbol de Navidad con
rubíes,
una mesa rodeada de sonrisas
y perfumes.
Detenciones,
torturas,
operaciones en improvisados hospitales.
Niñas y niños exterminados por armas inteligentes,
madres que buscan a sus hijos
bajo los escombros.
Deseaste que sus cadáveres
se desplomaran en las cenas
de esas casas
para abrir sus conciencias.
CONCIENCIA
Vivía en una casa pequeña
cuando empecé a
guardar recuerdos:
recuerdos de niña.
recuerdos de joven, de novia, de madre.
De inicios y duelos.
Guardé los recuerdos en cajas de colores
para llevarlos conmigo.
Cambié de casa, una, dos y tres veces.
Los alimentaba y crecían, crecían.
Una noche de tormenta
dejé las ventanas abiertas y la radio puesta.
Entró un remolino y se llevó todas las cajas.
Recogí del suelo un rosario de nácar y una muñeca rota
mientras un periodista contaba
que habían asesinado a dos activistas
en la Amazonía.
NO TE TIEMBLO, MUERTE
Si temiera tu guadaña
no andaría pecho
afuera en primera fila,
ni viajaría en cayuco
o en patera;
no cruzaría ríos ni
fronteras.
No me asustas,
Muerte,
porque no eres
cómplice del gemido
de ese niño entre
otros cuerpos y llantos.
No me asustas,
Muerte,
porque no eres
vampira en el pubis de las niñas
o en el cuello de sus
madres.
Tú que has sido
flecha, espada, lanza,
vives ahora enjaulada
más allá de tu destino.
Te percibo sometida
a esta vorágine que
sofoca el respeto que mereces
cuando llegas
silenciosa a liberar de sus cargas
a quienes cansados
decidieron irse.
Hoy te veo solidaria,
compañera,
forzada a presenciar
esa tortura,
a llegar tarde,
demasiado tarde,
para enterrar las
migajas de los cuerpos machacados.
Eres esta muerte a
quien no temo,
pero
sólo a esa.
Por eso
grito pecho afuera
en
primera fila
con el
puño levantado y la boca más abierta.
SUMISIÓN
Mi
alma quedó en el armario
dentro
del vestido blanco.
Mamá
lloró en la ceremonia.
¿Por
qué no estalló aquel avión?
Morir
cada día
no
es la manera más digna
de
irse definitivamente.
Soy
un cuerpo objeto sometido.
Silenciada.
Un
dolor tirano se expande en mi cuerpo.
Me
arrebata.
Cuando
el cerebro se rinda,
no
recordaré.
Será
como estar muerta.
Siento
su aliento de vodka
en
mi cuerpo aplastado,
el
temblor antes del primer golpe.
Deseo
huir.
¿Mamá,
dónde estás?
Vuelven
las náuseas.
Fluye
en mi vientre alquitrán de espanto.
POEMA RURAL
No cantó el gallo esta madrugada.
Pinta mal el día.
Entró un zorro en el gallinero,
huyeron los perros y tú dormías.
Ahogado un pato en el cubo vacío
su ojo reclama, caliente todavía,
cuando lo miras.
Despunta el día.
Cruza un ganado de mil ovejas por el camino
y tienes prisa.
Merodea un buitre sobre tu caballo
entre la niebla.
Pinta mal el día.
Se oye una sirena por la carretera.
Baja seco el pantano,
sube el precio de la gasolina,
elecciones en Honduras.
A lo lejos
vislumbras la tormenta
que se acerca.
¿Qué te empuja?
No lo sabes pero continúas.
Merche Llop. En: Voces del Extremo: poesía y alegría. Ed. La Vorágine, 2022
Fotografía de Carlos Pérez Siquier.
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