Cuando recibí la noticia
sobre la muerte de César
actué de forma injusta
le mandé un mensaje apresurado a Eva
un mensaje que buscaba
en realidad
sus palabras su voz su consuelo como una niña que grita y
patalea buscando a la madre con desesperación
buscando a la madre para que diga algo rápido
y frene de golpe la herida
me temblaban las manos buscando su nombre en la lista de
contactos
también a César le temblaba la voz cuando hablamos de
poesía una tarde creo que era emoción contenida algún recuerdo se cruzó en su
cabeza
entonces dijo que Matías, David y Antonio sabrían
cuidarme
enseñarme
con cariño
qué debemos hacer con la literatura
aquellos que queremos construir otro mundo imaginar un
sistema que no nos asfixie que no nos deje morir a solas aquellos que queremos
inventar un lenguaje que nombre la violencia que acuse con el dedo que comience
de cero a pesar de mantener intacta la memoria
creo que fue aquella misma tarde cuando Raquel y Carol
recordaron anécdotas mientras compartíamos mesa en un pequeño bar
y se les llenaban los ojos de nostalgia y de risa por
haber visto a César serio
profundamente enfadado
entonces eran ellas quienes me cuidaban
de quienes aprendía el valor exacto de nuestro relato
la energía de una mujer tomando la palabra delante de
otras mujeres que la miran con ternura y respeto abriendo los límites de la
imaginación el modo en que nos pensamos
el modo en que tocamos a las otras y somos para ellas
madres, compañeras, hijas
Laia me enseñó libros nuevos
agachadas durante un rato
en la caseta que Alfonso tiene en la Feria del Libro
abrió las páginas
para contarme lo que podía encontrar allí
se le llenaba la boca de palabras divertidas
poderosas palabras para estar en una boca pequeñita
entonces supe
que estaban creciendo semillas en las niñas
solo en algunas niñas
también en Irene, aquella tarde de agosto, recuerdo que
la vi junto a una columna de libros
casi era una trinchera
estábamos de cuclillas
leyendo
cuando sonó la risa de César al otro lado
su voz grave
sus ojos
bromeaba sobre la poesía que se escribe ahora delante de
poetas
ya no le temblaba la voz
me abrazó fuerte
y dijo: “Te he conseguido un secador de pelo, no te
preocupes, pídeme lo que necesites”.
Le pedí mucho
durante mucho tiempo
porque la asfixia económica no me dejaba apenas moverme
y estaba en aquella habitación en casa de mi madre
más cerca de la depresión
que de la rabia
más cerca del llanto
que de la protesta
era en esas tardes cuando sonaba el teléfono y él decía:
voy a mandarte unas novelas, no quiero que te rindas ni abandones esto. Tenemos
que disputarles la literatura.
Ahora sé que hay mucho de César en este vínculo
en este territorio compartido
que palpita
y construye
que cuida
sobre todo que cuida.
Cuando recibí la noticia
sobre el homenaje
fue Eva quien actuó de forma justa
y me mandó un mensaje apresurado diciendo
“ojalá podamos vernos por allí,
queda mucho de César en cada uno de nosotros”
Ángela Martínez-Fernández. En: Voces del Extremo. Poesía y alegría. Ed. La Vorágine, 2022
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