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domingo, 23 de noviembre de 2014

EL ESPÍRITU CORPORATIVO



La corporación tiene aquello de lo que la muchedumbre carece: su jerarquía, su punto de honor, sus prejuicios definidos, su moral convenida e impuesta. En consecuencia, la corporación conlleva en sus juicios sobre las cosas y los hombres, una terquedad de la que la muchedumbre, por ser ondulante y diversa, no es susceptible al mismo grado. Vea una muchedumbre: extraviada, criminal un instante, podrá cambiar de opinión al momento siguiente y revisar su fallo. Un cuerpo se cree y quiere ser visto como infalible. Otra diferencia entre la muchedumbre y el cuerpo: la muchedumbre comporta generalmente más imparcialidad que el cuerpo en su apreciación del mérito de los individuos.En un cuerpo de funcionarios —dice Simmel9— los celos arrebatan a menudo al talento la influencia que debería tener, mientras que una muchedumbre, renunciando a todo juicio personal, seguirá fácilmente a un dirigente con genio.

Una corporación es esencialmente una voluntad de vivir colectiva; podemos juzgar a partir de ahí cuáles son las cualidades que el cuerpo exige a sus miembros: aquéllas que son útiles al cuerpo y ni una más. Una corporación no pide a sus miembros cualidades individuales eminentes. No tiene nada que hacer con esas cualidades raras y preciosas como son la fineza del espíritu, la fuerza y la flexibilidad de la imaginación, la delicadeza y la ternura del alma. Lo que exige de sus miembros, como hemos dicho antes, es una cierta postura, una cierta perseverancia en la docilidad al código moral del cuerpo. Es esta perseverancia en la docilidad a la que, por no sé cuál malentendido del lenguaje, uno decora ahora con el título de carácter. Por esta última palabra un cuerpo no entenderá jamás la iniciativa en la decisión ni la audacia en la ejecución, ni ninguna de las cualidades de espontaneidad y de energía que conforman la bella y pujante individualidad; sino sola y exclusivamente una cierta constancia en la obediencia de la regla. Un cuerpo no siente particular estima por lo que llamamos mérito o talento. Tendrá en todo caso sospecha. El espíritu corporativo es amigo de la mediocridad favorable al perfecto conformismo. Podríamos decir de todo cuerpo lo que Renan dice del seminario de Issy: La primera regla de la compañía consistía en abdicar de todo lo que pudiera llamarse talento, originalidad, para plegarse a la disciplina de una comunidad mediocre.

En el cuerpo aparece mejor que en ningún otro lugar esa célebre antítesis entre talento y carácter de la que Henri Heine se burla con tan exquisita ironía en el prólogo de Atta Troll. Uno se acuerda, no sin sonreír, de esta buena escuela poética suaba —que poseía un alto grado de espíritu corporativo— y que exigía ante todo a sus poetas, no tener talento, sino ser caracteres. Lo mismo ocurre en nuestros cuerpos constituidos. Un cuerpo quiere que sus miembros sean caracteres, es decir, seres perfectamente disciplinados, actores tiernos y mediocres que despachan su papel social en ese teatro del que habla Schopenhauer y donde la policía vigila severamente que los actores no improvisen.

Igual en un cuerpo, la gran palabra para lograrlo no es el mérito, sino la mediocridad apoyada en un sinnúmero de parentescos, de camaradería. Por otra parte en un cuerpo aquellos que dispensan el ascenso o las plazas más buscadas no siempre practican este sistema de nepotismo en busca de un interés personal. Lo hacen de buena fe. Están sinceramente persuadidos —imbuidos por el espíritu corporativo— de que el nepotismo y la camaradería son lazos respetables y útiles a la cohesión del cuerpo. Si sólo recompensaran el mérito, creerían sacrificarlo todo a un peligroso individualismo.


George Palante. El espíritu corporativo. Piedra Papel Libros. Jaén, 2014

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