No nos han cortado las manos ni las piernas
pero nos han sellado la boca y enrejado los ojos.
No nos han violado
pero nos impiden pensar.
Tapian nuestras ventanas y nos encierran
como a fieras en celo.
Nos han dejado sin rostro y sin palabras
y las manos no alcanzan, ya,
para dibujar nuestros sueños.
Controlan el ritmo de nuestra respiración
y nos matan a pedradas si, en algún momento,
liberamos un suspiro.
Nuestros hombres nos abrazan en las noches
con temor al enemigo
y nos consuelan esperando que algún otro ser humano
nos libere de esta lenta agonía.
Ya no duelen las heridas de los latigazos
ni las antiguas luchas internas que manteníamos
en nuestra anterior VIDA, con nosotras mismas.
Ya no hay sol que nos acaricie ni aire que nos aliente.
Ya no hay más, nada más que una agonía
disfrazada por un burka que oculta
la masacre de esta tortura.
Ya nadie nos mira, nadie nos recuerda,
nadie nos observa con dolor.
Sólo somos imágenes intermitentes en cualquier televisión
que ya no causan horror.
Vivir a más de 6000 km de distancia
ensombrece, llegando a borrar, cualquier
ápice de conciencia o suspiro de liberación.
No nos han cortado las manos,
pero sí la posibilidad de escribir.
Los ojos ya no son aptos para aprender nuevas palabras
y las antiguas, se diluyen en estos cerebros oscurecidos
que respiran, a duras penas, ante este silenciado suplicio
que jamás logrará atravesar estas paredes que nos condenan
por el simple hecho, el único hecho, de ser como sus madres,
hermanas, hijas…
Ya no, ya no te agarras el vientre cuando escuchas
nuevas noticias que nosotras no quisiéramos protagonizar.
Ya no, ya no dejas de comer, comprar o reír, cuando
nuestra no imagen aparece en tus pantallas.
Ya no, ya no te sangra la mirada.
sólo somos los efectos colaterales
de una lucha que nadie desea impedir,
hay petróleo que puede interesar
en este epicentro a quienes más cerca tenemos.
Nuestra sangre es invisible porque no calienta
ni a hogares ni a máquinas que los mantienen
y que sonríen a Occidente como hambrientas hienas.
Nos violan, sí, nos violan cada día al impedirnos ser.
Ya no hay metáfora posible en este paralizante silencio.
Montserrat Villar González
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