documentos de pensamiento radical

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lunes, 14 de junio de 2021

Jorge Riechmann. Informe a la Subcomisión de Cuaternario. (frag. III)


 

 

mentes por todas partes

 

Cuando nos pusimos a estudiar a los grandes simios, descubrimos elevadas capacidades cognitivas.

Cuando nos pusimos a estudiar a los cetáceos, descubrimos grandes capacidades cognitivas.

Cuando nos pusimos a estudiar a los elefantes nos sucedió lo mismo. Hemos ido viendo que en realidad todos los mamíferos somos bastante parecidos en cuanto a muchas capacidades emocionales y cognitivas básicas. Y también nos quedamos asombrados al considerar las habilidades de aves como los córvidos o los loros… Y ¿qué decir de la “inteligencia extraterrestre” del pulpo, ahora tan estudiada?[i]

En realidad nada de esto debería sorprendernos —si tenemos una visión evolutiva de la realidad—. Las capacidades emocionales y cognitivas de los seres vivos evolucionan a lo largo del tiempo, y las diferencias que encontramos entre unas clases de seres y otras son de grado —no se trata de naturalezas diferentes—. Compartimos una historia evolutiva común en el seno de la Madre Tierra. Todos los animales somos hermanos, se titula un libro que escribí hace años.

¿Y las plantas? Un defensor de los animales tan destacado y meritorio como Peter Singer nos pregunta: si un árbol no puede sentir nada, ¿puede importarle al mismo árbol ser talado?[ii] Pero ¿está tan claro que ese criterio de sintiencia se detenga en el mundo animal? También hace poco tiempo que nos hemos puesto a estudiar las capacidades “avanzadas” de las plantas, y lo que se ha ido descubriendo nos deja atónitos. No cabe seguir considerando a las plantas como pasivos autómatas orgánicos. Sienten e integran información procedente de docenas de variables ambientales, y usan este conocimiento para desarrollar comportamientos flexibles. Por ejemplo, pueden reconocer si otras plantas cercanas son de su misma especie o foráneas, y adaptar a la situación su búsqueda de nutrientes y energía. Pueden reconocer a predadores y desarrollar estrategias de defensa (por ejemplo, sentir que se acercan orugas peligrosas y segregar aceites repelentes como respuesta). Pueden comunicarse entre sí, y con otros organismos (como microbios y parásitos), usando una variedad de canales (incluyendo el impresionante medio subterráneo que forman las redes de micorrizas). Desarrollan formas de memoria…[iii]

Tiene todo el sentido hablar de “las mentes de las plantas”, aunque éstas sean bastante diferentes de las mentes animales. “Todos los seres vivos, incluso las plantas y los microorganismos, perciben. Para sobrevivir, un ente orgánico tiene que percibir; debe buscar, o al menos reconocer, el alimento y evitar los entornos peligrosos. Para percibir, un ser vivo no necesita ser consciente.”[iv] Percepción, sensación y elección se dan no sólo en los seres humanos, sino en todas las formas de vida terrestre. Gaia está llena de mentes de muy diferentes clases.

Esto nos lleva a una constatación sencilla: la visión del mundo animista, que solemos juzgar primitiva, en muchos aspectos resulta más adecuada que el mecanicismo que se impuso como acompañante de la física galileana-newtoniana. El mismo proceder de la ciencia analítico-reductiva, cuando lo llevamos a cabo de buena fe, sin ceder a prejuicios y sin olvidar los momentos posteriores de síntesis y recomposición del conocimiento,[v] nos lleva hasta este resultado: mentes por todas partes.

No somos máquinas: somos organismos vivos integrados en ciclos naturales de una complejidad exquisita. La analogía con las máquinas (los relojes en el capitalismo temprano, los ordenadores en el capitalismo tardío) nos confunde de manera extremadamente destructiva. El problema no es analizar las partes (de un organismo, por ejemplo): es olvidar que esas partes forman un todo, anidado en otras totalidades, y así hasta llegar a Gaia —la Madre Tierra.

 

 

 

almas que migran

 

El mito de la transmigración de las almas nos remite a verdades ecológicas básicas: hay muchas clases de seres animados en el mundo (con diferentes clases de mentes y sensibilidades), todos los seres vivos somos parientes evolutivos, y “todo está conectado con todo”.[vi] De hecho, nos dirá Tim Morton, la interconexión de todos los seres es el pensamiento ecológico,[vii] la clave de bóveda de la arquitectura intelectual más importante que necesitamos. (Él lo llama the mesh, la malla: “la interconexión de todos los seres, vivientes y no-vivientes”.)

Una intuición básica de Henry D. Thoreau, explica Antonio Casado da Rocha —uno de sus mejores conocedores en nuestro país—, es precisamente la interidentidad o interdependencia: necesitamos lo no-humano para realizar o preservar lo humano.[viii] Lynn Margulis y Dorion Sagan nos recuerdan que “desde el origen de la vida todos los seres vivos, sea directamente o a través de un circuito, han estado conectados”.[ix] Y George Monbiot remacha: “El estudio de los sistemas complejos revela la naturaleza como una serie de sistemas autoorganizados y autorregenerativos cuyos componentes están conectados entre sí de formas que, hasta hace poco, eran apenas imaginables. Muestra que, como el gran conservacionista John Muir propuso, «cuando tratamos de elegir algo por sí mismo, lo encontramos enganchado a todo lo demás en el universo». Lejos de hallarnos separados de la naturaleza o ser capaces de dominarla, estamos incrustados en ella, íntimamente conectados a procesos que nunca podemos controlar por completo. Eso nos permite, potencialmente, ver el mismo universo como una red de significados: una poderosa nueva metáfora raíz que podría, tal vez, cambiar la forma en que vivimos”.[x]

Y por todo ello no deberíamos pensar la vida en la Tierra bajo la imagen tradicional de la Gran Cadena del Ser, una jerarquía que culmina en la especie humana, sino más bien bajo la noción de holarquía que acuñó Arthur Koestler (1905-1983), donde coexisten sin jerarquía seres menores en conjuntos mayores (partes que son también a su vez totalidades). La vida como un gran entramado fractal de seres interdependientes.

Esto de la transmigración de las almas parece de entrada, por tanto, un mito valioso. Serge-Christophe Kolm sugirió que el budismo supersticioso se distingue del budismo filosófico profundo porque el primero se toma literalmente la doctrina de la metempsicosis, y el segundo la considera en su dimensión simbólica.[xi] Mas este tratamiento del mito no es propio del budismo, sino de cualquier sistema de pensamiento: a la literalidad del mito, desde un punto de vista más avanzado, la llamamos superstición (pensemos en la resurrección de la carne para los cristianos, por ejemplo). Pero eso no anula el contenido de verdad del mito —cuando tal verdad existe.

 



[i] Peter Godfrey-Smith, Otras mentes, Taurus, Madrid 2017.

[ii] Peter Singer, The Expanding Circle, Clarendon Press, Oxford 1981, p. 123.

[iii] Laura Ruggles, “The minds of plants”, Aeon, 12 de diciembre de 2017; https://aeon.co/essays/beyond-the-animal-brain-plants-have-cognitive-capacities-too

[iv] Lynn Margulis y Dorion Sagan, ¿Qué es la vida?, Tusquets, Barcelona 1996, p. 32. Escriben también: “La vida es menos mecanicista de lo que nos han enseñado a creer; pero, puesto que no desobedece ninguna ley física o química, no es vitalista. Sentimos en nuestro fuero interno un alto grado de libertad, pero todos los demás seres, bacterias incluidas, también toman decisiones con consecuencias medioambientales. Almacenada y transformada en vida, la energía de la luz solar impulsa el crecimiento celular, el sexo y la reproducción de formas de vida muy similares. Quizá todos los seres vivos compartan nuestro sentido del libre albedrío. (…) Hasta en el nivel más primordial, la vida parece implicar sensación, elección, mente. (…) Los seres no humanos escogen, y todos los seres influyen en la vida de los otros” (p. 178 y 180).

[v] El problema lo tenemos con el mecanicismo, no con los procedimientos de análisis y reducción –siempre que se lleven a cabo de manera sensata—. Podemos —deberíamos— pensarnos como naturalistas no reduccionistas, a la manera de Hilary Putnam: “Sigo siendo una persona religiosa [dentro del judaísmo] y sigo siendo un filósofo naturalista. (…) Un filósofo naturalista pero no un reduccionista. Es sabido que la física describe las propiedades de la materia en movimiento, pero los naturalistas reduccionistas olvidan que el mundo posee muchos niveles formales distintos, incluido el de las acciones humanas moralmente significativas, y la idea de que todos estos niveles puedan reducirse al ámbito de la física creo que es una entelequia. Es más, como todos los pragmatistas clásicos, no veo que la realidad sea moralmente indiferente: la realidad, tal y como vio Dewey, nos plantea demandas. Puede que los valores sean creados por los seres humanos y las culturas humanas, pero creo que eso es así como consecuencia de demandas que no creamos nosotros. Es la realidad la que determina si nuestras respuestas son adecuadas o inadecuadas” (Hilary Putnam, La filosofía judía, una guía para la vida, Alpha Decay, Barcelona 2011, p. 19-20).

Este naturalismo no reduccionista está cerca del naturalismo poético de Sean Carroll: aunque sólo existe el mundo natural, hay más de una forma útil y significativa de hablar acerca del mundo. “El naturalismo sostiene que no existe más que un mundo, el natural (…). Naturalismo poético nos indica que hay más de una forma de hablar del mundo. Emplear un vocabulario de ‘causas’ y ‘razones’ por las que ocurren las cosas nos resulta natural, pero estas ideas no forman parte de cómo funciona la naturaleza en sus niveles más profundos. Son fenómenos emergentes, parte de cómo describimos nuestro mundo cotidiano. La diferencia entre la descripción de lo cotidiano y lo profundo surge de la flecha del tiempo, la diferencia entre pasado y futuro que, en última instancia, puede rastrearse hasta el estado especial en que se inició nuestro universo al poco del Big Bang” (Sean Carroll, El Gran Cuadro, Pasado & Presente, Barcelona 2017, p. 12).

[vi] Ésta es la primera “ley” informal de la ecología según Barry Commoner, de acuerdo con la cual “todo está conectado con todo lo demás”. La biosfera es una compleja red, en la cual cada una de las partes que la componen se halla vinculada con las otras por una tupida malla de interrelaciones. Las otras tres serían: 2) todas las cosas han de ir a parar a alguna parte. Todo ecosistema puede concebirse como la superposición de dos ciclos, el de la materia y el de la energía. El primero es más o menos cerrado; el segundo tiene características diferentes porque la energía se degrada y no es recuperable (principio de entropía). 3) La naturaleza es la más sabia (o “la naturaleza sabe lo que hace”, traducción del inglés nature knows better). Su configuración actual refleja unos cuatro mil millones de años de evolución por "ensayo y error": por ello los seres vivos y la composición química de la biosfera reflejan restricciones que limitan severamente su rango de variación. 4) No existe la comida de balde. No hay ganancia que no cueste algo; para vivir, hay que pagar el precio. Véase Barry Commoner, El círculo que se cierra, Plaza y Janés, Barcelona 1973, p. 33-45.

[vii] Timothy Morton, The Ecological Thought, Harvard University Press 2012, p. 7. Como es obvio, el pensamiento ecológico entendido de esta forma queda muy cerca de la filosofía budista…

[viii] Antonio Casado da Rocha, “Pensar con Thoreau (siete tesis)”, blog Laguna, 15 de diciembre de 2017; https://1aguna.blogspot.com.es/2017/12/pensar-con-thoreau-7-tesis.html .

[ix] Lynn Margulis y Dorion Sagan, ¿Qué es la vida?, Tusquets, Barcelona 1996, p. 26.

[x] George Monbiot, “Stepping back from the brink”, 31 de enero de 2018; http://www.monbiot.com/2018/01/31/stepping-back-from-the-brink/ . Se trata de una reseña de un libro muy prometedor, The Patterning Instinct de Jeremy Lent (2017).

[xi] El budismo identifica una parte importante de las causas del sufrimiento humano en la dinámica mental –cuya teoría se describe, metafóricamente, como ciclos de “renacimiento”—. Kolm señala que creer literalmente en la metempsicosis o transmigración de las almas es una piedra de toque para detectar un budismo superficial o supersticioso. Para el budismo profundo o avanzado, la metempsicosis es sólo una metáfora de los cambios psíquicos del ser humano. (Si no fuera así, se daría una insoluble contradicción en el budismo: dado que éste defiende que no existe un alma o un yo en sentido sustantivo, ¿qué sería lo que transmigraría de un cuerpo a otro, en la rueda de las reencarnaciones?) Véase Kolm, Le bonheur-liberté (bouddhisme profond et modernité), PUF, París 1982 (segunda edición en 1994).


Jorge Riechmann. Informe a la Subcomisión de Cuaternario. Árdora Ed. 2021

1 comentario:

  1. Las criaturas vivas que pueblan la Tierra no tienen más interlocutor que la Tierra. ¿Y nosotros, los humanos?: nuestro egocéntrico delirio suicida.

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