Cuando
enferman y mueren los niños, descubrimos
que el
cielo está hecho añicos y el buen dios se ha fugado;
la
insólita crueldad de los juegos del hado
nos libra
de imposturas y sacrosantos timos.
Pero no es
humano vivir sin espejismos
y en el
trono vacante hemos pronto emplazado
a la grata
belleza, de reír constelado,
madre de
seducciones, transportes y lirismos.
Los nuevos
sacerdotes, genios de arte divino,
dan
sentido a la vida con sus obras preciosas
que elevan
nuestra alma a un cenit placentero;
pero muy
pocas veces alumbran el camino
para que
contemplemos las simas espantosas
de un
mundo desquiciado donde reina el dinero.
Jesús Aller. Los libros muertos. Ed. KRK. 2019
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