No
es la Estación de Saint-Lazare que pintara Monet,
desdibujada
por el humo azulado, brumosa y cálida.
Es
casi madrugada y el frio me persigue
desde
Granada tan gris, recostada en la indolencia,
perezosa
como gato en la ceniza. No me detendrán
golpeando
a la puerta, pidiendo nombres
de
cuantos fuimos. Gestos apretados y abrazos
bajo
la ventanilla y una bandada de maletas malheridas
que
alza el vuelo hacia el lugar del desarraigo.
Gélida
amanecida en París. Nadie me espera.
Todavía
silba el tren y bufa como animal cansado.
Nadie
me espera, ya lo he dicho, y perdido en el andén
deambulo
buscando una cantina, el café caliente,
un
cigarrillo. Sin contrato de trabajo, como quien huye,
aprieto
entre la mano la dirección que guardo en el bolsillo.
Estación
de Austerlitz mirando al sur, testigo de tanto dolor
y
desamparo, inhóspita y desafecta hoy que la piso
por
vez primera… Lloraría si tuviera valor para hacerlo
pero
el valor también huyó despavorido, de inanición,
de
tanta injusticia. Qué lejos ya Granada indolente y gris.
Releo
de nuevo la anotación que acaricio entre los dedos
doblada
como un pañuelo.
La
memorizo mientras busco la salida.
Antonio Rodríguez Alarcón
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